Aniversarios

16/8/2020

Trotsky y el programa socialista para la mujer trabajadora

En un contexto atravesado por la agudización de las contradicciones capitalistas, los aportes de Trotsky se revelan como imprescindibles para la intervención de las organizaciones revolucionarias. Trotsky nos legó un método y un programa, que abarca gran parte de los aspectos de la lucha política. Particularmente, queremos reivindicar aquí sus elaboraciones alrededor de la cuestión de la mujer trabajadora, la familia y la cultura, que -como veremos- son contribuciones esenciales a la hora de encarar la tarea de la construcción de una conciencia revolucionaria en las masas

La doble opresión y su rol en la tarea revolucionaria

Ya muy temprano, el socialismo organizó masivamente a las mujeres trabajadoras por sus reclamos. En 1917, la participación de las mujeres fue fundamental en la revolución. Trotsky recoge en su “Historia de la Revolución Rusa”, el rol de las obreras de San Petersburgo al empujar el inicio de la Revolución en febrero de 1917, con una huelga general que ni el más audaz bolchevique se atrevía a lanzar entonces.

Este peso de las mujeres en el movimiento socialista y en la revolución le dio impulso a las transformaciones en favor de la mujer trabajadora que encaró la revolución de octubre. En el marco de los debates alrededor de esto, Trotsky veía el atraso y la superexplotación femenina como un problema a superar dentro de la propia clase trabajadora e incluso, en la vanguardia revolucionaria. Por eso colaboró con la elaboración de un programa para ganar a la revolución a este sector. En ese sentido, Clara Zetkin llevó adelante un importante debate con los sectores ultraizquierdistas del partido que menospreciaban la lucha en este ámbito y creían que solamente alcanzaba con tener un par de consignas, cuando la tarea del momento era sustraer a las trabajadoras del influjo burgués mediante la agitación revolucionaria en los lugares de trabajo y en los barrios obreros, con un planteo de organización propia e independiente para estas trabajadoras. Esos aportes quedaron plasmados en las “Tesis para la propaganda de las mujeres”, resultado del debate de la II Conferencia de Mujeres Comunistas de 1921. Estas tesis servirían durante un largo tiempo al partido bolchevique como una herramienta de intervención política, de cara a las millones de obreras y campesinas rusas, a las cuales era vital ganar a la construcción del nuevo Estado Obrero; pero también le servirán al resto de los partidos comunistas de la Internacional que intentaban desarrollar su fuerza en sus respectivos países.

La revolución de Octubre y los derechos de la mujer trabajadora

El gobierno bolchevique impulsó fuertemente el programa que las socialistas habían planteado para la mujer trabajadora. Así, la URSS era, en la década del ‘20, quizás el único país del mundo que reconocía a las mujeres como un sujeto de derecho pleno, promoviendo también una amplia legislación a su favor. En octubre de 1918, el gobierno obrero ratificó en el “Código sobre el Matrimonio, la Familia y la Custodia” el derecho al divorcio y el matrimonio civil. También se eliminaba allí la distinción entre hijos legítimos e ilegítimos y la discriminación a la homosexualidad. En 1920 se decretó el derecho al aborto seguro, legal y gratuito, siendo el primer gobierno del mundo en hacerlo. A su vez, se tenía en cuenta que el aborto era muchas veces una decisión forzada por una mala situación económica, por eso se buscó incorporar a la mujer a las fábricas y talleres. De esa manera, se lograría un avance en la independencia económica de muchas obreras y campesinas. Así mismo, no se soslayó la necesidad de derechos laborales específicos para las mujeres que además eran madres, y por eso se impulsaron medidas como la prohibición del trabajo nocturno y las horas extras durante el embarazo y la lactancia; un receso pagado de media hora para alimentar al bebé y una licencia remunerada por maternidad de ocho semanas (muy avanzada para la época). Esta legislación fue impulsada -principalmente-por las dirigentes Alexandra Kollontai e Inessa Armand, las cuales ocuparon la presidencia del Zhenotdel entre 1919 y 1922. Este departamento, -una original creación del gobierno obrero- tenia como objetivo mejorar las condiciones de vida de las mujeres en la Unión Soviética, luchando contra el analfabetismo y desarrollando una nueva educación socialista sobre las cuestiones del matrimonio, la sexualidad y la maternidad. También era el departamento encargado de impulsar toda la legislación necesaria para acompañar este proceso de reeducación.

