Aniversarios

23/11/1988|251

50 aniversario de la IV Internacional

Foquismo y Antifoquismo

La revolución cubana provocó un re­alineamiento de las corrientes “trots­kistas”.

Para el pablismo, la revolución cuba­na fue un fenómeno inédito, que obliga­ba a una nueva revisión del programa ya bastante “revisado”.

Nahuel Moreno, que por esa época era peronista, calificó a Castro de “gorila” y saludó el “fracaso” de la huelga general cubana de 1958. La argumentación se basaba en que el dictador Batista había comenzado a ser mal visto por los yanquis, los cuales, según Moreno, apoyaban ahora a Cas­tro, un “bolazo” sin fundamento.

La sección norteamericana del Cl, el SWP, consideraba, por su lado, en 1963, que “La guerrilla hecha por los campesinos sin tierra y por fuerzas semi-proletarias, con una dirección resuelta a llevar la revolución a la victoria, puede jugar un papel decisi­vo para arruinar y precipitar la caída de los gobiernos coloniales o semicoloniales. Esa es una de las princi­pales lecciones a tener presente desde la experiencia vivida de la II Guerra. Esto debe ser incorporado concientemente en la estrategia de construcción de los partidos marxistas revolucionarios de los países coloniales”1. La enorme sublevación nacional y social de millones de explo­tados del mundo oprimido era reducida, al estilo de la revista “Life”, a uno de sus métodos de lucha (la guerrilla).

Sobre la base de esta posición el SWP se unificaría, en 1963, con las magras fuerzas del pablismo (SI), cons­tituyendo el Secretariado Unificado de la IV Internacional (SU). Que la unifica­ción fue completamente empírica y sin principios está probada por el hecho de que nunca fue hecho un balance de los diez años de “división”, plagado de gravísimas acusaciones. Según uno de los dirigentes del SU “si existía en la división un problema de principios, eso no dejaría de manifestarse de al­guna manera (en la unificación). Si se trataba apenas de problemas coyunturales y de organización, como pensábamos, eso no debía ser un obstáculo y seria estudiado poste­riormente”2. O sea: primero unámo­nos y después verifiquemos la existen­cia o no de principios políticos comu­nes. Sólo una corriente política comple­tamente desmoralizada podía plantear semejante base de unificación.

Moreno también adhirió el SU con un planteo de antología: “A pesar de que la mayoría de las fuerzas del CI hemos rechazado la convocatoria hecha por el SWP, y no hayamos concurrido a la reunión, el Congreso de Reunificación (de la IV) se realizó. Después, Hansen (dirigente del SWP) nos Informó que él había dado nues­tro voto en favor de la reunificación (que), una vez consumada, caracteri­zamos como positiva, pues en el SU se agruparon todas las corrientes trotskistas que defendían a Cuba como un estado obrero”3.

“La lucha armada es permanente”

Moreno también anticipó, ya en 1962, todos los argumentos que el SU usaría pocos años más tarde para adoptar los planteos foquistas, al afir­mar que era necesario “sintetizar la teoría y el programa general correcto (trotskista) con una teoría y el pro­grama particular concreto (maotsetunismo o castrismo)”4. Esta tesis de que un programa puede ser genéri­camente correcto y particularmente fal­so, en tanto que otro, aunque es genéri­camente falso pueda ser particular­mente correcto, servía a Moreno para concluir que “la vida pone en eviden­cia los errores del programa de la revolución permanente. El dogma de que la clase obrera es la única que puede cumplir las tareas democráti­cas es falso. Sectores de clase media urbana y del campesinado son a ve­ces los caudillos revolucionarlos… El Programa de Transición es milimétricamente preciso en lo relativo a reivindicaciones obreras, pero no menciona las guerrillas y sólo habla de paso de las reivindicaciones agra­rias (…); el maotsetunismo es la teo­ría de la actual etapa de la revolución mundial (…); el marxismo occidental olvidó la lucha armada, método per­manente de las masas, que incorpo­ra a la lucha de clases un nuevo fac­tor: la geografía, que barre la clasifi­cación de regiones maduras e inmaduras. Cualquier país, cualquier re­glón, son aptos para la revolución permanente(…) Las revoluciones china y cubana comenzaron en cir­cunstancias que los clásicos marxistas caracterizan como objetivamente desfavorables: sin grandes luchas sociales (sic) y con un puñado de hombres Iniciando la lucha armada (sic). Ese grupo transformó las con­diciones en favorables. Debemos ampliar el concepto clásico de situa­ción objetiva revolucionaria: es suficiente que existan una serie de alie­naciones sociales Insufribles y un grupo social dispuesto a combatir­las apoyándose en las masas que las sufren”5.

