Aniversarios

14/3/2021

La Comuna de París y la separación de la iglesia del Estado

El 3 de abril de 1871, a menos de un mes de haberse establecido la Comuna de París como primer gobierno obrero de la historia, esta adoptó una medida democrática radical, que la burguesía había dejado inconclusa y abortada en la gran revolución francesa de 1789 y la instalación de la república de 1792, y tampoco desde la instauración nuevamente de la república tras la caída del Imperio en setiembre de 1870.

El decreto de la Comuna expresaba esto:

“La Comuna de París, considerando que el primero de los principios de la República francesa es la libertad;

Considerando que la libertad de conciencia es la primera de las libertades;

Considerando que la financiación pública a las religiones es contraria a aquel principio, ya que se impone a los ciudadanos contra sus propias creencias.

Considerando, de hecho, que el clero ha sido cómplice de los crímenes de la monarquía contra la libertad;

Decreta:

Art.1. Se separa la iglesia del Estado.

Art.2. Se suprime la financiación pública de las religiones.

Art.3. Los bienes llamados de manos muertas, pertenecientes a las congregaciones religiosas, muebles e inmuebles, son declarados propiedades nacionales.

Art.4 .Se iniciará inmediatamente una investigación sobre estos bienes para constatar su naturaleza y ponerlos a disposición de la nación.”

Dos días más tarde, la Comuna demolió la capilla expiatoria erigida en desagravio por la ejecución de Luis XVI.

De 1789 a 1871

Antes de la Revolución de 1789 la iglesia católica era propietaria de un quinto de las tierras de Francia. Se calcula que en 1770 había 38.000 parroquias y 60.000 párrocos. El clero estaba beneficiado por la exención de tributos y tenía ingresos en virtud del diezmo obligatorio cobrado a los campesinos que, además, ya en el siglo XVIII pagaban tributos al Estado. Los campesinos pobres sometidos a la imposición de los derechos feudales que incluían los de la iglesia habían acumulado un profundo odio hacia el clero. Este, además, tenía el monopolio en materia educativa y asistencial.

El odio de las masas de labriegos y trabajadores urbanos contra la iglesia se manifestaba tanto en la acción práctica contra la opresión clerical, como en los textos de las cahiers doléances (cuadernos en los que las asambleas de los pueblos exigían medidas) donde se pedía romper con la iglesia y expropiar sus bienes. En octubre de 1789 la Constituyente consideró la confiscación de los bienes del clero. En parte como forma de sostener el presupuesto del Estado; pero, también, como fruto del reclamo popular. El obispo de Autun en su exposición ante la Asamblea Constituyente intentó justificar el poderío eclesiástico: “el clero no es un propietario como otros propietarios, puesto que la propiedad de que goza y de la que no puede disponer, se le ha dado no para uso personal sino para que preste un servicio público”. Sobre la base de este argumento, el 2 de noviembre de 1789 la Asamblea Constituyente decretó: “toda la propiedad eclesiástica pertenece a la Nación junto con el deber de proveer de modo satisfactorio, para la manutención de sus curas y la ayuda de los pobres”. Un intento de congeniar las partes en medio del desarrollo revolucionario.

Pero para el clero no fue suficiente y seguía conspirando contra la revolución. En respuesta a esto la asamblea legislativa en 1790 procedió a la supresión de los votos perpetuos y de las órdenes monásticas. No tocaron, sin embargo, a las congregaciones dedicadas a la educación y asistencia de los enfermos. La burguesía se resistía a ajustar cuentas definitivamente con el clero. Recién el 18 de agosto de 1792, después de la irrupción popular y la toma de las Tullerías, la burguesía emancipó del poder de Roma a la iglesia y los obispos pasarían a ser elegibles. Esto no impidió que los obispos siguieran conspirando contra la revolución, algunos aparentando fidelidad al Estado y otros negándose a la misma (los denominados “no juramentados”).

Cabe enfatizar que solo la movilización popular obtuvo esto. Ya en junio de 1790, impulsado por la oleada revolucionaria, el pueblo de Avignon (territorio papal transitorio) se rebeló contra el Papa y una asamblea popular decidió que la ciudad pasara a ser francesa. El impulso revolucionario potenció en un nivel superlativo el odio de las masas contra todas las expresiones de opresión. Los sans culottes (los descamisados), el sector más radicalizado en lucha, como parte del ajuste de cuentas con el poder constituido, incendiaron el palacio real, las Tullerías, el Palacio de Justicia, la catedral de San Eustaquio y Notre Dame.

El 24 de julio de 1794, la burguesía contrarrevolucionaria dio un golpe de Estado conocido como el Termidor, con una ola de asesinatos masivos contra los jacobinos y hebertistas. En 1795, el Directorio termidoriano autoriza las manifestaciones religiosas de la iglesia suprimiendo la legislación contra los sacerdotes refractarios, etc.

Napoleón, al mando de tropas, reemplazó a los termidorianos e impuso el consulado estableciendo una dictadura “bonapartista”. Termina con la breve separación (parcial) de la Iglesia respecto al Estado y arma un “concordato” con el Papa. Al ser designado Bonaparte emperador, en 1804, es el papa Pío VII, quien lo corona en la catedral de Notre Dame. La burguesía vuelve a asociarse y servirse de la reacción clerical, para asentar y estabilizar su dominio. Durante varias décadas hay una lucha entre la restauración monárquica que tiene el apoyo activo de la curia eclesiástica y la resistencia republicana, con sus idas y vueltas. Finalmente Napoleón III, sobrino de Napoleón Bonaparte, luego de la revolución derrotada de 1848, se autoproclama (el 18 brumario) emperador. La política del “emperador” en materia religiosa empieza por el aumento el presupuesto a favor de la iglesia, incrementando su influencia en la asistencia pública y educación.Crecieron las congregaciones religiosas. Se fundaron hospitales y hospicios católicos. Concedió amplias facultades a la enseñanza privada religiosa. Aumentó la cantidad de escuelas católicas y la jerarquía eclesiástica ocupó puestos relevantes en la dirección nacional de la educación. En los pueblos los curas ejercían un control sobre el contenido pedagógico impartido por los maestros.

