Aniversarios

10/11/2016|1436

Hungria (1956-2016): El estalinismo aplasta la revolución obrera (II)

¿Cuál es la importancia de rememorar hoy la revolución obrera que en 1956 llevó de la huelga general a la insurrección y a la conformación de organismos soviéticos derrotando a los tanques rusos un 24 de octubre?1 Quizás la respuesta esté en la introducción y el punto 7 del programa votado por la asamblea de delegados de todas las fábricas de Budapest el 14 de noviembre de 1956 -entre 4.000 y 5.000 obreros- al constituir el Consejo Obrero Central de los Consejos Obreros formados durante la revolución. Allí se planteó la “lealtad incondicional con los principios del socialismo” y la “abolición del sistema de partido único y el reconocimiento sólo de aquellos partidos que se basen en principios socialistas”. Fue la confirmación, 18 años después, del vaticinio del Programa de Transición: “sólo el levantamiento revolucionario victorioso de las masas oprimidas puede regenerar el régimen soviético y asegurar la marcha adelante hacia el socialismo”. Confirmó la vigencia de la revolución obrera triunfante que estableció, hace 99 años, el primer estado obrero en la historia del mundo. La semilla de la revolución política que anidó en Berlín (1953), 
 
 Hungría y Polonia (1956), Checoeslovaquia (1968) y Polonia (1980/81) tuvo en las insurrecciones de Hungría y Polonia sus puntos más altos por el protagonismo de la clase obrera. Estas revoluciones políticas evolucionaron hasta convertirse en una rebelión de las fuerzas productivas contra el capital, a partir del entrelazamiento de la burocracia contrarrevolucionaria con el imperialismo. Fueron el banco de prueba (fallido) de la izquierda y de la IV Internacional de entonces. No un dato menor, toda la burguesía mundial se alineó con la burocracia del Kremlin y avaló el aplastamiento de una revolución que podía cambiar los destinos de Europa.


La constitución del Consejo Obrero Central fue un signo de la madurez de la revolución obrera, que había tenido a los intelectuales y la juventud estudiantil como primera línea en sus orígenes. La crónica más sólida sobre estos hechos2 revela que mucho antes de ser fundado “era inevitable” la constitución del Consejo Central porque “los consejos obreros estaban empezando a actuar como semilleros de personas que eran capaces de dirigir la producción en las fábricas y que se proponían la coordinación”, que una parte de sus miembros “habían hecho sus primeras armas en la revolución de los Consejos de 1919” y casi la mitad de los delegados eran jóvenes de entre 23 y 28 años de edad.


 


En su programa de ocho puntos planteó la reposición de Imre Nagy como primer ministro, depuesto diez días antes por la segunda invasión rusa; el retiro de todas las tropas soviéticas; la expulsión de los miembros de las antiguas fuerzas de seguridad; la libertad de los luchadores; la huelga general hasta tanto hubiese una respuesta.


 


La burocracia del Kremlin dispuso la segunda invasión, materializada entre el 3 y 4 de noviembre con tropas seleccionadas para evitar el contagio revolucionario, que había afectado a las tropas en la primera represión. Lo hizo porque consideró agotada la experiencia de Nagy, por su debilidad frente a la insurrección obrera. Hasta ese momento Nagy, bajo la presión del movimiento revolucionario, había depurado a elementos estalinistas del estado, disuelto a la policía política y constituido una nueva dirección política, encabezada por él. Desde la victoria de la insurrección obrera y el primer retiro de las tropas rusas Hungría asistía a una experiencia de absoluta libertad política y de organización. El PC estaba en franca disgregación, los “servicios” de la vieja policía secreta eran cazados en las calles y muchas veces linchados. Los Consejos Obreros rechazaban cualquier tipo de subordinación a los partidos políticos (incluido el PC).


 


¿Restauración?


 


En este proceso, el papel del cardenal Mindszenty, de la Iglesia, o de viejos dirigentes políticos de la burguesía o la monarquía, fue absolutamente marginal y reaccionario. La socialdemocracia se negó a participar del gobierno Nagy por las concesiones que este realizaba a la insurgencia obrera. La Iglesia llamó a respetar la ley y la “moderación” en un esfuerzo por preservar el régimen burocrático, como lo haría en Polonia, 25 años más tarde. Partidos menores, como el de pequeños propietarios participaron de la coalición de gobierno pero sobre la base de reconocer el monopolio político del PC, que era lo que repudiaban las masas. Ninguna de estas fuerzas tenía peso en los Consejos Obreros que se ocuparon de defender en cada proclama la estatización de la banca, la industria y el comercio exterior.


 


El “relato” estalinista e imperialista, según el cual Hungría marchaba hacia la restauración del capitalismo fue una absoluta patraña.


 


Los límites del doble poder


 


Desde la victoria de la insurrección se instaló en Hungría un doble poder. De un lado el gobierno reformista de Nagy, del otro, el régimen de los Consejos Obreros. Estos últimos aceptaron reconocer al gobierno y colaborar con él. Nagy proclamó el reconocimiento de los Consejos y el respeto a la voluntad popular. Se produjo de este modo una situación política planteada en otras grandes revoluciones, de entrelazamiento de dos poderes rivales, de contenido social e histórico diferentes. Un intento de conciliar a una fracción de la burocracia en el poder, partidaria de la reforma (y preservación) del aparato estatal, y la organización de la clase obrera, orientada a la destrucción de la burocracia.


