Aniversarios

15/8/1995|460

Engels y la democracia

Fue por la enorme influencia ejercida por Engels, personalmente y a través de sus textos, en la camada dirigente de los partidos obreros que conformaban la Segunda Internacional, que diversos autores, lo responsabilizaron posteriormente por haber sentado las bases de la degeneración reformista de aquélla. El extremo fue alcanzado por los dirigentes socialdemócratas alemanes, que exhibieron textos de Engels en apoyo a Alemania al inicio de la guerra franco-prusiana de 1870, para justificar su apoyo a los créditos de guerra solicitados por el Kaiser en las vísperas de la guerra de 1914/18, que consumó la quiebra de la socialdemocracia alemana y de la Segunda Internacional. No sólo omitieron el apoyo dado por Engels a Francia a partir del surgimiento de la Comuna de París, sino que llegaron al extremo de destruir, en los papeles personales dejados por Engels, un plan militar elaborado por él mismo para la defensa de París contra el inminente ataque del ejército prusiano de Bismarck.


Toda la operación destinada a hacer de Engels un “padre del reformismo” se basó en una omisión, mutilación o destrucción de textos (o sea, de Historia) semejante a la emprendida ulteriormente por el stalinismo con relación a la Revolución de Octubre, y atendiendo a las mismas necesidades de esta última empresa: preservar los intereses de una burocracia (socialdemócrata o stalinista).


Todo esto es paradojal, no sólo por el archiconocido hecho de haber sido Engels quien más insistió en el carácter de clase de todo Estado (inclusive el más “democrático”), sino también por la constatación de que fue Engels, antes de Marx y con independencia de éste, quien primero llegó a esa conclusión: “En tanto Marx afirmaba la subordinación del Estado a la sociedad civil (en su Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, OC) Engels elabora, aunque no en forma teóricamente generalizada, una proposición igualmente importante: el carácter de clase del Estado” (1).


La imagen de un Engels partidario de la transición pacífica al socialismo, a través del sufragio universal, fue introducida por la socialdemocracia alemana, y retomada constantemente por todos los ideólogos democratizantes (o sea, defensores de la “democracia” contra la revolución proletaria), como lo hace Francisco Weffort cuando, como secretario general del PT, proclamó la defensa de la “democracia moderna”, como objetivo máximo del partido.


Engels mutilado


Según Weffort, calificar esas “democracias modernas” como burguesas es producto de “lecturas mal digeridas de Marx”, las cuales producirían nociones erradas, como “la idea de la democracia como forma, por excelencia, de la dominación burguesa … mucha gente prefirió olvidar que eso que era verdad para la Europa del joven Marx, va dejando de serlo para la Europa de Engels. Quien tenga dudas, lea el célebre prefacio de Engels al ensayo de Marx sobre Las luchas de clases en Francia”. (2)


Se trata de la Introducción de Engels (1895) a la citada obra de Marx, publicada con mutilaciones por la socialdemocracia alemana, para presentar a Engels apoyando una vía no revolucionaria, parlamentaria, de transición al socialismo. Engels protestó vivamente y exigió su publicación por entero.


Quien se diera el trabajo de constatarlo, va a hallar en ese prefacio que Engels elogia la inteligente utilización del sufragio universal por el partido obrero alemán, que “aumenta, por el ascenso regularmente verificado y extremadamente rápido del número de votos, la certeza de los obreros en la victoria … nos provee de un criterio superior a cualquier otro para calcular el alcance de nuestra actuación”, permite al partido obrero llevar su propaganda a todas las capas de explotados, ofrece una tribuna de alcance nacional e internacional, etc., pero nada de que el sufragio universal hubiese cambiado la naturaleza social del estado y del régimen político (los “fundamentos sociales” –burgueses– del régimen, o sea, la raíz de clase del Estado), caso en el cual sería equivalente a una revolución social. Al contrario, el sufragio universal mostraba que “las instituciones estatales, en las cuales se organiza el dominio político de la burguesía, aún ofrecen posibilidades nuevas de utilización que permiten a la clase obrera combatirlas.” (diferenciado del autor) Por lo que parece, Engels no sólo consideraba que las instituciones estatales (una de las cuales es el Parlamento) continuaban organizando el dominio político de la burguesía, sino que el proletariado debía combatirlas (todas), utilizándolas cuando fuera posible.


Esto es válido inclusive cuando esas instituciones no se caracterizan por la universalidad del sufragio. Los Estados Generales de la monarquía absolutista francesa, o los zemstvos en Rusia, aún en nuestro siglo, consagraban el dominio político de la nobleza. Aún en ese caso, podían ser utilizados por el proletariado, como muestra el propio Engels en el escrito evocado por Weffort: “Incluso en Rusia, cuando se reunió el famoso Zemsky Sobor … incluso allí podemos tener la certeza de contar con representantes.”


