Aniversarios
28/10/1987|204
Hace 70 años
La primera revolución victoriosa de la historia
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25 de octubre de 1917 (7 de noviembre según nuestro calendario): se produce en la lejana Rusia la primera revolución proletaria victoriosa de la historia. Bajo la conducción del partido obrero revolucionario, conocido como el partido bolchevique, la burguesía es desplazada del poder mediante una insurrección, y es reemplazada por un gobierno de “delegados (comisarios) del pueblo” responsable ante el congreso de los consejos obreros (“soviets”) de toda Rusia.
Hace 70 años la humanidad entraba en la época de la revolución socialista mundial.
Doble poder
Ocho meses antes, en febrero, una revolución popular había derrocado al zarismo, es decir, a la monarquía rusa, cuyo despotismo sobrepasaba al de la monarquía europea clásica. Hecho relevante, las masas victoriosas no se dispersaron al día siguiente del triunfo; lejos de ello, se agruparon en consejos de soldados, de obreros y finalmente de campesinos. Esas masas no hacían más que seguir su propia tradición y aun la de otras clases obreras, pues ya en la revolución (derrotada) de 1905 habían puesto en pie ese tipo de organización, como también lo hiciera a su manera la Comuna de París en la revolución de 1871, y también, aún más lejos en la historia, las “secciones populares” parisinas de la revolución francesa de 1792.
¿Qué eran estos “Consejos”? Pues eran la representación directa de las masas en lucha. Sus delegados se eligieron por lugar de trabajo o distrito obrero según una determinada proporción, y lo mismo ocurrió en las unidades militares y en las circunscripciones campesinas. La posibilidad de la organización de los soldados en “consejos” fue brindada por el pasaje de gran parte del ejército al campo de la revolución. Los “consejos” agrupaban a los trabajadores sin determinación de oficios ni categorías, ni tampoco su finalidad era profesional. El agrupamiento del proletariado como un todo, convertía a los “consejos” en organización política de masa, es decir, en organismo de poder. En los primeros días de la revolución los soldados tuvieron una representación dominante por referencia a los obreros, lo cual permitió a los políticos de la izquierda democrática tomar la dirección de los Soviets. Con el desarrollo de la revolución los soviets obreros adquirieron primacía, en particular los de la capital, que entonces era Retrogrado, y de Moscú. En el congreso soviético de toda Rusia, los consejos de obreros tenían una representación electoral superior a la de los soldados y campesinos.
Otro producto fundamental de la Revolución de Febrero fue la aparición de los “comités de fábrica”, que eran organizaciones encargadas del “control obrero” de las fábricas, el cual se había hecho necesario por el sabotaje capitalista. Se formaron decenas de miles de comités, y a me-diados de año se organizó una conferencia de “comités de fábrica”. Las entidades empresarias habían resuelto, en forma taxativa, responder al control obrero con el lock out (cierre de empresas), de modo que muy rápidamente el proletariado tuvo que asumir la dirección de la producción. Antes de que la revolución triunfante de octubre decretara el “control obrero”, éste ya se había desarrollado durante el proceso revolucionario como un producto de las propias masas.
Si la revolución de febrero dio lugar a este sistema de consejos de obreros, campesinos y soldados: ¿por qué hubo de ser necesaria en octubre una segunda revolución?
Es que el gobierno oficial que surgió de esta revolución no fue un gobierno obrero y campesino, sino un gobierno burgués, esto debido a que los dirigentes de los soviets (que eran democratizantes) se oponían al establecimiento de un gobierno proletario, en el entendimiento de que era la burguesía, y no la clase obrera, la única madura para dirigir la nación, a pesar de que no había dirigido la revolución. De esta manera surgió un gobierno provisional al lado del poder de los consejos. Es decir, un doble poder, una situación inestable e insostenible. El gobierno oficial era impotente para ejecutar sus órdenes, pues necesitaba siempre el aval de los soviets, pero éstos estaban condenados a una impotencia mayor, pues entregaban la dirección oficial del país a la burguesía. Ahora bien, ésta estaba empeñada en estrangular la revolución, conteniendo al movimiento campesino, que reclamaba el desmantelamiento del latifundio, postergando la proclamación de la República y la convocatoria de una Asamblea Constituyente, negándose a permitir la libre determinación de las naciones oprimidas por Rusia, y, por sobre todo, procurando mantenerse en la guerra mundial que desangraba al pueblo, con el fin de cumplir con sus compromisos con el imperialismo aliado —anglo-francés— y de arrebatar a Austria y a Turquía nuevos territorios en caso de victoria.
