Aniversarios

22/2/2007|981

La Revolución de Febrero: Los comités de fábrica, el control obrero


La Revolución de Febrero llegó inesperadamente. Comenzó el 23 de febrero (8 de marzo), Día Internacional de la Mujer, cuando miles de amas de casa y mujeres trabajadoras encolerizadas, ignorando las súplicas de los dirigentes sindicales de permanecer en calma, se volcaron a las calles. Un trabajador de la fábrica mecánica Nobel, en el distrito Vyborg, recuerda:


 


“Podíamos oír las voces de las mujeres en las calles desde las ventanas de nuestro departamento: ‘¡Abajo la carestía! ¡Abajo el hambre! ¡Pan para los trabajadores!’ Yo y varios camaradas corrimos a las ventanas…. Las puertas del molino número 1 Bolshaia Sampsonievskaia habían sido abiertas. Masas de mujeres trabajadoras en una formación militante llenaban las calles. Aquellas que nos habían visto comenzaron a mover sus brazos y gritaban ‘¡Vengan! ¡Dejen de trabajar!’. Arrojaban bolas de nieve a las ventanas. Decidimos unirnos a la manifestación”.


 


Al día siguiente, 200.000 trabajadores estaban en huelga en Petrogrado. El 25 de febrero, ejércitos de manifestantes chocaron con las tropas, la revolución había comenzado. El 27 de febrero llegó el clímax cuando regimientos enteros de la guarnición de Petrogrado desertaron para pasarse del lado de los insurgentes. El mismo día, los altamente respetables dirigentes de la Duma (Parlamento) rehusaron obedecer una orden del zar de dispersarse y, con el apoyo reticente de los generales del ejército, declararon un Comité Provisional (“Gobierno” desde el 3 de marzo). El 3 de marzo, Nicolás II finalmente accedió a abdicar y Rusia fue libre.


 


En 1905 la autocracia había resistido el movimiento revolucionario cerca de doce meses antes de, finalmente, aplastarlo; en febrero de 1917, la autocracia sucumbió en menos de doce días. La diferencia radica en el hecho que en 1905 el ejército había permanecido básicamente leal al zar, mientras que en 1917, después de tres años de guerra sangrienta y sin sentido, los soldados se unieron con los insurgentes en las calles. La victoria estuvo asegurada una vez que la oposición conservadora liberal acordó prescindir del zar, creyendo que solamente así se podía ganar la guerra y detener el movimiento revolucionario.


 


La caída de Nicolás “El Sanguinario” llenó de júbilo y alegría a los trabajadores y a los soldados de Petrogrado. No tenían un sentido real de que hubiera una revolución “burguesa”, con todo lo que ello implica. En cambio creían que Rusia estaba embarcada en una revolución democrática que traería enormes beneficios al pueblo llano. Una asamblea general en la fábrica Dinamo declaró:


 


“El pueblo y el ejército no fueron a las calles para reemplazar un gobierno por otro sino para imponer sus consignas. Estas eran: ‘Libertad’, ‘Igualdad’, ‘Tierra y libertad’, y ‘Basta de guerra sangrienta’. Para nosotros, las clases desposeídas, la matanza sangrienta es innecesaria”.


 


En esta etapa, la mayoría de los trabajadores, confiando sin reservas en el Soviet como “su” representante y no deseando el desacuerdo en las filas revolucionarias, apoyaron la política de los socialistas moderados, que daban su apoyo condicional al Gobierno Provisional. Sin embargo, no hicieron ningún intento de esconder su desconfianza hacia éste. La actitud común está bien resumida en una resolución del taller Izhora:


 


“Todas las medidas del Gobierno Provisional que destruyan los remanentes de la autocracia y fortalezcan la libertad del pueblo deben ser plenamente apoyadas por la democracia. Toda medida que conduzca a la conciliación con el viejo régimen y que sea dirigida contra el pueblo debe enfrentarse con una protesta y contraataque decisivos”.


 


Desde el comienzo, por lo tanto, los trabajadores desconfiaron del Gobierno Provisional, que sintieron que estaba atado por miles de lazos a los terratenientes y a los intereses de los negocios.


