Aniversarios
29/3/2012|1216
Soldados hambrientos, congelados, torturados
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“La comida empezó a escasear a los pocos días para todos los que estábamos lejos de Puerto Argentino. Después de los primeros quince días, la ración se redujo a una especie de sopa con algunos fideos (…) Perdí quince kilos en mi estadía en las islas.
“Estuvimos diez soldados más de un mes en una casamata de cuatro por cuatro. Durante dos meses, no me bañé. Tuve un solo equipo de ropa y, por la gran humedad no se secaba. Así, con la ropa puesta y mojada, nos poníamos cerca de un braserito que temamos…
“Al oficial que estaba a cargo nuestro, cuando la situación se puso muy difícil, le vino 'hepatitis' y quedamos a cargo de un suboficial…
“Luego empezamos a retroceder rumbo a Puerto Argentino. No fue un repliegue ordenado, fue casi una disparada. Esto no porque fuéramos cagones, hubo actos de heroísmo sin límites. Los correntinos y los chaqueños pelearon como leones y, muchas veces, por la ignorancia corrían riesgos innecesarios (…) Acá empezó el hambre, no morfábamos casi nada. Vi morir compañeros por cazar patos para comer en la playa minada” (“Crónica de las Malvinas, Testimonio de un soldado”. Política Obrera N° 331, 15/7/1982).
Apenas terminada la guerra, comenzaron a conocerse estos testimonios y otros peores, que hablaban de torturas a los soldados, golpizas, estaqueos y maltratos de todo tipo. También muertes por frío y por hambre, amputaciones de piernas por el llamado “pie de trinchera” -debido al congelamiento por falta de equipos adecuados. Una vez prisioneros, los soldados argentinos recibieron de los ingleses un trato mejor que el recibido antes de sus propios oficiales.
Hasta ese sadismo tiene su explicación en la política. De los 11 mil soldados argentinos en las islas, había una sola unidad de combate con capacidad para operar en un conflicto como aquel: el Batallón 5 de infantería de marina (BIM5), el que sostuvo su posición hasta el final y a cuyo comandante le fue negada la autorización para lanzar un contraataque que tenía preparado (“nosotros esperábamos ese contraataque, que nos hubiera demorado y perjudicado mucho”, dijo el general Jeremy Moore en una entrevista).
El resto eran batallones de soldados sin entrenamiento, casi todos del norte: porque las mejores tropas argentinas no estaban en Malvinas, sino en la frontera con Chile -donde la dictadura sí esperaba una guerra. En medio del desorden, de la falta de profesionalismo y hasta la cobardía de buena parte del cuerpo de oficiales, cuando además no se había previsto logística alguna y el frío y el hambre imperaban, la única disciplina posible era la que mejor conocían los militares argentinos: la tortura y el terror.