El rearme del partido bolchevique
¡Pero la línea democratizante no solo prevalecía entre los Ubaldini y De Gennaro rusos! ¡Era mayoritaria también en la dirección del partido obrero (los bolcheviques)!
Durante la Revolución de Febrero, la mayoría de la dirección de los bolcheviques estaba exiliada o deportada, y aunque los círculos obreros del partido jugaron en ella un papel dirigente (por ejemplo el distrito Viborg), éstos se vieron inicialmente desbordados por la marea democratizante encarnada por los soldados (mayoritariamente campesinos).
A mediados de marzo, dos dirigentes deportados, Kamenev y Stalin, se hicieron cargo de la dirección partidaria y le imprimieron una orientación democratizante: “apoyo al gobierno provisional… siempre que éste se opusiera a la reacción y la contrarrevolución”. Como caracterizaría más tarde Lenin, le pedían al gobierno burgués imperialista que dejara de ser imperialista. En la conferencia bolchevique reunida a fines de marzo, Stalin llamaba en su informe a “no forzar el curso de los acontecimientos acelerando la ruptura de las capas burguesas”. Como culminación de esta orientación conciliadora y democratizante, Stalin y ‘Kamenev propiciaron tratativas de unidad con el partido obrero democratizante (llamado menchevique), una especie de combinación de PI, PC y Mas (aunque sería más justo decir que el Mas no existía como partido, sino que su programa político estaba encarnado por la izquierda menchevique y la derecha bolchevique). Cuando otros bolcheviques objetaron las tratativas por las profundas diferencias existentes, Stalin les respondió que “La vida del Partido es imposible sin que haya divergencias. Hemos de digerir estas menudas discordias dentro del Partido”.
Cuando Lenin llegó a Petrogrado, el 3 de abril, libró una dura lucha política por reorientar al partido, sin lo cual los bolcheviques difícilmente hubieran triunfado en octubre. Lenin llamó a “no otorgar el menor apoyo al gobierno provisional… sino desenmascararlo como un gobierno de capitalistas”, y a luchar por el poder para los Soviets. Lenin decía que, si la revolución desembocaba en una república parlamentaria, ello sería un retroceso en relación a una república basada en los consejos obreros. Denunció las tratativas de unidad con los democratizantes y denunció a quienes falsamente se autodenominaban “democracia revolucionaria” pues ni eran demócratas (le entregaban el poder a una minoría de capitalistas) ni revolucionarios (el gobierno burgués negaba la tierra a los campesinos, seguía la guerra y preparaba la contrarrevolución). Lenin llamó a desarrollar una intensa labor de agitación y propaganda para conquistar una mayoría bolchevique en los soviets, y en su lucha por rearmar al partido denunció a los “viejos bolcheviques” democratizantes “que se han pasado a la pequeña burguesía”.
Fuera de Lenin, solamente León Trotsky, que aún no era miembro del partido bolchevique, abogaba por la toma del poder por los soviets, es decir, la dictadura del proletariado. El proceso de la revolución de 1917 había confirmado al milímetro el programa que, hasta ese momento, había sido exclusivamente trotskista: a saber, que en Rusia solo podía haber una revolución democrática victoriosa bajo la dirección de la clase obrera y bajo la dictadura del proletariado apoyado por los campesinos.
Las jornadas de julio
El régimen de doble poder era, por lógica, inestable. La carestía y el desabastecimiento, impulsados por los capitalistas, agravaban las condiciones de vida de las masas. El primer intento del gobierno provisional de reemprender la guerra provocó violentas manifestaciones en la capital, conocidas como las “jornadas de abril”, que obligaron a renunciar a los ministros de guerra y relaciones exteriores (aunque no se modificó la orientación belicista). El 6 de mayo asumió el gobierno la primera coalición, llamada así porque en él participaban por primera vez 6 ministros de la izquierda democratizante junto a 10 ministros burgueses. El compromiso entre el poder oficial y el poder obrero encontraba, así, su expresión a nivel gubernamental. La burguesía recurría (no por primera vez) a un gobierno de coalición con los partidos pequeño burgueses y obreros democratizantes (ya lo había hecho en la revolución de 1848 en Francia), ni tampoco lo haría por última vez (lo haría numerosas veces más —los llamados Frentes o Unidades Populares en Francia, España, Chile, Cuba, etc.)