El foquismo es exactamente eso: la sustitución de la clase y de la lucha de clases, y la sustitución del partido obre­ro y de la maduración política de las masas, por “grupos sociales” dis­puestos a combatir en “circunstancias objetivas cualesquiera” con las ar­mas en mano. Está claro que el Progra­ma de Transición no habla de las guerri­llas, así como no habla de la ocupacio­nes de fábrica: aborda la cuestión de los métodos de lucha de manera pro­gramática (acción directa); tampoco lo hicieron los congresos del partido bol­chevique o de la III Internacional, a pesar de la experiencia guerrillera rusa de 1906/7, y tampoco hubieran podido hablar nunca de “una lucha armada permanente”, una tontería totalmente ajena a la lucha armada, que siempre fue concebida en relación a circunstan­cias y objetivos políticos. Moreno justifi­có su planteo foquista en nombre del trotskismo, aunque siempre evitó llevar a la práctica esas teorías, como lo de­nunciara Santucho, en su ruptura políti­ca con Moreno, en 1968.

Guerrilla rural en cualquier lado

Cuando el SU pasó a teorizar a favor del foquismo, lo hizo, según declaró uno de sus dirigentes, para “adquirir poder de alguna manera y contraatacar las acusaciones de stalinistas, maoístas y casuistas, de que los trotskistas no pasaban de teóricos impotentes y críticos incidentales”6. En función de estas “sólidas” razones, el IX Con­greso del SU (1969) llevó la teoría del foquismo al disparate: “aun en el caso de países donde hay grandes movili­zaciones y conflictos de clase urba­nos, la guerra civil tomará formas variadas de lucha armada, en las cuales el eje principal será la guerri­lla rural (sic), término cuyo significa­do esencial es social y geográfico-militar, no implicando una composi­ción social principalmente campesi­na (sic)… América Latina entró en un período de explosiones y conflictos revolucionarios de lucha armada y de guerra civil en escala continen­tal… La única perspectiva realista es la de una lucha armada que puede durar largos años. No se puede con­cebir la preparación técnica sólo como uno de los aspectos del traba­jo, sino como su aspecto fundamen­tal a escala Internacional”7. Nin­gún auténtico militante guerrillero po­dría reconocerse en estos desvaríos “teóricos”. Cuando el pensamiento va a la rastra de la acción, es inevitable que deje su marca servil por todos lados.

El SU —con Moreno a la cabeza- apoyó totalmente el planteo foquista de crear “los brazos armados de la OLAS” y declaró, en función de ello, caduca la construcción de partidos obreros (Congreso PRT, 1967). La principal sección construida por el SU con la política foquista (el PRT-ERP ar­gentino) acabó pasándose con armas y bagajes a posiciones etapistas y democratizantes, rompiendo con el SU en 1973. Las secciones del SU que lleva­ron a fondo la política foquista no logra­ron llegar a las masas en ningún lado. El SU volvió entonces a dividirse, sur­giendo una fracción (la Fracción Lenin- Trotsky, FLT), compuesta por el ex teó­rico del foquismo (en países ajenos), Moreno, y por el SWP, temeroso, él también, de aplicar la teoría foquista en EEUU (su dirigente Peter Camejo se refirió a la inconveniencia del foquismo en su país, citando como ejemplo nega­tivo a las Panteras Negras). El SU con­cluyó enfrentando las principales movi­lizaciones obreras. Cuando en Bolivia, por ejemplo, surgió la Asamblea Popu­lar (1971), el SU, fuera de ese proceso, pero dentro del ELN (Ejército de Liberación Nacional), amenazó de muerte a los campesinos de la Asamblea que no cumpliesen el programa revolucionario (del ELN…).

