Las Jornadas de Julio

La enorme movilización del 18 de junio(*) constituyó una sorpresa aún para los bolcheviques. Miles y miles de manifestantes marcharon enarbolando mayoritariamente las consignas “Todo el poder a los soviets, Abajo los conciliadores, Paz en las chozas, guerra a los palacios, Abajo la guerra, Abajo los ministros capitalistas, Toda la tierra para los campesinos, Nacionalización del capital”, es decir el planteo de quienes, hasta ese momento, eran minoría en los soviets en relación con mencheviques y socialistas revolucionarios. Marcaba un viraje en la situación política aunque, por el momento, confinado a San Petersburgo. Dos días antes, el 16, el Gobierno Provisional había ordenado la ofensiva general en todos los frentes, reiniciando la guerra de conquista sobre la base de los tratados del zar con los capitalistas ingleses y franceses, frente a un pueblo que deseaba rabiosamente la paz. Cada día de guerra costaba 50 millones de rublos y la especulación de los capitalistas por los suministros al ejército agravó la carestía y aproximó el hambre. Al mismo tiempo, el Gobierno Provisional comenzó a entregar a los tribunales a los campesinos que se adueñaban de las tierras. La voz de orden de la burguesía era “esperar a la Constituyente”, de la boca para afuera, mientras los capitalistas continuaban postergando su convocatoria.


 


“La Asamblea Constituyente -dirá Lenin- en la Rusia actual, daría la mayoría a los campesinos ubicados a la izquierda de los socialistas revolucionarios. La burguesía lo sabe. Y sabiéndolo, no puede dejar de ponerse resueltamente en contra de una pronta convocatoria… Conducir la guerra imperialista…, defender la propiedad de los terratenientes o la tesis de su indemnización sería imposible o tremendamente difícil en caso de reunirse la Asamblea Constituyente”. Los mencheviques y socialistas revolucionarios, miembros del Gobierno Provisional, confiaban ciegamente en la mentirosa convocatoria a la Constituyente planteada por los ministros capitalistas. Para los bolcheviques, la convocatoria de la Constituyente y su éxito, en cambio, sólo estarían asegurados por la fuerza y el poder de los soviets. Aquellos desenvolvían hasta el paroxismo las ilusiones democráticas, los bolcheviques colocaban el centro en la lucha de clases. Sólo si triunfaban los soviets, la Asamblea Constituyente estaría asegurada.


 


Viraje


 


A fines de junio, una conmoción atravesó Rusia. La ofensiva militar resuelta por el gobierno había sido destrozada por las tropas alemanas, con un saldo de más de 70.000 muertos. El odio en San Petersburgo, acicateado por la agitación bolchevique, rompió todos los equilibrios existentes. “La fábrica Putilov se ha puesto decisivamente de nuestro lado”, planteaba un informe al comité bolchevique, señalando que las demandas salariales no habían sido satisfechas. “Ustedes nos han decepcionado”, rezaban sus pancartas. La ola de militancia entre los trabajadores alcanzó su climax al comienzo de julio. El día 2 renunciaron al gobierno los cuatro ministros del partido kadete, con el propósito avieso de que sus aliados socialistas cargaran con la responsabilidad del fracaso que se olía en las calles, pero socialistas revolucionarios y mencheviques reafirmaron la necesidad de un gobierno de coalición con los “partidos burgueses”. El día 3, cerca de cinco mil personas acudieron a despedir al “último” regimiento que partiría hacia el frente, en un clima de oposición al gobierno y radicalización total. Ese mismo día, un regimiento salió a la calle y envió sus emisarios a la Conferencia bolchevique que se realizaba en la ciudad, planteando que el partido organizara la manifestación. La Conferencia se negó. En tanto, columnas obreras comenzaron a bajar de Viborg, ciudadela bolchevique. La decisión se revirtió rápidamente: los bolcheviques decidieron tomar la dirección de da movilización, que se dirigía hacia el Palacio de Táurida, sede del poder. La enorme movilización armada exigió la entrega de todo el poder a los soviets.


 


Para el 4 de julio fue anunciada una nueva manifestación, a la que los bolcheviques plantearon sumarse. Pero al comenzar el nuevo día, un enorme recuadro en blanco sustituyó al editorial de “Pravda”. La convocatoria a la movilización fue suprimida y no hubo texto ni llamado que la sustituyera. Los bolcheviques asumieron la responsabilidad por ella, pero no quisieron llamar públicamente a una acción que consideraban prematura. La línea pasó a ser “levantamiento armado, no; demostración armada, sí”, una posición que homogeneizó al partido y fue decisiva para la victoria de la revolución, tres meses más tarde. Mientras los soldados y distintos comités obreros desenvolvían los aprestos para una insurrección armada, el Comité Central bolchevique llamó a contener la movilización, poniéndose al frente y orientándola hacia la retirada. Corrían el riesgo de ser superados por las masas, pecando de conservadurismo -una visión que sostenían distintos sectores del partido. “Agitadores bolcheviques acuden a las fábricas y a los cuarteles a convencer a los obreros y a los soldados que no se muevan. En muchos casos son abucheados y algunos militantes, aquí o allá, rompen el carné del partido y se vuelven hacia los anarquistas”. El mismo 4, miles de marineros armados de Cronstadt -la ciudad portuaria revolucionaria- habían desembarcado en San Petersburgo y se detuvieron a escuchar a Lenin, que planteó que la consigna “Todo el poder a los soviets” terminaría por imponerse, al tiempo de exigir contención y vigilancia. Recalaron finalmente en el Palacio de Táurida. “El socialista revolucionario Chernov sale a su encuentro -relata Marie-, un marino le apostrofa: ‘¡Toma pues el poder, hijo de perra, que te lo damos!’”.