En el primer congreso nacional de los Soviets, los democratizantes obtuvieron amplia mayoría, pero simultáneamente una manifestación de medio millón de soldados y trabajadores de la capital enarbolaba por primera vez en forma casi total las consignas bolcheviques: “¡Abajo los 10 ministros capitalistas! ¡Todo el poder a los Soviets!”. Estas “Jornadas de junio” demostraban el claro avance revolucionario de los obreros de la capital. Aquí, los bolcheviques ya dirigían los comités de fábrica. Es decir, que en la base el proletariado ya era bolchevique, lo cual demostraba que aun una organización tan democrática como los Soviets (cuyas elecciones de base se habían hecho dos meses antes) no reflejaban la realidad del espíritu de la clase obrera.
Pero en los primeros días de julio las masas de Retrogrado se lanzaron a las calles espontáneamente para rechazar la tentativa del gobierno de organizar una nueva ofensiva en el frente de guerra. Los bolcheviques, que trataban de evitar las demostraciones callejeras que condujeran a un enfrentamiento prematuro, tuvieron que encabezarlas para evitar un choque decisivo desfavorable, lo que lograron.
Los democratizantes quedaron espantados, sin embargo, ante la impresionante marea humana que les exigía romper con la burguesía. Por supuesto que se negaron a cumplir el reclamo de las masas y solo esperaban la llegada de tropas fieles del frente para derrotar a los revoltosos.
El curso febril de los acontecimientos rusos estaba determinado por los problemas apremiantes del país: la tierra, el hambre, pero por sobre todo la guerra, que los resumía a todos. Sin embargo, había un factor históricamente más decisivo en la determinación del ritmo revolucionario, había un partido revolucionario excepcionalmente dotado, que supo hacer que las masas se convencieran por medio de su experiencia de la firmeza de la táctica revolucionaria y que actuó como un verdadero estado mayor del ejército de los explotados. Esto se vio en estas “Jornadas de Julio” y en la conducta ante el subsiguiente golpe de Kornilov.
El golpe de Kornilov
Las Jornadas de Julio constituyeron una divisoria de aguas en el curso revolucionario. Los bolcheviques habían logrado preservar las fuerzas revolucionarias para una segunda revolución, que consideraban inevitable. Los burgueses y pequeños burgueses democratizantes lanzaron una feroz persecución contra los bolcheviques, a quienes acusaron de agentes del extranjero y, naturalmente, de “desestabilizadores de la democracia” (no se ha inventado nada nuevo). Las imprentas bolcheviques fueron asaltadas y sus dirigentes perseguidos (Lenin y Zinoviev se tuvieron que ocultar y Trotsky [su grupo se había fusionado con los bolcheviques] y Kamenev fueron detenidos).
El “gobierno de coalición” mostraba su verdadera naturaleza contrarrevolucionaria. La izquierda democratizante se justificaba apelando a la “defensa de la democracia” frente a los sectarios bolcheviques. Pero la burguesía, elevada al poder por la revolución, era enemiga de la democracia y partidaria de una dictadura. El golpe de estado se preparaba casi a la vista de todos, mientras el gobierno dejaba hacer con el cálculo de llevar a los militares a apoyar a una dictadura civil que gobernara con la ley marcial. Las dos alternativas “bonapartistas”, que se excluían y se procuraban recíprocamente, eran el jefe de gobierno, el “socialista” Kerensky, y el comandante en jefe del ejército, el general Kornilov.
Kornilov dio el golpe a fines de agosto. Pero durante julio y agosto los bolcheviques habían ido conquistando la simpatía de las masas mediante una labor semiclandestina. A pesar de que los soviets de las ciudades habían perdido el peso que tenían antes de julio, como consecuencia del choque entre democratizantes y revolucionarios y del creciente sometimiento de la dirección soviética al gobierno burgués, los bolcheviques fueron ganando uno tras otro los soviets de los barrios de Retrogrado y de los principales regimientos. Ante el golpe de Kornilov, los democratizantes quedaron paralizados o procuraron “encauzarlo”. Pero por iniciativa bolchevique se formaron comités de defensa de los soviets que salieron a combatirlo sin apoyar ni por un instante al gobierno democrático. Rápidamente se formaron guardias rojas en la capital; los ferroviarios y los telegrafistas paralizaron el avance de las tropas golpistas cortando las vías y bloqueando sus comunicaciones. Recobrada la confianza por esta acción, los regimientos revolucionarios se lanzaron a la conquista de las tropas golpistas, a las que ganaron políticamente casi sin disparar un solo tiro. Kornilov fue derrotado, el partido bolchevique dio un salto enorme, el gobierno se debilitó brutalmente, los soviets recobraron la iniciativa en condiciones en que sus electores ya estaban desertando en masa de los democratizantes.
