Aniversarios
22/8/1995|461
Por qué los yanquis tiraron la bomba atómica
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Se cumplieron cincuenta años del bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki.
En la mañana del 6 de agosto de 1945, cuando la bomba cayó sobre Hiroshima, la temperatura trepó a 300.000 grados durante una décima de segundo; la bola de fuego que se formó –que se desplazaba a 1.600 kilómetros por hora y se extendió varios kilómetros a la redonda– destruyó todo a su paso: en menos de un segundo, 125.000 personas fueron calcinadas en Hiroshima; de muchas de las víctimas sólo quedó una sombra ennegrecida sobre paredes de concreto. Tres días después, 75.000 personas fueron asesinadas de la misma manera en Nagasaki. El bombardeo sigue produciendo víctimas hasta el día de hoy: las enfermedades causadas por la radiación provocaron tantas muertes como la explosión misma. El bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki fue un asesinato en masa, puro y simple, equivalente y comparable a los de los nazis en los campos de concentración.
“Aterrorizar”
El bombardeo de áreas civiles fue específicamente planificado por los estrategas norteamericanos. “Ni Hiroshima ni Nagasaki eran blancos ‘puramente militares’ ... Hiroshima, merecía ser considerada seriamente ‘por ser el blanco más grande que aún no había sido tocado y porque tampoco se encontraba en la lista de prioridades del décimo primer Batallón Aéreo de Bombarderos’. El blanco mismo debería ser el centro de cada una de estas ciudades. Estaban de acuerdo en que tomar como meta las áreas industriales sería un error ya que dichos blancos eran pequeños ... y dispersos” (Barton Bernstein, en Foreign Affairs). En Nagasaki, se dejó caer la bomba sobre los barrios populares ... evitando cuidadosamente destruir los astilleros del pulpo Mitsubishi, constructor de los barcos de guerra japoneses (Le Monde, 9/8).
El objetivo del bombardeo masivo de la población era sembrar el terror entre los no combatientes. Entre las actas del llamado “Comité del blanco” (encargado de “seleccionar” las ciudades sobre las que se lanzaría la bomba), puede leerse lo siguiente: “De importancia vital es que la bomba sería usada con el fin de aterrar, para ‘causar el mayor daño sicológico ...’” mediante lo que Arthur Compton, premio Nobel de Física y miembro del grupo científico especial encargado de asesorar sobre el uso de la bomba, definió como “matanza en masa” (ídem).
Por su declarado objetivo de exterminar y aterrorizar a la población civil, el bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki es la continuidad de los que se lanzaron en los últimos meses de la guerra, en los cuales “masas de no combatientes fueron exterminadas durante las últimas batallas de la guerra aérea entre Alemania y Estados Unidos. En 1945, la táctica evolucionó aún más al lanzarse bombas incendiarias en contra de las ciudades japonesas” (ídem).
En la noche del 13 al 14 de febrero de 1945, en apenas cuatro horas, cayeron sobre Dresde (Alemania) más de 3.000 bombas de fragmentación, 250 bombas incendiarias pesadas y otras 400.000 “pequeñas”. En el centro de Dresde, la temperatura alcanzó los 1.000 grados centígrados, al punto que se fundieron los vidrios de las botellas y las ventanas. “Un área de 1.600 hectáreas, en su mayoría edificios de departamentos, fueron arrasadas –junto con los hombres, mujeres y niños que vivían en ellos” (The New York Times, 15/2). Los historiadores afirman que más de 135.000 personas fueron asesinadas en Dresde esa noche. Como en Hiroshima y Nagasaki, “los blancos civiles fueron el objetivo principal”, porque el propósito de los bombardeos era “aterrorizar” (Le Monde, 15/2).
Desde principios de marzo, los mismos bombardeos se repitieron en las principales ciudades japonesas. Sólo en la noche del 9 al 10 de marzo fueron asesinadas en Tokyo más de 80.000 personas. Los bombarderos norteamericanos descargaron miles de toneladas de “fósforo blanco” (The Economist, 5/8) y de “napalm en las áreas más pobladas con el fin de provocar infiernos imposibles de controlar” (Barton Bernstein, en Foreign Affairs). Estos bombardeos continuaron hasta el fin de la guerra ... y aún después. “(Después del lanzamiento de las bombas atómicas, Truman, presidente norteamericano) siguió dando su aprobación para que se prosiguiera bombardeando a las ciudades del Japón, empleando para ello armas convencionales, a pesar de las altas tasas de mortalidad causadas por las bombas de napalm, incendiarias y otras. Entre el 10 y el 14 de agosto –el último día de la guerra– mil aviones norteamericanos bombardearon las ciudades japonesas, algunos de ellos lanzando sus mortales cargamentos después de que Japón se hubo rendido, y causando así la muerte de 15.000 japoneses más” (ídem). Se estima que medio millón de japoneses fue asesinado por la “implacable lluvia de explosivos y fósforo blanco” de marzo-agosto de 1945 (The Economist, 5/8).