Pero los dirigentes soviéticos y, sobre todo, Trotsky, tenían clara una cuestión: no se trataba solo de leyes y decretos. Los mismos debían tener un correlato en la vida material de las mujeres y campesinas, y en definitiva, del conjunto de la familia obrera. Trotsky resumió sus puntos de vista en un maravilloso folleto de 35 páginas llamado Problemas de la vida cotidiana. El tamaño reducido del mismo no debe engañarnos, porque en esas 35 páginas hay aportes invaluables para cualquier militante que quiera conocer cómo se construye una sociedad desde nuevas bases, con los problemas, los errores y aciertos del caso.

Allí -por ejemplo- se demuestra que por las responsabilidades tradicionales de la mujer para con las y los niños, el divorcio frecuentemente resultaba más problemático para ellas que para los hombres. A menudo, los hombres se iban en nombre de “la libertad de unión” y las mujeres quedaban a cargo de los hijos. También hace notar que para las mujeres estaban reservados los puestos laborales de mayor esfuerzo pero de más bajos salarios, debido a la menor formación cultural que poseían. Así mismo, las reuniones del partido, el sindicato y los mítines eran lugares difíciles de acceder para la inmensa mayoría de obreras y campesinas que debían además de trabajar afuera, trabajar en la casa al servicio de maridos e hijos.

Trotsky pone de manifiesto que, sin incorporar a la mujer a la vida política y económica del nuevo Estado Obrero, la igualdad era solo una consigna. Pero esa incorporación era un producto dialéctico que implicaba un cambio en las relaciones al interior de la familia: “Y aún es bastante obvio que a menos que en la familia exista una verdadera igualdad entre marido y mujer (…) no podremos hablar seriamente de igualdad en el trabajo social ni quizás en la política”.

Sin embargo esta tarea no era nada fácil, porque aun en 1923, los signos de mayor atraso como el analfabetismo, la religiosidad, el alcohol, el machismo y otros lastres del período zarista -que la débil burguesía rusa no pudo ni quiso resolver- seguían presentes en la enorme mayoría de la clase obrera y campesina rusa, e incluso en varios elementos del partido bolchevique. Para avanzar en este aspecto había que hacer avanzar la conciencia revolucionaria sobre estos temas en toda la sociedad, pero sobre todo en la vanguardia revolucionaria: “Una reforma radical de la familia y en general de todo el orden de la vida doméstica requiere un enorme y consciente esfuerzo del conjunto de la clase trabajadora (…) Se necesita un arado que se hunda profundamente para remover densas masas de tierra.”

Pero dicho avance de la conciencia si o si debía ser acompañado por una disposición del Estado de encargarse de la elevación cultural y de garantizar acceso a la educación a toda la clase obrera y campesina. Y a su vez, este mismo Estado debe garantizar materialmente la igualdad que proclama: “Hasta tanto la mujer esté atada a los trabajos de la casa, el cuidado de la familia, la cocina y la costura, permanecerán cerradas totalmente todas sus posibilidades de participación en la vida política y social.”

He aquí el fondo de la cuestión: una conducción revolucionaria que no considere parte de su tarea de gobierno socializar las tareas domésticas, no puede decir de sí misma que ha completado la tarea de la emancipación social. Trotsky sabe que debido a la guerra civil y al aislamiento general de la URSS, la situación económica no ayuda para disponer de los mejores recursos para esta monumental tarea, pero por ello no se debe dejar de lado como objetivo: “La socialización de la familia, del manejo de la casa y de la educación de los niños no será posible sin una notable mejoría de toda nuestra economía. (…) El lavado debe estar a cargo de una lavandería pública, la alimentación a cargo de comedores públicos, la confección del vestido debe realizarse en los talleres. Los niños deben ser educados por excelentes maestros pagados por el estado y que tengan una real vocación para su trabajo. Entonces la unión entre marido y mujer se habrá liberado del influjo de todo factor externo o accidental y ya no podrá ocurrir que uno de ellos absorba la vida del otro. Una igualdad genuina será al fin establecida. La unión dependerá de un mutuo afecto.”

