Aniversarios
12/11/2009|1108
La caída del Muro de Berlín
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La caída del Muro de Berlín en la noche del 9 de noviembre de 1989, en medio de grandes manifestaciones de júbilo popular, dividió radicalmente la historia de la posguerra europea.
Antes de su caída, la burocracia soviética pretendía alcanzar la seguridad de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) mediante una política de concesiones estratégicas a la contrarrevolución mundial. En este cuadro, la política restauracionista de los sucesores de Brezhnev era gradual y timorata. La penetración imperialista en los ‘países de Este’ seguía el mismo ritmo ‘gradual’, a través de préstamos financieros, preferencias comerciales y acuerdos entre empresas de uno y otro lado de la “Cortina de Hierro”.
La caída del Muro no inventó nada, solamente “aceleró” la historia y terminó con las medias tintas. En el curso de los tres meses siguientes ‘cayeron’ los regímenes ‘comunistas’ de Polonia, Checoslovaquia y Rumania. Las ‘reformas de mercado’ se aceleraron en la URSS. El imperialismo mundial perdió toda ‘cautela’ y se lanzó osadamente a la conquista del Báltico, de China, de Ucrania y de Georgia. La anexión de la República Democrática Alemana (RDA) fue el “modelo” para la anexión capitalista de Europa Oriental.
Una maniobra
La crisis política que llevó a la caída del Muro comenzó en marzo de 1989, cuando Hungría levantó las restricciones fronterizas para el pase de ciudadanos este-alemanes a Austria y, desde allí, hacia Alemania Occidental (que les reconocía la plena ciudadanía).
Incluso, “antes de que el Muro se volviera poroso, más de 200.000 alemanes del Este habían viajado a la República Federal de Alemania (RFA) durante ese año” (The Economist, 18/11/89).
Este intercambio de ciudadanos estaba pactado entre los dos Estados alemanes; Alemania Oriental obtuvo compensaciones monetarias y crediticias y hasta preferencias comerciales (la RFA pagaba el déficit comercial de la RDA con los restantes países de Europa occidental). Ya desde mediados de los ’80, los dirigentes del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED) habían entrado en asociaciones de colaboración económica con sus ‘colegas’ estatales del Oeste y reclamaban ‘reformas de mercado’. Siegfred Lorenz, miembro del politburó, escribía entonces que ‘no hay dudas de que cambios y reformas fundamentales son necesarias en la RDA. Hay mucha discusión alrededor de esto. Pero finalmente, todos manteníamos la boca cerrada” (citado en Democratic Transition in East Germany: 1989/90).
Markus Wolf, jefe de la policía política, la Stasi, respaldaba a los ‘reformistas’: “Lo más loco de todo –escribió Wolf– era que la necesidad del cambio era ampliamente reconocida y cualquiera con el que hablara lo reconocía abiertamente, incluso en los más altos niveles. Eso se aplicaba a todos los que deberían haber actuado, incluyéndome a mí mismo” (Land y Possekel, citado por Gareth Dale, op. cit.).
A puertas cerradas, una parte de la dirección del SED reclamaba –bastante antes de la caída del Muro– una política de “reformas”.
Hungría – una semicolonia financiera del FMI y un satélite político de Moscú– sólo accedió a levantar las restricciones fronterizas luego de obtener el visto bueno de Washington, Bonn y Moscú. “El Kremlin no dio señales de oponerse a la salida de orientales hacia Occidente [porque] teme que la política antirreformista de Honecker conduzca a un serio e incontrolable levantamiento popular” (Clarín, 18/9/89).
Es indiscutible, entonces, que “la crisis de los refugiados parece forzada por el imperialismo y los reformistas orientales para abrir una crisis política en la RDA que permita el desplazamiento de Honecker, el llamado ‘Brezhnev alemán’ y abra el curso a una perestroika este-alemana” (Prensa Obrera, 21/9/ 1989).
¿Hubo una revolución?
El 17 de octubre, en medio de enormes movilizaciones, cayó Honecker (con el tácito respaldo de Gorbachov). Lo sucedió Krenz. El Muro cayó entre el 9 y 10 de noviembre, pero los reformistas no esperaron su caída para imponer su programa.