Tras sus primeros y vacilantes actos anticlericales, la gran burguesía no pudo, ni quiso ser consecuente. Fue al compromiso con los monárquicos y la curia. Necesitaba de la iglesia para defender el nuevo régimen de explotación capitalista, para impulsar la resignación a la explotación por parte de la masa trabajadora. Los republicanos burgueses trataban de debilitar a los monárquicos y avanzar hacia el laicismo, pactando con la curia.

Iba a ser la clase obrera, quien emprendería esta acción liberadora y antioscurantista.

La separación de la Iglesia del Estado hecha por la Comuna fue una acción consciente sobre el papel reaccionario de la iglesia a partir de la experiencia recorrida desde el triunfo de la revolución en 1789. Marx ensalzó esta medida señalando que después de haber disuelto el ejército permanente, terminando con el órgano represivo de las clases dominantes (y proceder al armamento popular), la separación de la iglesia del Estado rompía con las cadenas ideológicas en que se asentaba el Estado explotador de la aristocracia, la burguesía y el clero.

La Comuna expropió los bienes de la iglesia y la separó de la educación y la asistencia social; y le quitó todo tipo de apoyo financiero por parte del Estado. Los servicios religiosos (y sus curas) debían ser financiados por los feligreses, no por los impuestos que pagaba el pueblo trabajador. Se retiraron todos los símbolos religiosos de escuelas y edificios públicos. Los curas respondieron a esto boicoteando, conspirando y luchando contra el gobierno de la Comuna. Un bando de la Comuna pegado en las calles de París denunciaba:

“Los Hermanos y las Hermanas de las Escuelas Cristianas han abandonado sus puestos.

SE CONVOCA a todos los Profesores Laicos, para que se presenten en la Alcaldía, Oficina del Secretariado General. Esperamos que esta laguna sea pronto subsanada, y que todos reconocerán que nunca se nos ha ofrecido una ocasión más solemne para inaugurar definitivamente la instrucción LAICA, GRATUITA Y OBLIGATORIA”.

Contra el oscurantismo anticientífico, la Comuna proclamó “¡La ignorancia y la injusticia dejan sitio a partir de ahora a la Luz y al Derecho!”.

Lamentablemente, la Comuna no pudo culminar su obra como resultado de su derrota, pero sí demostró qué clase social es capaz de liberar a la humanidad de toda explotación, opresión e ignorancia. La feroz lucha que se libró entre el ejército de los versalleses (gobierno presidido por Thiers, representante de la burguesía contrarrevolucionaria) y la clase obrera y el pueblo explotado de París tuvo al clero del lado de la represión sangrienta. Derrotada la Comuna, el 28 de mayo de 1871, la cacería de obreros heroicos que defendieron su propio gobierno, por parte del ejército contó con la delación de curas como ocurrió con el revolucionario Eugene Varlin en la Plaza Cadet.

Lógicamente, el gobierno contrarrevolucionario que se instaló en París, luego del sangriento aplastamiento de la Comuna, anuló la separación de la Iglesia del Estado y las medidas anticlericales adoptadas. Los curas volvieron a enseñorearse en la educación, etc.

Pero… como suele suceder con revoluciones y grandes luchas derrotadas, tiempo después algunos aspectos de sus reclamos terminan imponiéndose en la realidad política y social. La Iglesia era socia de las tendencias restauracionistas monárquicas (se negaba a reconocer ya no la bandera roja de la Comuna, sino la tricolor de la República y pretendía que se volviera a oficializar la bandera blanca con una flor de lis). En 1877 se produjo una aguda crisis política ante un fuerte avance monárquico. Curia y reacción eran las caras de la misma moneda. La lucha de los republicanos burgueses contra este intento restauracionista se vio obligada a tomar medidas contra la Iglesia. Terminó suprimiendo la educación religiosa en las escuelas, instalando el laicismo. La burguesía republicana se adelantaba preventivamente propugnando: “Une école laïque, pas une école sociale” (Una escuela laica para que no haya una escuela social). La reacción clerical francesa acusaba a los docentes no clericales de difundir “ideologías subversivas” como el socialismo y el anarquismo. Toda similitud con los ataques de la secretaria de Educación de la CABA, Soledad Acuña, acusando los docentes porteños de “zurditos”, no es casualidad.

Ferry, el ministro burgués republicano que impulsó estas leyes laicistas en la década del 80, declaró en un discurso previo: “en las escuelas confesionales, los jóvenes reciben una enseñanza dirigida contra las instituciones modernas. […] Si esta situación continúa, se puede temer que otras escuelas no se constituyan abiertas a los hijos de los obreros y de los campesinos, donde se enseñarán principios totalmente opuestos, inspirados tal vez de un ideal socialista o comunista extraído de tiempos más recientes, como por ejemplo a esta época violenta y siniestra comprendida entre el 18 de marzo y el 24 de mayo de 1871”. El fantasma de la Comuna de París sobrevolaba a las clases capitalistas. ​

La separación de la iglesia del Estado, a la luz de la Comuna y la posterior experiencia mundial será obra de la clase obrera en el poder, la que emprendiendo esta tarea lo hará simultáneamente en la lucha por la expropiación del capital, la supresión de la explotación de la fuerza de trabajo humana y la destrucción del Estado capitalista.

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