La contrarrevolución, también en el hogar

En algunos pasajes de “Problemas… “, Trotsky alerta sobre la visión mecánica de algunos funcionarios del Estado Obrero y de algunos privilegios y beneficios que estos disfrutan, justamente por ser funcionarios. Llama la atención la agudeza de ver en 1923 elementos de lo que luego se desarrollaría en la URSS como un verdadero cáncer: la burocratización comandada por Stalin, proceso que Trotsky retrataría sin concesiones en La revolución traicionada. En este texto de 1936, escrito para advertir al conjunto del proletariado mundial sobre la degeneración del Estado Obrero que la camarilla stalinista estaba llevando a cabo de la mano del terror y la persecución, iba sentando las bases para la restauración capitalista, Trotsky refleja como ese “Termidor” (la contrarrevolución) también se lleva a cabo en el hogar.

Stalin retrotrae toda la legislación progresiva hacia la mujer trabajadora, en primer lugar va avanzando contra el derecho al aborto, el cual en 1936 ya queda anulado . Esto, en nombre de que como la URSS era “el mejor país del mundo” debido a que el socialismo ya estaba “realizado” como sistema social, ninguna mujer soviética tendría motivos para abortar. Así mismo, en 1930 cierra el Zhenotdel, ya que todos los problemas de las mujeres soviéticas estaban resueltos, luego procedió a desmantelar todas las instituciones que apuntaban a la socialización de las tareas de cuidado: desarmó lavanderías, comedores y jardines maternales. Entonces, cabe preguntarse: si la mujer perdía aquellos derechos sociales y laborales que le permitían pelear contra la esclavitud domestica, y ahora tenia prohibido abortar o divorciarse, ¿cuál era su tarea en la tierra “socialista”, según la propaganda stalinista? La respuesta es un retroceso a las concepciones de la familia burguesa: la tarea de la mujer sería ser buena madre y cuidar al marido.  O sea, volver al yugo opresivo del hogar y la familia.

Trotsky no desconoce la insuficiencia del desarrollo de las condiciones materiales en la URSS para sostener la socialización de las tareas hogareñas al nivel que los bolcheviques esperaban en 1917, pero ocurre que  la “filosofía de cura que dispone, además, del puño del gendarme” es llevada adelante para lograr el disciplinamiento y la regimentación del conjunto de la clase obrera: “El motivo más imperioso del culto actual de la familia es, sin duda alguna, la necesidad que tiene la burocracia de una jerarquía estable de las relaciones sociales, y de una juventud disciplinada por cuarenta millones de hogares que sirven de apoyo a la autoridad y el poder” nos dice con claridad meridiana León Trotsky. El Termidor en el hogar se completa con la vuelta a las normas de la moral burguesa y con una “neutralidad irónica” frente a la religión. A su vez, este retroceso tiene una correlación directa con el avance de la descomposición social, expresada en el horror de los niños abandonados y el aumento de la prostitución.

Paso a las luchadoras

Este cuadro de degeneración del estado soviético fue denunciado por Trotsky sistemáticamente durante años, y eso le valió la difamación y persecución para él y toda su familia por parte de la camarilla stalinista. Sin embargo, Trotsky llamaba a defender y sostener el Estado Obrero (la propiedad socializada de los medios de producción) y su legado revolucionario que, a pesar de todo, resistía los embates de la burocratización. En 1933, la criminal política del PC alemán ordenada por Moscú terminó echando al proletariado más fuerte de Europa a las fauces del nazismo, ante el silencio total de la III Internacional. Esto convenció a Trotsky de que para salvar la revolución había que desarrollar nuevos partidos revolucionarios separados del control del PC soviético y poner en pie una nueva internacional, la IV. En El Programa de Transición, texto que finalmente vería la luz en 1938, Trotsky desarrolla un plan de acción en este sentido, con la preocupación de que las condiciones subjetivas logren desarrollarse antes que las condiciones objetivas se descompongan y avance -aún más-la barbarie. La crisis de la humanidad se resume en una crisis de su dirección revolucionaria (motivada por la traición de la II Internacional y el estalinismo) y este texto pretende poner en pie las bases de esa nueva dirección revolucionaria. Nuevamente, la cuestión de la mujer ocupa un lugar clave para Trotsky, también en esta etapa: “Las secciones de la IV Internacional han de buscar apoyo entre los sectores más explotados de la clase obrera y, por tanto, entre las mujeres trabajadoras. En ellas encontrarán inagotables reservas de entrega, entusiasmo y capacidad de sacrificio.”