 


Con respecto a la candente cuestión de la guerra, los trabajadores en Petrogrado también tendieron en esta etapa a ir de acuerdo con la política del Comité Ejecutivo del Soviet. En contraste con los bolcheviques, que después de abril denunciaron la guerra como “imperialista” y llamaron a los trabajadores a impulsar la guerra civil contra sus propios gobiernos, los mencheviques y los socialistas revolucionarios —aunque divididos en alas “defensista” e “internacionalista”— tendían a poner el acento no en la oposición a la guerra, sino en la búsqueda de la paz. Presionaron al nuevo gobierno para que trabajara con seriedad por una paz democrática entre los beligerantes, quienes debían renunciar a toda indemnización y anexión de territorio. La Revolución de Febrero reforzó el apoyo a esta política entre los trabajadores y soldados de Petrogrado. Lenin describió su actitud como un tipo de “defensismo revolucionario”, en el que estaban preparados para continuar luchando hasta que fuera alcanzada la paz, con el objeto de defender la Rusia revolucionaria del militarismo austro-alemán.


 


Revolución en las fábricas


 


De retorno a sus puestos de trabajo después de las huelgas de febrero, los trabajadores procedieron a desmantelar la estructura autocrática de dirección en las fábricas, de la misma manera en que había sido desmantelada en la sociedad. La creación de una fábrica “constitucional” fue vista como un prerrequisito para la mejora del nivel de vida y la dignidad de los trabajadores dentro la sociedad en su conjunto. La democratización de las relaciones en las fábricas asumió diversas formas. Primero, los odiados capataces y administradores huyeron o fueron expulsados. En la fábrica gigante Putilov, por ejemplo, donde estaban empleados 30.000 trabajadores, empujaron a un dirigente de los “Centurias Negras” 1 de la fábrica, Puzanov, en una carretilla, derramaron plomo al rojo sobre su cabeza y lo arrastraron al canal cercano, donde amenazaron depositarlo en castigo por pasadas fechorías. En segundo lugar, los libros de reglas de la fábrica, con sus multas punitivas y sus registros humillantes, fueron descartados. En tercer lugar, y más importante, fueron creados los comités de fábrica para representar los intereses de los trabajadores ante la patronal.


 


En las grandes empresas estatales, los nuevos comités tomaron temporalmente la gestión, dado que las viejas administraciones habían huido. El 13 de marzo, los miembros de los comités de las fábricas pertenecientes al Departamento de Artillería definieron el objetivo del nuevo orden fabril como “autogestión de los trabajadores a la mayor escala posible”; y las funciones de los comités fueron especificadas como “de defensa de los intereses de los trabajadores frente a la administración de la fábrica y el control sobre sus actividades”. Para nuestros oídos, hablar de control nos suena a sustitución de directores y gestión de las cosas por ellos mismos, pero en Rusia la palabra control tiene el sentido más modesto de supervisión o inspección. Lo que los trabajadores de las plantas estatales se proponían era que esos comités no dirigieran las empresas de manera permanente, sino que debían tener plenos derechos para supervisar las actividades de la gestión oficial y ser plenamente informados de lo que ocurría.


 


En el sector privado las actividades de los comités en la primavera de 1917 tuvieron un menor alcance. Funcionaban más o menos como sindicatos, en la medida en que los sindicatos no se establecieron plenamente hasta comienzos del verano. El primer acto de los comités fue introducir unilateralmente la jornada laboral de 8 horas, algo que se les había escapado en 1905, y también limitar o abolir las horas extras. Bajo una enorme presión, el Soviet y la Sociedad de Propietarios de Fábricas y Talleres de Petrogrado acordaron la introducción de la jornada de 8 horas el 10 de marzo. Los Comités luego procedieron a presionar por un gran aumento de salarios para compensar el alza del costo de vida desde el comienzo de la guerra. En el medio año anterior a la Revolución de Febrero, los salarios habían caído en términos reales cerca del 10% como resultado del alza de precios. Ahora la combinación de acciones de los comités y huelgas espontáneas persuadió a los empleadores de aceptar aumentos salariales de entre un 30 y un 50%. Habiendo alcanzado estos aumentos, los comités se dedicaron a un amplio rango de actividades, incluyendo la custodia de la propiedad de la fábrica y el mantenimiento de la ley y el orden en los barrios obreros, la verificación de que trabajadores habían sido eximidos legítimamente del reclutamiento militar; la organización de la provisión de alimentos; el mantenimiento de la disciplina laboral en los talleres; la organización de actividades educacionales y culturales, y realizar campañas contra el alcoholismo.