Aniversarios

27/5/2007|993

Los bolcheviques ganan la confianza de las trabajadoras

Si el primer Soviet no reflejó el peso político de la clase obrera en Petrogrado¹ mucho menos reflejó el protagonismo de las obreras, cuyo hartazgo dio inicio a la Revolución de Febrero. Excepto algunas bolcheviques y en el sindicato textil (11 sobre 20 en la directiva), las mujeres no fueron votadas en los comités de fábrica, ni siquiera en las industrias “femeninas”. Eran muy pocas en los partidos (entre el 15 y el 20%) y en los sindicatos; la mayoría se abalanzó contra el zarismo sin haber tomado la palabra que en las colas de “pan y arenques”. Otros factores colaboraron para que estas advenedizas de la revolución, inexpertas, analfabetas, muchas recién llegadas de la comuna campesina, quedaran afuera. Gastaban un tiempo infinito en garantizar el sustento para la familia en un cuadro de inflación y desabastecimiento. Compartían con los hombres una ancestral desconfianza en la capacidad femenina de sostener una actividad disciplinada y de expresarse racional y “políticamente”.


Pero había diez millones de hombres movilizados y, desde el comienzo de la guerra, en una Rusia abrumadoramente campesina, el zarismo había mandado al frente ex profeso a los obreros más activos (40% de las tropas). Así que para 1917 las mujeres eran más de la mitad de la mano de obra urbana, y el 72% de la rural. Aunque en el segundo tramo de la revolución los obreros con mayor experiencia política ocuparon el centro de los acontecimientos, ninguna lucha habría resultado victoriosa sin ellas.


 


Un gran burgués, V. Auerbach, narra furioso cómo la revolución envalentonó hasta a las más humildes: “El pueblo creía que la revolución era algo así como una fiesta: a la sirvienta, por ejemplo, no se la veía durante días enteros; se paseaba por las calles, adornada con cintas rojas, recorría la ciudad y sólo volvía a casa por la mañana, para lavarse y echarse otra vez a la calle".² “Sí, es verdad —confirma Trotsky—; la revolución es celebrada por los oprimidos como una fiesta, o como la vigilia de una fiesta, y el primer movimiento de las esclavas domésticas, despertadas por la revolución, consiste en aflojar el yugo de la esclavitud humillante y la desesperanza de cada día”.³


 


Pero ni Kerensky ni el Ejecutivo del Soviet pensaban que era tiempo de festejos, movilizaciones o huelgas: “Los obreros, al trabajo; los soldados, al cuartel”, reclamaba la prensa burguesa. Había que fortalecer la “democracia* y el frente militar. El Soviet ni siquiera aprobó la jornada de 8 horas hasta que fue impuesta, de facto, por los trabajadores que se retiraban de las fábricas una vez cumplidas.


 


El apoyo de mencheviques y socialistas revolucionarios al gobierno provisional, su repudio a las huelgas y el llamado a “volver al trabajo” desconcertaron a las trabajadoras, que veían en los dirigentes soviéticos a sus representantes y no a mediadores entre ellas y el gobierno. La decisión de continuar la guerra imperialista travestida como "guerra de defensa" indignó a las mujeres que exigían el regreso de los hombres del frente. En sus memorias, el “socialista sin partido” Sujanov confiesa su perplejidad porque rápidamente en las colas del pan volvieron a oírse airadas críticas al gobierno que “también se beneficiaba con la guerra y el sufrimiento del pueblo”. Dice Trotsky que las colas de mujeres, que pasaban la noche frente a las panaderías, “dieron él último impulso a la revolución y fueron la primera amenaza para el nuevo régimen”.4


 


A partir de marzo, el malestar popular reflejó el impacto por el derrumbe económico y la creciente oposición a la guerra; las obreras menos calificadas encabezaron este proceso de radicalización. Los socialistas revolucionarios y los mencheviques podían pensar que con Febrero había concluido la revolución y que había que afianzar la democracia burguesa. Pero si no concluían la hambruna y la guerra, para las mujeres no había concluido nada.


 


El 11 de abril, 15.000 mujeres de soldados se plantaron “por el regresó de los hombres y contra la carestía” frente al Palacio de la Taurída, sede del Soviet: ése era su gobierno y no el régimen de Kerensky. Pero el presidente del Soviet, el menchevique Dan, las acusó de reclamar “aunque las arcas están vacías”, e intentó impedir que interviniera la bolchevique Alejandra Kollontai. En la calle, Kollontai las animó a elegir sus propias delegadas al Soviet cuyos dirigentes acababan de volverles la espalda.