 


Los bolcheviques habían dejado de ser una minoría, pero todavía no contaban con el apoyo necesario. En palabras de Lenin: “Cualquier movimiento errado de nuestra parte puede arruinar todo. Si fuésemos capaces de tomar el poder ahora es ingenuo pensar que pudiéramos retenerlo. Dijimos muchas veces que la única forma posible de gobierno revolucionario es la del soviet de los diputados soldados, obreros y campesinos. ¿Cuál es el peso exacto de nuestra fracción dentro del soviet? (…) La mayoría de las masas está protestando, pero todavía cree en los mencheviques y los social revolucionarios”.


 


Las ilusiones constitucionalistas


 


¿Cuáles eran los propósitos de los miles y miles de trabajadores y soldados que salieron a manifestarse? Forzar la renuncia de los “diez ministros capitalistas” y obligar al Comité Ejecutivo Central de los Soviets a formar un gobierno. Los acontecimientos, más allá del esfuerzo de los bolcheviques por orientar un repliegue en orden, derivaron en choques entre los manifestantes y las tropas del gobierno, en los que murieron o fueron heridas al menos 400 personas. Del 4 al 5 de julio, el Gobierno Provisional retomó la iniciativa, convocó a tropas contrarrevolucionarias, arrestó a importantes dirigentes bolcheviques, como Trotsky y Lunacharsky, obligó a ocultarse a Lenin y Zinoviev, allanó y saqueó la sede central del partido bolchevique, cerró “Pravda”, hizo requisar las armas en poder de los trabajadores, reinstauró la pena de muerte en el frente y se propuso reimplantar la disciplina en las fuerzas armadas.


 


Las Jornadas de Julio no terminaron en un gobierno soviético sino en un profundo giro a la derecha del Gobierno Provisional.


 


Trazando un balance sobre lo ocurrido, Lenin planteará que al carecer Rusia de un orden jurídico, legal, constitucional, podría pensarse que no había lugar para las ilusiones democráticas de las masas. Sin embargo, “la clave de toda la actual situación política de Rusia reside en que muy amplias masas de la población están impregnadas de ilusiones constitucionalistas”. Por lo tanto, era imposible dar el menor paso en relación con las tareas planteadas, “sin colocar, como piedra angular, el desenmascaramiento implacable y sistemático de las ilusiones constitucionalistas, la revelación de todas sus raíces y el restablecimiento de una perspectiva política justa”. En este punto, Lenin puntualizará que se había abierto una nueva etapa, desde el momento que el 4 de julio se produjo un cambio en calidad. Mencheviques y social revolucionarios no aparecían ante las masas, antes del 4 de julio, abiertamente comprometidos con el retome de la guerra imperialista, con el sabotaje del gobierno de coalición a los reclamos de tierra, paz y pan, con su colaboración con la represión. Unos y otros “cayeron definitivamente en la cloaca de la contrarrevolución”, porque en un proceso que se inicia en mayo y culmina en las Jornadas, se hacen cargo del conjunto de la política burguesa del Gobierno Provisional, incluyendo el delegar el poder hacia el ejército ruso. La represión y la ofensiva reaccionaria no emanaban a esta altura del gobierno o el soviet, sino de la camarilla militar contrarrevolucionaria concentrada en el Estado Mayor. Mencheviques y socialistas revolucionarios aceptan el llamado a las tropas que van a reprimir a las masas, participan en la manifestación de homenaje a los cosacos muertos en los enfrentamientos, tendiendo la mano a los contrarrevolucionarios.


 


El poder estatal ha pasado al ejército. El Gobierno Provisional le sirve de biombo, para legalizar sus acciones luego de consumadas.


 


Definitivamente, comienza una nueva etapa. La victoria momentánea de la contrarrevolución significó la decepción de las masas con respecto a mencheviques y socialistas revolucionarios, y despejó el camino hacia el apoyo al partido bolchevique.


 


 


Fuentes 


 


(*) Ver Rath: "Las elecciones municipales…", Prensa Obrera N° 1.462.


 


Lenin: Obras Completas, Tomo XXV, Cartago, Buenos Aires, 1958.


 


Steve Smith: "Petrogrado en 1917: el panorama desde abajo", EDM N° 10/1995.


 


J.J. Marie: Lenin, POSI, Madrid, 2008.