A comienzos de noviembre, los gerentes de los grandes combinados industriales reclamaron una ‘reforma económica radical’. El Comité Central del SED, celebrado entre el 8 y el 10 de noviembre [antes de la caída del Muro], enfatizó esta orientación. Bajo la dirección de Modrow, del ala reformista, el énfasis fue puesto en el desmantelamiento de las estructuras de comando económico y en la devolución del poder y los riesgos de las autoridades centrales a los gerentes empresarios […] en función de establecer “una economía socialista orientada por el mercado’, la libre convertibilidad del marco de la RDA, la colaboración con firmas occidentales, la ‘flexibilización’ de las relaciones laborales y la reducción del gastos social” [“Actas del Comité Central del SED”, citado por Gareth Dale, op. cit.].
El Muro cayó como resultado de un levantamiento popular, pero la burocracia del SED nunca perdió el control del aparato estatal. El Estado no fue desmantelado, tampoco la policía secreta. El poder se transmitió dentro del aparato staliniano alemán, de los ‘duros’ a los ‘reformistas’, en la precisa dirección establecida por Moscú, consentida por el imperialismo.
Destacando las diferencias, un artículo publicado cuando cayó el matrimonio Ceaucescu, en Rumania, Prensa Obrera señalaba que “los acontecimientos rumanos pusieron por primera vez en cuestión el control ‘por arriba’ del proceso de ‘democratización’ de Europa, el cual tiene lugar bajo la atenta mirada de la burocracia rusa y el imperialismo norteamericano y europeo” (Prensa Obrera, 28/12/ 1989).
Nuevo Foro
La maniobra lanzada por los burócratas e imperialistas era, con todo, muy riesgosa. Había desatado un movimiento de masas que incluía huelgas en empresas y en ciudades enteras y reclamos de democratización radical. Además, había replanteado dos problemas históricos de dimensiones enormes.
El primero era la unificación burguesa de Alemania, que podía romper los equilibrios establecidos en el continente europeo.
El segundo, una unificación del proletariado de Alemania en el plano sindical y político, con la posibilidad de alterar el régimen que había caracterizado al país desde el fin de la guerra.
Ante los problemas que enfrentaba, la dirección ‘reformadora’ convocó a una parte de la oposición, formada al abrigo de la Iglesia protestante: el llamado ‘Nuevo Foro’. A pesar de su condición democratizante y antisocialista, el ‘Nuevo Foro’ contaba con el apoyo masivo y sin fisuras de la izquierda europea, en particular la trotskista. Lo reivindicaban el Secretariado Unificado, el Partido Socialista de los Trabajadores (SWP) británico y los morenistas, esto en función de su apoyo a la perestroika de Gorbachov.
Las corrientes trotskistas europeas rechazaban plantear la unidad socialista de Alemania y defendían “reformar a la RDA”. En su periódico de la época, el morenismo (MAS), criticaba al gobierno de Alemania Oriental por haberse “negado a introducir las reformas de apertura que la lucha de los trabajadores ha impuesto en otros países como la Unión Soviética” (citado en Prensa Obrera, 3/10/1989). El planteo defendía la continuidad del Estado oriental y la viabilidad de la coexistencia con el del Oeste. La izquierda no fue capaz de presentar un planteo de unidad de Alemania de carácter socialista y, en esencia, un programa de reivindicaciones transitorias comunes para el proletariado de uno y otro lado de las fronteras artificiales.
La consigna de la “unidad socialista de Alemania” fue levantada (de manera solitaria) por el Partido Obrero: quebrar el artificio político montado para dividir al proletariado más fuerte de Europa y unificarlo en torno a sus derechos sociales democráticos. Por la existencia de sindicatos comunes y convenios únicos en las dos regiones alemanas, con iguales salarios, conquistas sociales, régimen jubilatorio, de salud y condiciones de vida para que la unidad no se hiciera en perjuicio de uno u otro (como ocurrió efectivamente). Para todo esto era necesario condicionar la unidad de Alemania a la convocatoria de una Asamblea Constituyente, o sea que fuera el fruto de una deliberación política. Lo que acabó ocurriendo fue, en cambio, una anexión o ‘anchluss’ (como cuando Hitler anexó a Austria).