Sube la marea y nuevo debate
Después de la derrota de Kornilov, la situación se radicalizó rápidamente. A principios de setiembre, el soviet de Retrogrado dio mayoría a los bolcheviques y León Trotsky fue elegido su presidente, como ya había ocurrido en 1905. A los pocos días ocurría lo mismo en Moscú. Las revueltas agrarias alcanzaron durante setiembre su máxima intensidad, abarcando a las tres cuartas partes del país. Los democratizantes, que conservaban la mayoría de la cúpula nacional del congreso de los Soviets, elegido en junio, pretendieron retomar la iniciativa convocando a una Conferencia Democrática, cuyo propósito era, de un lado, controlar a Kerensky (cuya complicidad con los preparativos de Kornilov era un secreto a voces) y, del otro, evitar la marea bolchevique. De la Conferencia Democrática, reunida a mediados de septiembre, surgió luego un “preparamento”.
Este “preparlamento” provocaría la lucha final contra el ala democratizante del propio partido bolchevique. Lenin y Trotsky se pronunciaron firmemente por el boicot y por la preparación de la insurrección, por el llamado a un segundo congreso nacional de Soviets (que removiera a la cúpula conciliadora) y por un régimen estatal soviético. Kamenev se opuso al boicot en nombre de la necesidad de no saltar la etapa parlamentaria y “perfeccionar la revolución democrática”. Los bolcheviques democratizantes aceptaban que la revolución había sido necesaria para abatir al zarismo, pero que debía detenerse allí, pues la democracia parlamentaria debía ser la escuela necesaria para llegar al socialismo. Los bolcheviques debían participar del preparlamento, esperar la Asamblea Constituyente y constituir en ella la bancada de izquierda.
¡Pero al inicio triunfó la posición “participacionista”! ¡Sólo el 7 de octubre, luego de una intensa presión de Lenin (escondido aún en Finlandia), los bolcheviques se retiraron del preparamento!
La insurrección de octubre
La insurrección de octubre fue el levantamiento popular más organizado y previsible de la historia, al punto que se lo discutió públicamente durante aproximadamente todo el mes previo a su desencadenamiento. El debate bolchevique que condujo al boicot al preparlamento fue correctamente interpretado por todo el mundo como un llamado a la insurrección. Los bolcheviques reclamaban la convocatoria del segundo congreso nacional de los Soviets, que los democratizantes retrasa-ban. Los bolcheviques reunieron entonces un congreso soviético de la zona norte (abarcaba Retrogrado, Moscú, las principales guarniciones, la flota y grandes ciudades) y obligaron a los democratizantes a convocarlo, lo que ocurrió finalmente para el 25 de octubre.
Los debates sobre la necesidad de que el poder pasara a los soviets abarcaron a fábricas, comités agrarios y regimientos en todo el país. La insurrección se preparaba a la luz del día. Después de las jornadas de abril, de junio, y especialmente de julio, las masas comprendieron que no se trataba ya de producir motines aislados o demostraciones de fuerza. La futura insurrección debía ser el resultado de una firme confianza en la victoria bajo la dirección revolucionaria.
La insurrección, que comenzó de hecho varios días antes del propio 25, apelo al mínimo imprescindible de conspiración. El gobierno de Kerensky, en un último esfuerzo por evitar su derrocamiento, pretendió sacar de Retrogrado los regimientos más revolucionarios. El Soviet lo prohibió y nombró un Comité Militar Revolucionario, presidido por Trotsky, para velar por la seguridad del próximo congreso de los Soviets. Así, a la vista de todos, se creó el órgano de la insurrección.
El 24 de octubre por la noche los guardias rojos y los destacamentos de confianza comenzaron a tomar los puntos estratégicos; por la mañana fue ocupado el Palacio de Invierno, sede del gobierno, y fue detenido el gabinete (aunque Kerensky logró escapar). Ante el congreso de los Soviets ya reunido, fue puesta a votación la toma del poder. En un ambiente febril y enloquecedor se nombró el primer Consejo de Delegados (Comisarios) del pueblo presidido por Lenin. A las pocas horas se dictaban los decretos de la Tierra, la Paz y el Control Obrero.