Otra vez, es el lugar de terrible opresión  que la mujer obrera tiene en la sociedad lo que puede convertirla en un arma mortal para el capital, siempre y cuando la lucha por la liberación de esa opresión esté ligada a lucha por la liberación de la opresión del conjunto de la clase obrera.

A 80 años, tan vigente como entonces

En este breve recorrido por las tesis principales de Trotsky sobre la cuestión de la mujer trabajadora se pone de manifiesto el gran aporte de dichas tesis para muchas de las luchas actuales que las organizaciones revolucionarias tenemos por delante en este ámbito. La barbarie que avanza a medida que se descomponen las relaciones sociales capitalistas se traduce en un empeoramiento de las condiciones de vida generales de la familia obrera, con mayores tasas de desocupación y pobreza. Hoy la brecha salarial en el mundo está el 58% y a nivel mundial, las más afectadas por los procesos de reformas laborales y jubilatorias son las mujeres. Además de esto, para nosotras, la barbarie se traduce en el aumento de femicidios, violaciones, abusos, redes de trata y aumento de la prostitución. Frente a esto, los gobiernos tratan de neutralizar los movimientos de mujeres que masivamente han salido a las calles en todo el mundo a reclamar contra estas problemáticas. La cooptación y la generación de expectativas en mejoras formales que ni siquiera llegan a ejecutarse están a la orden del día para tratar de quebrar un movimiento que, de avanzar, puede cuestionar las raíces de la dominación en el régimen capitalista. Por eso es tan importante la intervención de las corrientes revolucionarias en estos procesos.

En el caso de Argentina, las movilizaciones por el Ni una menos o la marea verde por el aborto legal son una expresión de la tendencia mundial a salir a las calles a exigir demandas de parte de las masas. De hecho, se han tomado como ejemplo en muchos países de Latinoamérica, donde cuestiones como, por ejemplo, el derecho al aborto seguro, legal y gratuito aun hoy están pendientes. Pero también aquí está planteada una disputa dentro del movimiento, para sortear las desviaciones de las corrientes burguesas y pequeñoburguesas. Luego de haber movilizado dos millones de personas hace dos años en defensa de la vida de miles de mujeres pobres que mueren cada año por abortos clandestinos, Alberto Fernández se da el lujo de decir que no es una cuestión urgente y puede esperar. Usando como excusa la pandemia, pospone un derecho cuyo apoyo masivo fue largamente mostrado en las calles con el objetivo de que las iglesias sigan apoyando su gobierno, en el marco de nuevos ajustes.

Mientras tanto, hace demagogia con el Ministerio de las Mujeres, cuya ministra habla sobre la doble carga que llevan millones de mujeres trabajadoras argentinas que sostienen tareas laborales en terribles condiciones y luego siguen trabajando en su casa. Pero para estas mujeres, la ministra Elizabeth Gómez Alcorta no tiene más que palabras y algunas migajas, porque pertenece a un gobierno que elige pagar la deuda en lugar de atender las necesidades básicas de miles de familias trabajadoras. Mucho antes que varias de estas feministas low cost siquiera ocuparan algún puesto de gobierno, Trotsky, Kollontai, Armand y Zetkin buscaban garantizar aun en condiciones económicas terribles, la socialización de las tareas del hogar, para así terminar efectivamente con esa servidumbre y garantizar la mayor igualdad posible.

El legado de Trotsky y la revolución de Octubre que él representa cabalmente, debe ser una plataforma para desarrollar una política revolucionaria de cara a las masas y en particular a las mujeres trabajadoras. El stalinismo, trabajó sistemáticamente para difamar y sembrar la desconfianza en las masas sobre los planteos trotskistas. En el caso del movimiento de mujeres a nivel internacional, eso se expresó en el rechazo del activismo de los años 60 y 70 a tomar los planteos revolucionarios del bolchevismo, ya que lo identificaban con la URSS stalinista. Este proceso de distanciamiento se profundizó en los 90 con la restauración capitalista en los ex Estados obreros de Europa del Este. Pero hoy como entonces, el programa del bolchevismo para la mujer trabajadora y el conjunto de las oprimidas sigue totalmente vigente. En estos momentos de agudización de la crisis capitalista se hace más necesario que nunca luchar por la refundación de la IV y la construcción de los partidos de combate que lleven a la clase obrera al poder, para finalmente poner en práctica el programa social, político y económico que pondrá fin a la opresión en todas sus formas.