La política de ‘reformar la RDA’ llevó a convocar a elecciones en marzo de 1990, donde se impuso el Partido Demócrata Cristiano de Alemania Oriental. Luego de integrar durante más de cuarenta años la coalición de gobierno con el stalinismo, después de la caída de Honecker se pasó al Partido Demócrata Cristiano Occidental de Helmuth Kohl. ‘Nuevo Foro’ y sus aliados ‘izquierdistas’ sacaron menos del 5% de los votos. ¡Qué perspicacia tuvo la izquierda! ¿no?
Cada uno por sus propios intereses, la burocracia reformista, el imperialismo y las masas concurrieron al derrumbe del Muro. El PO lo caracterizó de la siguiente manera: “Los sucesos de noviembre y diciembre pasados, que acabaron con la inamovilidad de los stalinistas y con el Muro de Berlín, no fueron una revolución sino una semi-revolución, lo cual hasta cierto punto, o relativamente, significa que fueron una contrarrevolución. Esto porque la burocracia no fue derrocada, de modo que tampoco se procedió a su expropiación política. La dirección política quedó en manos de las corrientes gorbachovianas que propugnan la integración al capitalismo mundial (Prensa Obrera Nº 297, 27/3/90).
El imperialismo y la burocracia no prepararon políticamente la caída del Muro. El hecho los sorprendió, pero estaban mejor preparados que la izquierda para encarar la crisis. Durante cuarenta años, la izquierda se opuso a la unidad de Alemania y defendió a rajatabla una división política que había reforzado el dominio del imperialismo mundial sobre el proletariado de Europa.
La anexión
La unificación nacional no era, sin embargo, un procedimiento sencillo, de un lado porque entrañaba la solución de contradicciones explosivas, del otro porque debía satisfacer las aspiraciones de las masas sublevadas. Por esto, la unificación monetaria premió a los habitantes del este, al reconocer una paridad que no existía en la realidad (1 a 1 cuando en el mercado negro la relación era 1 a 5). Pero esta sobrevaloración del cambio condenó a la quiebra a la industria oriental.
La ‘anexión’ significó una enorme destrucción de fuerzas productivas: en la RDA desaparecieron las dos terceras partes del PBI industrial este-alemán y la desocupación superó el 40% de la población activa. Así, la burguesía alemana (RFA) destruyó a un competidor potencial y se apoderó de sus joyas industriales a precios de remate. La burguesía alemana se valió de la situación para atacar las condiciones de vida de los obreros del oeste y agudizar la competencia entre los trabajadores de ambas regiones.
El ‘1 a 1’ sólo rigió para las tenencias de monedas, no para los salarios ni los servicios sociales. Disparó los precios, pero no las remuneraciones. La anexión agudizó la división de la clase obrera alemana e inició una fuerte desindustrialización del Este. Hoy mismo, la tasa de desempleo en el este duplica la del oeste; en el oeste, el número de “nuevos pobres sin esperanza” llega al 4% de la población, pero en la región oriental al 20% (Le Monde, 18/10/06). Desde la anexión, la población en la región oriental se redujo en un 25%; en los últimos veinte años, los alemanes del este emigraron masivamente.
Aún hoy, veinte años después, los partidos de la izquierda alemana y europea no tienen una agenda de unidad social, económica y política de la clase obrera germana. Los ‘herederos’ de los ‘reformistas’ de 1989 –el partido Linke, formado por una fracción de izquierda de la socialdemocracia y los restos del viejo stalinismo este-alemán (que constituye una ‘referencia’ y hasta un ‘modelo’ para la izquierda ‘trotskista’ continental, como el SU) integra, junto con la socialdemocracia oficial alemana, el gobierno estadual de Berlín.
Crisis mundial
Aunque la burguesía ha logrado unificar a Alemania en términos capitalistas, la cuestión de la unidad social, política y económica del proletariado alemán sigue en pie. Con Alemania unida llegaron el euro (1992), el tratado de Maastricht (1992) y el de Lisboa (2007), y con ellos un retroceso en las condiciones de vida de los trabajadores alemanes y de toda Europa. El destino final de la unificación alemana será decidido por la crisis mundial del capitalismo. Lo mismo vale para la llamada unificación de Europa.