Las “democracias” no sólo reprodujeron, a una escala nunca vista, los bárbaros bombardeos de los nazis sobre Londres y Coventry. La masacre sistemática y científicamente planificada de la población civil por medio de los bombardeos incendiarios no tiene nada que envidiarle a la masacre de la población civil en los “campos de la muerte nazis” ... al punto que, cincuenta años después, The Economist (5/8) debe reconocer que “si los aliados tuvieron un holocausto en la Segunda Guerra Mundial, indudablemente parece ser éste”. La dimensión de la masacre perpetrada por el imperialismo “democrático”, la pintó el propio secretario de Guerra norteamericano, Henry Stimson, quien en junio de 1945 escribió en su diario que “le dije al presidente que me encontraba preocupado del aspecto de la guerra porque no deseaba que los EE.UU. adquiriera la reputación de haber sobrepasado las atrocidades cometidas por Hitler” (ídem). Estos “pruritos” fueron rápidamente dejados de lado porque, como dijo The Guardian Weekly (26/2) en ocasión del aniversario del bombardeo de Dresde, “los vencedores nunca cometen crímenes de guerra” ...
El terror sembrado por el asesinato en masa de la población civil alemana y japonesa tuvo un objetivo político preciso: evitar que se reprodujera, en 1945, el desenlace de 1917/18, cuando al fin de la guerra los pueblos de las naciones derrotadas se levantaron revolucionariamente contra sus gobiernos, primero en Rusia y luego en Alemania y en los restantes países del imperio austro-húngaro. Las masacres de la población civil alemana y japonesa tenían por objetivo desmoralizar y paralizar a los pueblos para impedir que fueran ellos mismos los que se sacudieran el yugo de los nazis y de los militaristas japoneses. Son varios los autores (ver Ernst Mandel, “Los problemas de la Revolución europea”, mayo 1946) que dan cuenta de levantamientos y rebeliones obreras contra los nazis, que fueron cortados por el inicio de los bombardeos contra blancos civiles; también en Japón, los trabajadores comenzaban a organizarse contra los militaristas.
Los bombardeos terroristas del imperialismo aliado fueron una operación concientemente contrarrevolucionaria contra los pueblos. No alcanza, por lo tanto, con decir que el terror atómico es “hijo de la democracia”; hay que decir, además, que las “democracias” que surgieron en Alemania, en toda Europa y en Japón después de la guerra –y que algunos “trotskistas” como Nahuel Moreno llegaron a caracterizar como una “revolución democrática”– son las “hijas del terror” contrarrevolucionario del imperialismo contra los pueblos.
El “orden” del terror atómico
Al emplear la bomba contra las poblaciones indefensas de Hiroshima y Nagasaki, los imperialistas norteamericanos pretendían, además, “intimidar a los soviéticos y hacerlos más ‘manejables’ –tal como dijo (el secretario de Estado James) Byrnes– en la posguerra, especialmente en los países de Europa Oriental ... (el secretario de Defensa, Henry) Stimson le dio una importancia especial a este tema ... ” (Barton Bernstein, en Foreign Affairs). El bombardeo de Hirsohima y Nagasaki es, por lo tanto, el primer acto de la posguerra –la “guerra fría”. “Diez semanas después de Hiroshima, el Pentágono produjo un estudio super-secreto que planificaba la destrucción de veinte de las mayores ciudades soviéticas con bombas atómicas. Incluía Moscú, Leningrado, Gorky, Bakú y Novosibirsk, aunque no Kiev en Ucrania, porque había sido destruida en la guerra que acababa de terminar” (The Guardian Weekly, 6/8).
Todo el “orden” de la posguerra estuvo basado en la amenaza nuclear por parte del imperialismo norteamericano.
Apenas tres años después de Hiroshima, “el Pentágono desempolvó sus planes de contingencia para usar bombas atómicas contra la URSS durante la crisis de Berlín de 1948, un año antes de que fuera probada la primera bomba atómica soviética” (ídem).
“En 1953, Estados Unidos previno a China a través de canales diplomáticos indios que habían enviado bombas atómicas al ‘teatro de operaciones’ y que estaban considerando usarlas a menos que China acordara un armisticio en la guerra de Corea ... El Pentágono también recomendó el uso de armas atómicas contra las fuerzas vietnamitas que amenazaban la fortaleza francesa de Dien Bien Phu en 1954” (ídem).
“Diez años más tarde, enfrentando el tiempo de la humillación norteamericana en Vietnam, Eisenhower recomendó a Lyndon Johnson advertir a Moscú y Pekín que desataría la guerra nuclear para evitar la derrota” (ídem).
La amenaza de una guerra nuclear abierta fue utilizada por los norteamericanos durante la llamada “crisis de los misiles de Cuba” de 1962. La “segunda amenaza” tuvo lugar en 1973, cuando “Estados Unidos advirtió a Moscú que la derrota militar de su aliado israelí en los confusos días finales de la guerra del Yom Kippur (a manos de las potencias árabes) no sería tolerada” (ídem).
Hay que recordar que, en ocasión de la guerra de Malvinas distintos investigadores señalaron que la Thatcher había amenazado con un bombardeo atómico sobre Santa Cruz si Argentina hundía a la flota “pirata”. La advertencia no era gratuita: los submarinos nucleares británicos estaban frente a la costa argentina y fue uno de ellos el que hundió al crucero General Belgrano.
Europa Oriental, China, Cuba, Vietnam, Corea, los países árabes, Argentina, Irak: allí donde los intereses imperialistas estuvieron en cuestión, inmediatamente se planteó la amenaza de un bombardeo nuclear sobre las poblaciones civiles.
El imperialismo —la reacción en toda la línea– sigue amenazando a los pueblos de todo el mundo con la destrucción nuclear, algo a lo que no puede poner fin ningún tratado internacional ni ningún “acuerdo de limitación armamentista”. El peligro de una hecatombe atómica es inseparable de la existencia de la dominación imperialista; para acabar con el terror atómico hay que acabar con el imperialismo.