 


Las revolucionarias de Febrero habían tenido “un cierto reconocimiento dentro del Partido Bolchevique, que incorporó a las más destacadas a algunas direcciones distritales”. Pero las reservas hacia las trabajadoras no se disiparon fácilmente. Cuando Kollontai planteó ante la Conferencia de abril que había que organizar comisiones de mujeres y editar nuevamente Rabotnitsa (“La Mujer Trabajadora”) no tuvo mayor apoyo, excepto de las pioneras en el trabajo de la mujer Lenin, en absoluta minoría, tomó partido por Kollontai.


 


Esas bolcheviques y las militantes de la Organización Distrital habían construido fuertes lazos con las mujeres. En sus memorias, Krupskaia dice que cuando regresó a Rusia, en abril notó un desarrollo significativo de la conciencia política de las trabajadoras. “Verdaderamente estaban preparadas para tomar la iniciativa: las primeras en llevar adelante la agitación bolchevique entre los soldados fueron las vendedoras de semillas de girasol, de sidra y las esposas de soldados”.5 El trabajo había sido allanado por obreras como Anastasia Deviatkina, que militaba con las esposas de los soldados desde principios de la guerra y desempeñó un papel centra] en la organización del sindicato.


 


Una investigación sobre las obreras de Petrogrado6 demuestra con numerosos ejemplos que “eran conscientes de su inexperiencia y sabían que necesitaban una dirección”. Es el caso de P. G. Glizer, una costurera de 19 años, que el 27 de febrero hizo con sus compañeras una bandera roja con la consigna “Larga vida a la libertad”. Toda la noche escuchó discursos que prometían una vida mejor. Como nada había mejorado para mayo, las obreras del taller de Glizer pidieron a los patrones agua caliente para el almuerzo y otras mejoras. Sus peticiones no fueron satisfechas. Glizer había oído que en el sindicato podían ayudarlas. No sabía dónde encontrarlo, así que se lo preguntó a un transeúnte “que le pareció un sastre". Una joven delegada sindical, la bolchevique Shkharova  fue al taller y al final del día Las demandas habían sido resueltas. Al día siguiente, casi todas las obreras adhirieron al sindicato. “Glizer se volvió bolchevique, fue elegida presidenta del comité de fábrica, y en agosto fue delegada al Soviet local. Este camino era recorrido por cientos. Vera Slutskaia fue la primera bolchevique votada al Ejecutivo del Soviet, en mayo.7 ,


 


La caída de las ilusiones en el Gobierno Provisional fue vertiginosa. En abril, el canciller Miliukov hizo públicos los fines expansionistas de la guerra. Miles de obreras, obreros y soldados en armas se echaron a la calle. "Lo que más me impresionó fueron sus caras. Aquellas personas no tenían más que una sola cara llena de ira: el rostro monacal de los primeros siglos del cristianismo, irreconciliable, decidido, inflexiblemente decidido a llegar al asesinato, a la inquisición y a la muerte", decía aterrado un testigo de la época.


 


La movilización de las masas fue respondida  por la burguesía con el cierre de fábricas. Entre abril y mayo  30.000 obreros quedaron sin empleo, un número que se duplicaría en los meses siguientes.  Los Patrones argüían que les faltaban combustible, materias primas, créditos. Los de los comités de fábrica probaron que la producción era saboteada deliberadamente. El gobierno entonces propuso trasladar las fábricas al interior del país para facilitar el abastecimiento de materias primas, con excusas de orden militar. Al mismo tiempo, los oficiales pedían que las tropas revolucionarias fueran evacuadas de petrogrado. Querían dispersar la vanguardia de la clase obrera a los regimientos revolucionarios. Pero desde las jornadas de abril —cuando Miliukov intentó reprimir con el ejército y debió renunciar— ninguna guarnición se movilizaba sin autorización del Soviet.


 


La hora de las lavanderas 


 


A fines de abril, una muchedumbre de obreras textiles que manifestaba contra el gobierno se enfrentó a golpes con una patota de los KDT (liberales). Para entonces, los soviets de las barriadas de fyiborg, Narva y de la Isla de Vasíliev tenían mayoría bolchevique y varias obreras en su dirección. El comité de esposas de soldados de Viborg eligió a Krupskaia como su representante. Desplazaba a una vieja compañera de estudios, la liberal Nina Gerd, que se despidió diciéndole: “Ellas se molestan por todo lo que hacemos; sólo tienen fe en los bolcheviques”.


