A 71 años del asesinato de León Trotsky: La inmensa vigencia de un legado

El 20 de agosto de 1940, a las siete de la mañana, León Trotsky recibió en su despacho en la casa fortaleza de Coyoacán, México, a quien se hacía llamar Jackson Monard y suponía un camarada. Este lo mató de un golpe de piqueta en el cráneo. Diez años después, se supo oficialmente que Jackson era Ramón Mercader, un sicario español al servicio de una operación criminal organizada por la burocracia de la URSS, que falleciera en Cuba en 1978. El 20 de mayo de 1940, Trotsky había salido indemne de otro intento de asesinato ejecutado bajo la misma inspiración y con la dirección del pintor comunista Alfaro Siqueiros.

Al momento del asesinato, la II Guerra Mundial llevaba un año y estaba en vigencia el pacto Hitler-Stalin, que se desmoronaría poco tiempo después con la invasión nazi a la URSS. El atentado fue obra de los servicios secretos de Stalin, pero tuvo la aquiescencia del imperialismo mundial. Expulsado de Rusia y luego, sucesivamente, de Turquía, Francia y Noruega, rechazado por Estados Unidos, el revolucionario ruso se había convertido en un paria internacional hasta que la invitación del gobierno nacionalista de Lázaro Cárdenas le abrió las puertas de México.

El 25 de agosto de 1939, casi un año exacto antes de su asesinato y a días del inicio de la Segunda Guerra, la prensa internacional había recogido la franca advertencia del embajador francés en Alemania al mismísimo Hitler: “Temo que, como resultado de la guerra, haya un solo verdadero vencedor: Mister Trotsky”. Su eliminación estaba en la agenda de la burguesía mundial, desde el momento en que la guerra imperialista llevaba a la revolución y la IV Internacional actuaba en esa perspectiva.

León Trotsky era, a esta altura, casi un solitario sobreviviente de la dirección que había dirigido la Revolución de Octubre en Rusia: de los veinticuatro miembros del CC del Partido Bolchevique en 1917, sólo sobrevivían él, en el exilio, y Stalin, en la cumbre del poder: las dos terceras partes de sus miembros habían sido asesinados por la dictadura del Kremlin. La misma suerte había corrido el estado mayor del Ejército Rojo dirigido y organizado por él, responsable de la victoria sobre los cinco ejércitos que invadieron Rusia para impedir la revolución.

El asesinato del revolucionario ruso se produjo en el escenario internacional que Víctor Serge llamó “la medianoche del siglo”, un período contrarrevolucionario caracterizado por las victorias del fascismo, la consolidación del estalinismo en la URSS y la derrota de la revolución española. Ramón Mercader formó parte de los “grupos de tareas” del Partido Comunista agente del Kremlin, responsables de la matanza sistemática de dirigentes y militantes anarquistas, socialistas y trotskistas en nombre de la defensa del Frente Popular y del desangre de la revolución que hubiera cambiado el signo de la historia, bloqueando el camino hacia la Segunda Guerra Mundial.

La muerte del fundador de la IV fue, por lo tanto, sólo un episodio de la saga trágica que se inicia una década antes y tiene sus jalones previos en los “juicios de Moscú” y en las matanzas selectivas de las bandas fascistas y nazis. La función de las masacres no es ingenua: forma parte de la preparación de la guerra al eliminar a militantes y dirigentes que podían convertir la guerra imperialista en una guerra civil internacional.

Nadie como León Trotsky vaticinó los crímenes de esta etapa y se erigió en baluarte de la lucha contra el ascenso del fascismo alemán. Fue él quien sostuvo la necesidad de constituir un frente único de los partidos obreros – socialista y comunista – frente a los nazis, denunciando la política criminal de división impulsada por la burocracia del Kremlin. Fue él quien en 1929 -el ascenso de Hitler se producirá en 1933- denunció como “mortal” la política del estalinismo que colocó en un mismo plano a la socialdemocracia y al fascismo y llamó a oponerse a ella desenvolviendo métodos revolucionarios para aplastar físicamente a las bandas nazis. En 1932 advirtió -¡ocho años antes¡- que el ascenso del fascismo en Alemania llevaría a la guerra contra la URSS y fue el primero en advertir el holocausto que se le preparaba al pueblo judío.