La “defensa de la democracia” es realizada frecuentemente con base en el argumento de que el sufragio universal, en el régimen burgués, es producto de las luchas obreras.


La idea de que el sufragio universal es un producto exclusivo de las luchas obreras es unilateral, históricamente falsa y políticamente oportunista. Carlos Nelson Coutinho también golpea esa tecla: “el sufragio universal, una medida esencial para tornar viable la efectivización (del) principio igualitario, sólo fue conquistado en la mayoría de los países desarrollados, gracias a las luchas de la clase obrera, al final del siglo XIX o al inicio del siglo XX.” (3) (diferenciado del autor) El objetivo de Coutinho es probar que los regímenes democráticos no poseen un carácter de clase definido, siendo un terreno neutro de la lucha por la hegemonía entre las diversas clases.


En la historia moderna, el sufragio universal fue planteado por primera vez en la Revolución Francesa por los jacobinos (que no eran, ni pretendían serlo, los representantes del proletariado), como método para enganchar a la totalidad de la nación en la lucha contra la reacción feudal. El primer movimiento obrero que luchó por el sufragio universal fue el ya mencionado movimiento “cartista”, en Inglaterra, en la década de 1830, pero fue derrotado, por medio de una violenta represión. El sufragio universal sólo sería concedido en Inglaterra al final del siglo, cuando los sindicatos obreros (“trade-unions”) se encontraban integrados a la política del partido liberal. Un inteligente observador contemporáneo de los hechos comentó: “Los políticos declaran que la clase obrera ya era suficientemente fuerte para tener derecho a voto; la verdad era que ya era bastante débil para que la dejasen votar sin peligro.” (4) El mismo autor, sin ser socialista, entendía bastante mejor que el socialista Weffort que la “moderna” democracia no pasaba de la fachada de dictadura de la burguesía: “Si la antigua oligarquía parlamentaria abandonó su primera línea de trincheras, fue porque había construido otra bastante mejor, a través de la concesión de fondos político-comerciales para el poder privado económico de los políticos, fondos provenientes de la de títulos del Parlamento, y de otras cosas más importantes, y aplicables al financiamiento de las costosísimas elecciones. Un voto era entonces tan valioso como un billete de tren cuando hay una interrupción permanente de la línea. La fachada exterior de ese nuevo gobierno secreto consistía en la aplicación del llamado sistema de partidos. Este sistema no consta, como se supone, de dos partidos, sino sólo de uno. Si hubiese realmente dos partidos, no habría sistema.” El famoso pluripartidismo, fachada de la dictadura burguesa, sólo es posible cuando la burguesía tiene unidad de objetivos (y es lo que explica la estabilidad de la democracia yanqui). Cualquier divergencia de objetivos da lugar al golpe de Estado (“vide” De Gaulle en Francia, 1958), pues la burguesía es incapaz de resolver democráticamente sus divisiones internas: ella entiende, bastante mejor que Weffort y los “demócratas modernos”, que la democracia es apenas la forma de su dominación política.


El sufragio universal fue repuesto por la revolución francesa de febrero de 1848. Los representantes del proletariado pedían que fuese postergado, pues temían que “la falta de educación política” de la masa campesina (después de casi medio siglo de restauración monárquica), diese la victoria a los partidos reaccionarios (lo que efectivamente ocurrió). Fue reintroducido por la dictadura de Luis Bonaparte, “pero caería en descrédito como consecuencia del mal uso que le diera el gobierno bonapartista.” (4) Los obreros, además de políticamente dispersos después de la derrota de la revolución, no consideraban útil enviar representantes parlamentarios a un Estado cada vez más dominado por una enorme burocracia política y militar (o sea, por instituciones no renovables por el sufragio universal). Fue en esas condiciones, muy semejantes a las actuales, que Marx escribió que “el sufragio universal decidía, una vez cada tres o seis años, qué miembro de la clase dominante deben representar y reprimir al pueblo en el Parlamento.” (5) En Alemania, el sufragio universal fue introducido, en 1866, por una dictadura, “cuando Bismarck se vio obligado a instituir ese derecho como único medio de interesar a las masas populares en sus proyectos.” (6) El tiro, como vimos, le salió por la culata, pues la socialdemocracia se transformó en partido de masas utilizando ese derecho.


La utilización del sufragio universal por gobiernos dictatoriales no fue, pues, inventada por los plebiscitos de Pinochet. Las dictaduras saben que una cierta dosis de “democracia representativa” puede garantizar su estabilidad, como lo probó el gobierno militar brasileño de los últimos 21 años. Existe siempre el riesgo de una derrota electoral (como le sucedió a los militares uruguayos en 1981) pero, en caso contrario, hay riesgos peores.


