Acerca de Grissinópoli

El 1° de julio salió publicado en Prensa Obrera un artículo de Pablo Heller titulado “Grissinópoli también: pagando un precio muy CARO". Treinta días después apareció en Indymedia Argentina una carta su­puestamente firmada por 15 trabaja­dores de la fábrica. Y digo "supuesta­mente” porque no dispongo de ningún otro elemento que acredite la autenti­cidad de tal carta. No es la primera vez ni será la última que aparecen en ese medio declaraciones que resultan luego desmentidas por sus supuestos autores. En la carta, se señala que lo expresado en el artículo publicado en Prensa Obrera es mentira; que el au­tor del artículo se “deje de mentir en relación a la situación de la fábrica...”, “...que usted (refiriéndose a Pablo He­ller) nos menosprecia y subestima... (Diciendo) que no podemos pensar por nosotros mismos... y por lo tanto somos víctimas del Dr. Luis Caro...”.


Con relación a todo esto, el artícu­lo forma parte de un debate más que necesario para el conjunto de las fá­bricas recuperadas que están ahora frente a problemas cruciales para su supervivencia. El artículo sobre Gris­sinópoli se integra con otra serie de artículos referidos a Brukman, Zanón, Transporte del Oeste, Clínica Lerena que luego fueron reunidos en un fo­lleto bajo el título “¿Adónde van las fá­bricas ocupadas?”.


De eso no se habla


Lo que más llama la atención de la supuesta respuesta de los trabajado­res de Grissinópoli son sus omisio­nes. ¿Por qué no aparece ni una men­ción al hecho denunciado en el artí­culo de Pablo Heller acerca de la in­jerencia creciente de Tía Mantea” en la fábrica, para la cual Grissinópoli viene produciendo casi en forma excluyente. ¿No es acaso grave la ame­naza que se cierne sobre la coopera­tiva, de transformarse en una suerte de tercerizada (la empresa nombrada ha llegado al extremo de designar un capataz dentro de la planta, al menos por algún período)?. ¿No es acaso cierto que los compañeros cumplen agotadoras jomadas laborales para sostener la fábrica y que dependen cada vez más de un patrón, que en la primera de cambio puede abandonar a su suerte a los trabajadores? ¿No es acaso cierto que se vencen los dos años de la expropiación transitoria? El Estado patronal se niega a entregar subsidios y a colocarse como prove­edor privilegiado de los emprendimientos de la clase obrera, mientras otorga grandes subsidios a los ban­cos y otras patronales.


Lo único que se objeta en la carta de Indymedia sería la afirmación de que hay una propuesta de préstamo del Banco Nación para comprar la empresa. ¿Pero existió o no tal pro­puesta del Dr. Caro? Si al momento de publicarse el artículo de Prensa Obrera tal oferta había sido rechaza­da, lo único que prueba es que la opo­sición que generó la propuesta del préstamo ya estaba más madura de lo que el autor del artículo anticipaba. Los trabajadores rechazaron el crédi­to porque “olían” que no iban a poder pagarlo y volvieron a reafirmar su re­clamo a favor de la expropiación.


En la nota nombrada tampoco apa­rece una sola mención al centro cul­tural. ¿Pero Grissicultura existe o ha dejado de funcionar? ¿Por qué ha de­saparecido? ¿No es acaso que, una y otra vez, el Dr. Caro -quien estuvo con Aldo Rico, digamos de paso- se oponía a que la izquierda esté allí con los trabajadores? La liquidación del Centro Cultural sólo pudo ser obra de una extorsión.


Sorprendentemente, la carta reivin­dica que la fábrica se mantuvo “sin violencia”, "sin prepotencia”, con “hu­mildad y legalidad”, lo cual es un eu­femismo del fascistizante “cambio en paz”, respetando las leyes e institu­ciones vigentes. Los trabajadores, sin embargo, sufren los perjuicios -y no precisamente los beneficios- resul­tantes del “imperio de la ley y de las instituciones” que defiende el Sr. Ca­ro. Vale como ejemplo reciente el de Gatic. Lo confirma la historia real de Grissinópoli. Si hoy los trabajadores están aún de pie es porque “violenta­ron” el sistema jurídico y económico vigente, es decir, al capitalismo y... "combatieron al capital..." ocupando la fábrica y colocándola bajo su con­trol, desconociendo a los dueños y haciéndola funcionar nuevamente.


En resumen, resulta difícil creer que esta nota haya sido elaborada de puño y letra por los trabajadores de Grissinópoli. Y si así lo hicieron, lejos de desmentir lo que se denuncia en el artículo de Pablo Heller, lo confir­maría. Una respuesta de este calibre sólo se explica como consecuencia de la presión y el chantaje al que es­tán sometidos los compañeros de la fábrica.