“Nuevas vanguardias”

En Europa, un mínimo de honesti­dad y consecuencia política debería haber llevado al SU a aplicar también la táctica foquista, la que, según sus auto­res, era independiente de las “condiciones objetivas clásicas”. Fue lo que llegó a proponer un sector de la sección francesa del SU: la LCR. A raíz de su teoría del “neocapitallsmo”, el SU no estaba preparado para advertir el arribo de una ola revolucionaria que, a partir de 1968, cubriría la mayor parte del viejo continente. El “neo-capitalis­mo”, sin embargo, había llevado al SU a imaginar sí el surgimiento de una “neo-vanguardia revolucionaria” capaz, en Europa también, de sustituir a la clase obrera, esto debido al “cam­bio cualitativo de la camada estu­diantil —decía el SU—, que hace de ella una fuerza social…; los que no comprenden el papel del movimien­to estudiantil, agregaba, no quieren comprender o admitir el hecho fun­damental de que la fuerza principal del hombre es su fuerza intelectual­mente creativa” (sic).

Así definían Weber y Ben Said, diri­gentes del SU, el equivalente europeo del foquismo: las “nuevas vanguar­dias clasistas”. El método de lucha de la “nueva vanguardia” adoptaba una versión atenuada de la “acción ejem­plar de las minorías” del foquismo que, para consumo metropolitano, era llamada “táctica de la escalada-provocación” (sic). Se trata de usar alternativamente la acción espectacular de un núcleo y las grandes manifes­taciones legales. Con la primera se provoca a la opinión (!) y a las autori­dades, se llama la atención, con las segundas, se asocian políticamente a la acción grandes camadas”8. La actividad del SU se centró en crecer en los medios estudiantiles, de gran dina­mismo al final de los años 60 (lucha contra la guerra de Vietnam), agitando demagógicamente la bandera del “vanguardismo estudiantil” y dejan­do de lado la construcción de partidos revolucionarios, que nada progresó en el período.

El fracaso del foquismo en América Latina obligó a una autocrítica del SU. Ella se caracterizó por escamotear toda responsabilidad del SU y endilgár­sela a las secciones latinoamericanas (diezmadas…), que fueron acusadas de “asimilación limitada de las posi­ciones teóricas y programáticas marxistas revolucionarlas” (o sea, de las del SU). En verdad, los latinoa­mericanos no habían hecho más que aplicar a fondo esas “posiciones”. La autocrítica llegó a afirmar que “la reso­lución del IX Congreso da una im­portancia considerable a la estrate­gia de lucha armada, que puede ser interpretada —y lo fue— como una reducción de la estrategia revolucionaria a la lucha armada” ¿Y cómo se la debía interpretar? El SU confesó que “nuestra estimación de las relacio­nes de fuerza en La Habana, sobre la cual basábamos nuestras posiciones, eran falsas”. Admitía que “aislán­donos del movimiento obrero tradi­cional (!) tenemos que asumir una responsabilidad moral y política por el destino de un cierto número de mi­litantes y de organizaciones de Amé­rica Latina”. Curiosa confesión por par­te de quienes decían que “sería estúpi­do establecer una ligazón mecánica entre la resolución del IX Congreso Mundial y los golpes sufridos por nuestras organizaciones latinoame­ricanas”9. Lo estúpido sería no esta­blecerla. El SWP aceptó esta autocrítica.