 


El puente entre estos dos polos de poder era la confianza depositada por las masas trabajadoras en los sectores reformistas (titoístas) de la burocracia del PC. Sin embargo, Nagy se había opuesto a tomar el poder enancado en la insurrección y se opuso a toda medida que quebrara la legalidad del régimen. El 1º de noviembre, ante el impasse en las negociaciones con los rusos, proclamó el retiro de Hungría del Pacto de Varsovia, un mecanismo de sometimiento de los trabajadores de Europa del Este a la burocracia rusa, en la línea seguida por la burocracia yugoeslava liderada por Tito. No lo hizo en función de un llamado a la solidaridad revolucionaria de los trabajadores del mundo, sino como un intento desesperado para frenar la invasión rusa mediante la intervención diplomática de las potencias occidentales (incluida la ONU).


 


La resistencia


 


El 4 de noviembre, 200 mil soldados y 6 mil tanques soviéticos ingresaron a Hungría. La burocracia del Kremlin impuso un gobierno fantoche, encabezado por Kádár, un dirigente del ala reformista del PC, y se inició un baño de sangre, cárceles y deportaciones.


 


La ofensiva no logró aplastar en forma inmediata a la clase obrera. La nueva dirección de los trabajadores húngaros continuó con la huelga general durante diez días, repitiendo las demandas que los trabajadores habían levantado en los primeros días de la revolución.


La demanda central era el reconocimiento legal de los Consejos Obreros con autoridad exclusiva en la gestión de la industria. La heroica resistencia continuó unos meses (hubo una enorme huelga general en diciembre) pero la represión, la cárcel, el hambre y el frío terminaron de liquidarla. El saldo fueron 2.500 muertos, miles de heridos, cientos de encarcelados, 200 mil exiliados y 13 mil en campos de concentración. 350 personas fueron ejecutadas posteriormente, entre ellas Nagy.


 


El imperialismo apoyó en pleno la acción del gendarme ruso. La misma semana en que los húngaros se levantaban contra la ocupación, el ejército sionista, apoyado por el imperialismo anglo-francés, invadía la península del Sinaí hasta el Canal de Suez, que había sido nacionalizado por el gobierno de Nasser. La URSS y el imperialismo yanqui -que habían sido parte de la coalición que impuso el estado enclave de Israel en 1948- se unieron aquí también para impedir una evolución independiente de las masas.


 


La izquierda 


 


La invasión rusa fue respaldada por los partidos comunistas del mundo. Entre ellos, los futuros líderes del movimiento eurocomunista como el italiano Palmiro Togliatti o el español Santiago Carrillo. También el maoísmo: en enero de 1957, Chou En-Lai, primer ministro de la República Popular China, visitó Varsovia y Budapest para defender la acción del ejército soviético. El gobierno yugoeslavo, luego de haber condenado la primera invasión, apoyó la segunda. En la ONU, junto a los nacionalistas de la India (formaban parte del movimiento de Países No Alineados), condenaron a Inglaterra y Francia por su aventura de Suez pero guardaron un silencio cómplice frente a Hungría. Todos ellos cuidaban sus propias espaldas: la revolución política, como se revelaría muchos años después, también se estaba haciendo presente en la propia URSS.


 


La IV Internacional, revisionista, negó su apoyo a la revolución política y planteo que el gobierno reformista del PC debía “maniobrar frente al Kremlin, en el interior de dicho campo”3. Ni siquiera planteó la expulsión del Ejército Rojo de Hungría, convirtiéndose en cómplices de la invasión y la masacre posterior. La corriente orientada por Nahuel Moreno consideró lo ocurrido en Hungría “una revolución nacional y democrática apoyada por los…Consejos Obreros”. Hungría, como Polonia, habrían sido “revoluciones nacionales -contra el opresor extranjero- y democráticas -contra el totalitarismo político y las injusticias sociales”4. Adviértase: no revoluciones obreras y socialistas con reivindicaciones nacionales y democráticas, sino “nacionales y democráticas”. Moreno desenvolvía, de este modo, su propio revisionismo del trotskismo. La revolución democrática es, por su carácter de clase, una revolución (o contra revolución) burguesa. No podría ser nunca anticapitalista. La burocracia lanzó la restauración capitalista no sólo para convertir sus privilegios en propiedad, sino como medida de defensa ante la perspectiva de la revolución proletaria.


 


 


 


1. Ver Prensa Obrera N° 1.435.


2. Balász Nagy: “Estudios sobre la revolución húngara”, http://www.marxists.de/statecap/index.htm.


3. “La IVe. Internationale”, diciembre 1956, citado por Jean-Jacques Marie: El Trotskismo, Ediciones Península, Barcelona, 1972.


4. Nahuel Moreno: “El marco histórico de la Revolución Húngara”, Revista Estrategia (segunda época), 1957.