El revolucionario ruso desenvolvió una lucha implacable contra los Frentes Populares -o sea la alianza de los partidos de izquierda con la “sombra” de la burguesía- que se presentaban en nombre de la lucha contra el fascismo y encadenaban la acción de la clase obrera a los límites insalvables de la burguesía “democrática”. Mucho antes de que las experiencias de Francia y España pavimentaran el camino a la victoria del fascismo y revelaran la función contrarrevolucionaria de los Frentes Populares.

El vaticinio sobre la URSS

“En el futuro será inevitable que (la burocracia del Kremlin) busque apoyo en las relaciones de propiedad…No basta ser director del trust, hay que ser accionista. La victoria de la burocracia crearía una nueva clase poseedora”(1). Esto fue escrito en 1936, denunciando la tendencia de la burocracia a restaurar el capitalismo. En oposición a los planteos del “socialismo en un solo país” y la “coexistencia pacífica” (colaboración política de la burocracia con las potencias imperialistas) en base a los cuales la burocracia se aseguraba lograr gradualmente su primacía en el régimen capitalista, el trotskismo defendió la estrategia de la revolución proletaria internacional desde el momento que “el tractor Ford es tan peligroso como el cañón Creusot, con la diferencia de que este último no puede obrar más que de vez en cuando, en tanto que el primero hace continuamente presión sobre nosotros”(2) o, dicho de otro modo, el socialismo no puede subsistir si no le asegura a la sociedad mayor economía del tiempo que el capitalismo.

León Trotsky tuvo la perspicacia de comprender, en el momento de auge de la burocracia de la URSS, que ésta era un “accidente histórico” que no puede resistir las contradicciones internacionales entre la clase obrera y la burguesía y, fruto de ellas, se orienta a “restablecer la propiedad privada” y erigirse ella misma en una nueva burguesía.

Crisis mundial y crisis de dirección

Este conjunto de vaticinios -muchos de ellos impresionantes- parten de la comprensión de que el capitalismo ha entrado en una fase histórica de declinación, que ha desarrollado formas sociales que lo niegan en forma parcial -el monopolio, en oposición al mercado, la socialización de la producción, en oposición a la pequeña propiedad- y desenvuelve una tendencia hacia la catástrofe económica y la disolución de las relaciones sociales. En este escenario proclive a la creación de situaciones revolucionarias, Trotsky advierte sobre una enorme contradicción que deja expuesta en las primeras palabras del programa de la IV: “los requisitos objetivos de la revolución proletaria no sólo están maduros, están comenzando a descomponerse. Sin revolución social, en el próximo período histórico toda la civilización humana está amenazada de ser arrastrada por una catástrofe. Todo depende del proletariado y, antes que nada, de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria”.

El programa para esta época

Aunque la IV Internacional no realizó sus objetivos, su crédito sigue abierto, porque expresa la continuidad del movimiento histórico de la clase obrera y planteó un programa y un método para su acción en el marco de la decadencia del capitalismo. El mayor de los aciertos de León Trotsky fue la fundación de la IV Internacional y la adopción del Programa de Transición como manera de preservar el activo histórico más importante del proletariado mundial, el internacionalismo, en el período signado por la barbarie capitalista más atroz.

“Si no se hubiera fundado la IV Internacional, aún en el marco de gigantescas derrotas y traiciones de la época, la asimilación histórica del movimiento obrero hubiera sido liquidada por el asesinato de Trotsky y la Segunda Guerra Mundial. La crisis posterior de la IV no anula este hecho, porque sin su fundación la causa del socialismo hubiera sufrido un retroceso histórico…”(3). Construir la IV hoy es retomar el hilo de un trabajo iniciado por la I Internacional en el escenario apasionante de la crisis capitalista internacional.

 

1. León Trotsky, La RevoluciónTraicionada, Ediciones Crux.

2. León Trotsky, El gran organizador de derrotas, Editorial Olimpo.

3. Jorge Altamira, PO Nº 239