En los países sudamericanos, las primeras grandes luchas por el sufragio universal fueron protagonizadas por movimientos de base popular dirigidos por sectores burgueses excluidos del poder oligárquico (el radicalismo argentino, el batllismo uruguayo). La oligarquía acabó cediendo para coptarlos contra el naciente peligro del proletariado independiente —el partido Radical argentino, con sólo tres años en el poder, masacró a los obreros en la “Semana Trágica” de 1919— teniendo en cuenta la posibilidad de desalojarlos del poder, vía golpe de Estado, cuando eso se volviese necesario, lo que aconteció en Argentina en 1930.


Es completamente falso afirmar que “la democracia burguesa formal … representa una conquista del movimiento obrero y popular que, frente a las amenazas de los golpes militares debemos defender.” Esto porque a) falsea la historia: la democracia burguesa fue producto del aniquilamiento del ala radical de las revoluciones inglesa y francesa, y del ahogamiento en sangre de las revoluciones proletarias de 1848 y 1871 (Comuna de París); b) confunde deliberadamente “conquistas democráticas” (que debemos defender) con “democracia burguesa” (régimen de dominación del capital); c) proclama una solidaridad de principios con el régimen burgués, pues siempre –en tanto exista el Estado burgués– existirán amenazas de golpe militar.


El proletariado nunca luchó por el sufragio universal “en sí”, pues ya había experimentado varias formas de utilización anti-obrera del mismo, incluyendo su compatibilización con formas más o menos abiertas de dictaduras de la burguesía. Luchó por los derechos políticos como un aspecto de un vasto programa revolucionario (reducción de la jornada de trabajo, aumentos salariales, impuestos sobre el gran capital, contra el militarismo burgués, por la milicia obrera, por los derechos sindicales) destinado a minar el poder político de la burguesía, situado en el Parlamento pero, principalmente, fuera de él. Es por esto que la burguesía rechazó esa reivindicación toda vez que era planteada por el proletariado militante: se trataba de un momento en la lucha por la organización del proletariado como clase independiente, que conducía necesariamente a la destrucción del poder político de la burguesía, cualquiera fuese su forma política.


La extensión (o su ausencia) del derecho del sufragio universal habla respecto a la forma del Estado burgués, pero no respecto a su contenido. Cuando la burguesía (o una fracción de ésta) toma la iniciativa de extender ese derecho, su interés es ampliar las bases sociales de su dominación política. El riesgo envuelto en la operación es el de ampliar también las bases de la acción política de la lucha de clases, con lo que el objetivo perseguido (volver a los explotados más solidarios con el régimen político) se transforma en su contrario. Esta posibilidad depende de diversos factores, de los cuales el decisivo son la organización y la iniciativa independiente del movimiento obrero, y entre los cuales se destaca la existencia de un partido de clase estructurado sobre la base de un programa revolucionario que contraponga los objetivos reales, históricos e inmediatos de la clase obrera a las maniobras democratizantes con las cuales la burguesía procura amortiguar la lucha de clases y subordinar a los explotados a sus objetivos políticos.


Pero, se diría, ¿y la “verdadera” democracia (con libre elección, sin condicionamientos, etc.)? La contraposición entre democracias “puras” e “impuras” quiere significar que las primeras son siempre progresivas, que no pueden ser usadas como armas para la reacción. Quien crea eso –Weffort y los ideólogos del PT en primer lugar– deberían dar una ojeada al “viejo Engels” y digerirlo bien: “En lo que dice respecto a la democracia pura y a su futuro en Alemania, pienso que ella tiene allí un papel muy inferior que en los países de desarrollo industrial más antiguo. Pero eso no impide que pueda tener, en el momento de la revolución, importancia como la más extrema tendencia de la burguesía, forma bajo la cual ya se presentó en Frankfurt (se refiere a la Asamblea de Frankfurt de 1848/49, OC), y que pueda convertirse en la última tabla de salvación de toda la economía burguesa y aún feudal. En ese momento, toda la masa reaccionaria se coloca detrás de ella y la fortalece. Todo lo que es reaccionario se comporta entonces como democrático. Nuestro único enemigo, en el día de la crisis y en el día siguiente, es esa reacción total, que se agrupa en torno a la democracia pura (1884).”


Es claro que cualquier semejanza entre las palabras citadas de Engels y la política democratizante utilizada por el imperialismo (en especial después de la revolución iraní de 1978 y de la revolución sandinista de 1979) no es pura coincidencia: la “democracia” proimperialista sirvió hasta para cubrir la invasión militar a Panamá. Las “antiguallas” de Engels se demuestran más modernas que las más “modernas” elucubraciones de los “ideólogos” contemporáneos.