 


El Ejecutivo del Soviet debió reconocer que la situación “lindaba, para muchos, con el hambre crónica”; estaba racionado hasta el pan. Los obreros exigían un salario mínimo y las huelgas se desplazaron desde las grandes fábricas hacia el área de secvicios, mucho más dispersa y difícil de organizar.


 


Los sectores más avanzados comenzaban a comprender que en vez de luchas parciales, era necesario remover la sociedad basta sus cimientos y prepararse para tomar el poder. Las huelgas cobraron “un carácter especialmente turbulento en los sectores obreros más atrasados y explotados”, mayoritariamente femeninos. Reclamaban aumento salarial, mejores condiciones de trabajo, abolición trabajo infantil, beneficios por maternidad (desde 1912 existía una licencia de dos semanas antes de dar a luz y un mes después del nacimiento, pero los patrones nunca la acataron). También denunciaban el abuso y el acoso sexual de patrones, capataces y clientes y exigían la prohibición de la revisación corporal. Los bolcheviques afianzaron su autoridad entre los sectores más plebeyos, no sindicalizados y por fuera de los comités de fábrica. Cuarenta mil lavanderas –la bolchevique Sofá Goncharskaia dirigía el sindicato- fueron a la huelga por el salario y las condiciones de trabajo. Exigían que se nacionalizaran los lavaderos bajo control municipal. Las siguieron las trabajadoras de comercio, las de limpieza, las empleadas domésticas. El personal de restaurantes y confiterías exigió un trato respetuoso de los clientes; veían en el tuteo y las reverencias una rémora del régimen de servidumbre.


 


Días después de que entraran al gobierno de coalición mencheviques y eseristas, el Soviet de Kronstadt votó: “En Kronstadt, el único poder es el Soviet de obreros y soldados”. Acto seguido, prohibió el juego, las casas de prostitución y la ebriedad en la vía pública. La revolución conmueve hasta la última piedra.


 


Los comités de mujeres —que se ocupan tanto de los intereses generales de la clase como de las reivindicaciones específicamente femeninas— se multiplicaron en barriadas, fábricas y sindicatos. Los bolcheviques impulsaron que las mujeres integraran los comités de fábrica, aunque muchos trabajadores lo resistían y esto “implicó persuadirlos para que las votaran”. No era fácil en momentos en que, aprovechando el colapso de la economía, los patrones intentaban reemplazar a los trabajadores calificados con trabajo femenino más barato (por ejemplo en las fábricas de municiones). En junio, la patronal metalúrgica fue más lejos. Propuso a los delegados que mantendría los puestos de trabajo masculinos a cambio del despido de las obreras, con el argumento de que los sueldos femeninos eran “complementarios”. “Los bolcheviques actuaron en el sindicato desafiando las actitudes patriarcales y las tácticas discriminatorias contra las mujeres, poniendo énfasis en la solidaridad de clase”.8


 


Las mujeres vieron en el partido de Lenin al único que no daba por terminada la revolución con el desplazamiento de la autocracia, exigía el fin de la guerra y apoyaba sus luchas contra el deterioro vertical de la condiciones de vida sin preocuparse por que “desestabilizaran" el Gobierno Provisional. Ese era el sustento de “la fe” que asombraba a Nina Gerd. Una fe que mostraría sus límites en las jomadas de julio.


 


 


Notas:


 


1."En Petrogrado estaban concentrados más de ciento cincuenta mil soldados y por lo menos cuatro veces más obreros y obreras de todas las categorías No obstante por cada dos delegados obreros había en el Soviet cinco soldados (...) Mientras que los obreros elegían un representante por cada mil electores, los pequeños destacamentos enviaban a menudo dos.” (León Trotsky. Historia da la Revolución Rusa )


2. Citado por LeónTrotsKy,en Historiada la Revolución Rusa


3. León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa


4. Ídem anterior


5. Jane McDermid y Anna Hillyar. “Parteras de la Revolución. Mujeres bolcheviques y obreras en 1917”


6. Ídem anterior.


7. Ídem anterior


8. Ídem anterior.