Aniversarios

22/9/2017

Vigencia y universalidad de la Revolución de Octubre

Crónica del curso que dio Jorge Altamira en la Universidad “Arturo Jauretche”, en el marco de las actividades por los cien años de la Revolución Rusa.


Con una masiva concurrencia a lo largo de tres encuentros, Jorge Altamira desarrolló el curso acerca del centenario de la revolución Rusa y la vigencia de la lucha por el socialismo, en la Universidad Arturo Jauretche del conurbano sur.


 


Vigencia y universalidad de la revolución


 


En primer lugar, la vigencia de la revolución, los militantes revolucionarios no “recordamos” la revolución como una mera efeméride sino como un proceso que todavía es necesario retomar en las luchas actuales del proletariado. La revolución está vigente porque los trabajadores del mundo entero aún hoy no mejoraron su condición, es decir no se emanciparon de la explotación capitalista. Por otro lado, los mismos factores que determinaron el estallido de la revolución están presentes en la actualidad: crisis capitalista, guerra, superexplotación. En definitiva, la barbarie social.


 


En segundo lugar, Altamira planteó la universalidad de la revolución de octubre, comparándola con las revoluciones norteamericana y francesa, cuya universalidad fue abstracta, ya que ambas desarrollaron el capitalismo y afectaron con su impulso al resto del mundo aunque solamente en beneficio de la burguesía, por tanto era una universalidad que se desarrolló en forma particular. En contraste, la revolución de octubre fue concretamente universal, ya que representaba la ambición del ser humano (y no de una clase en particular) por desarrollar una liberación plena. Así, la vigencia y la universalidad de la revolución rusa se manifestó en el impacto internacional que tuvo, tanto en Europa occidental (Alemania, Italia), en Asia y Medio Oriente o incluso en lugares remotos como Argentina, lugares donde se manifestó el espíritu revolucionario de los trabajadores.


 


Etapas y combinaciones de etapas


 


Otro elemento fundamental que se desarrolla en Rusia y que es fundamental para comprender correctamente el devenir histórico en general es el de la combinación de desarrollos desiguales. En Rusia, el capitalismo es injertado en un marco de profundo atraso económico, social y político. Mientras los teóricos debatían acerca del carácter que la revolución debía tener, planteando que había que repetir la revolución francesa de 1789 o las revoluciones de 1848, Trotsky hablaba de la imposibilidad de dicha repetición, ya que en Rusia existía un capitalismo y una clase obrera que no existían en las revoluciones previas, hecho que hacía inevitable que la burguesía escapara a cualquier impulso revolucionario por miedo a las masas armadas que pusieran en riesgo su dominación. A esas conclusiones llega Trotsky luego de la revolución de 1905. Sin embargo, esta cuestión de las etapas de la revolución ya las había analizado el mismo Marx a la luz de la experiencia de 1848, cuando veía que ya no se planteaba el problema de la revolución burguesa y que el choque se daba directamente entre la burguesía y el proletariado. El proletariado francés es derrotado y en Alemania es la nobleza quien realiza algunas concesiones desde arriba para evitar que se repita un nuevo estallido revolucionario. A raíz de la derrota de estas revoluciones Marx planteó la revolución permanente, es decir que ninguna revolución podía triunfar a partir de ese momento si el proletariado no tomaba el poder. Pues bien, en la Rusia de 1905, con una enorme clase obrera y la formación de soviets, no sólo la burguesía no podía ser revolucionaria, sino que ni siquiera podía haber reformas “desde arriba”, como había ocurrido en Alemania, debido a las presiones del capital internacional. Trotsky planteó que el ciclo de la revolución burguesa se iniciaría en Rusia como una revolución proletaria. De conjunto, todo este desarrollo lleva a la cuestión clave de la revolución permanente: los procesos históricos se combinan, los países atrasados saltan etapas y la revolución es un fenómeno tanto nacional como internacional.


 


El partido, siempre el partido


 


Por último, Altamira destaca la importancia del partido bolchevique en el proceso abierto entre febrero y octubre de 1917 y de Lenin dentro de él. Planteó que en el curso de esos ocho meses Rusia agotó la experiencia política que en países como Inglaterra o Francia habían llevado siglos (monarquía, república burguesa, gobierno de coalición con partidos de izquierda reformista, bonapartismo, hasta llegar al gobierno obrero en octubre). Y en esa experiencia, el partido jugó un rol clave como dirección de los trabajadores. Así, las masas que en febrero no aceptaban el programa bolchevique, en octubre lo apoyaban mayoritariamente y toman el poder con ese programa. Al mismo tiempo esos meses fueron meses de intensa lucha política dentro del partido bolchevique, incluso de crisis enormes, en las que se tuvo que dar respuesta en momentos de giros acelerados, ascensos de las luchas y reflujos en los que siempre el partido se mantuvo a la cabeza de las masas hasta la insurrección de octubre y la toma del poder.


 


Finalmente, Altamira destaca que la clave es entender que la revolución rusa es una revolución proletaria porque la clase obrera toma el poder. Aspecto nada menor al momento de caracterizar otras revoluciones en las que la clase obrera no es la clase dirigente del proceso, o habiendo sido la clase revolucionaria, no es la que toma el poder mientras que los que toman el poder son la garantía de salvación del capitalismo (Allende y la experiencia chilena).


 


Frente a todo este proceso, la historia se caracteriza por su plasticidad, Altamira explica que el aislamiento de la revolución y el ascenso del estalinismo marcan el rechazo a la universalidad y la vigencia de la revolución planteando el socialismo en un solo país, es decir sosteniendo un interés social particular que subordina los intereses del movimiento comunista internacional a los intereses de la URSS, lo que determino derrotas enormes para el proletariado mundial, clave de la barbarie del siglo XX.


 


 


 


Foto: Micaela Loyola