La base común del foquismo y del antifoquismo

Después de alentar “teóricamente” el foquismo, Moreno le dirigió una crítica completamente democratizante. Su ob­jeción principal al SU es que éste supo­nía que la existencia de dictaduras mili­tares era irreversible y que no veía que la burguesía apelaba a los “desvíos constitucionales”. La lucha armada, que antes había sido calificada de “per­manente”, ahora tenía la única utilidad de precipitar procesos de democratización, que debían ser aprovechados por medios legales. Para este aprovecha­miento Moreno forma el PST. “Nuestro Partido es el único en la izquierda revolucionaria argentina que públi­camente ha proclamado que apoya el ‘proceso de institucionalización’…” decía Avanzada Socialista, ór­gano del PST (4/7/74), refiriéndose a la política inaugurada por Lanusse en 1971. Para Moreno, los regímenes constitucionales eran progresivos, porque surgían como resultado de la “presión de las masas”, dejando en un tercer plano el carácter de clase de estos pro­cesos políticos y su función contrarrevo­lucionaria. Con esta tesis de que los regímenes constitucionales eran una conquista de las masas, el PST calificó la victoria electoral del peronismo en mar­zo de 1973 “como un triunfo de los trabajadores” (A. S., 15/3/73).

El foquismo se transforma así en antifoquismo, sin alterar una coma al con­tenido político democratizante común. La violencia se transmuta en anti-violencia sobre la base del mismo progra­ma y de la misma estrategia democrati­zante. Lo que al ojo superficial aparece como un viraje político violento no es más que una leve corrección del rumbo político: ¿No lo vemos aplicado esto hoy al PRT, Modepa y MTP?

Degeneración política final y completa

El pasaje del conjunto del SU al fo­quismo, y luego a la “democracia” (ver artículos anteriores) marca la estación terminal de la evolución de esta corrien­te política. Su degeneración es ahora completa. La negación del proletariado como el sujeto de la revolución contem­poránea y consecuentemente el aban­dono de la dictadura del proletariado (que es el eje de toda la teoría de la re­volución permanente), culminan el pro­ceso iniciado por el pablismo en la dé­cada del 50. El SU y sus tributarios, el morenismo y el SWP, pasan a revistar entre la pequeña burguesía que sigue las veleidades del momento, general­mente acuñadas por el propio imperia­lismo. La degeneración política y teóri­ca del llamado trotskismo oficial es fantástica: retrocede (bajo la presión del imperialismo y del stalinismo) hacia planteamientos pre-marxistas.

La IV Internacional sólo puede ser construida y reconstruida en tanto se señale el carácter contrarrevolucionario de este “trotskismo” pequeño bur­gués.                                                                    

Notas:

1. SWP, Discussion Bulletin, vol. 24, n 29, abril 1963, p.39

2. Pierre Frank, La Quatrieme Internacionale, Paris, Frangois Máspero, 1973, p. 101

3.  M.P. Apuntes para la historia del trotskismo, s.l.p. octubro 1980, p. 37

4. Nahuel Moreno, La revolución La¬tinoamericana, Lima, Chaupimayo 1962. Reeditado en 1971 por el Partido Revolucionario de los Trabajadores, Buenos Aires, p.77

5.  Idem, pp 53,56,69,70,76

6. George Novack, “Dos líneas, dos métodos”, Boletín de Informaciones Internacionales, n 2, s.l.p setembro 1973, p. 158

7. IX congreso de la IV Internacional, “Resolution on Latin America”, Intercontinental Press, 14 de julio de 1966, p 715/718

8. Henri Weber y Daniel Ben-Said. Mai 1968: une repetition generale, Paris, Francois Máspero, 1969

9. Comité Director Tendencia Mayoritaria Internacional (TMI-SU), “Autocrítica sobre América Latina”. Materiales preparatorios para la III Conferencia Trotskista Latinoamericana, Boletín n° 1, 1977