Sindicales

19/9/2002|772

Control patronal o control obrero

Nuestros compañeros, trabajadores ocupados de fábricas, nos pintan el panorama de la producción organizada por el capitalismo. Lo hacen con la autoridad que les da pertenecer a la clase que conoce el proceso productivo.


Luego de haber recibido, durante los últimos 10 años, penosas charlas y entrenamientos sobre todo tipo de "cambios de paradigmas en la producción", como el "just-in-time", la "calidad total y las normas Iso 9000", la "mejora continua", la "reingeniería", la "tercerización", nuevos sistemas informáticos de planificación y control de la producción, el "gerenciamiento externo", etc.; y de haber sufrido, junto con tanta "modernización", la extensión de la jornada laboral, suspensiones y despidos, "nuevas formas de contratación" que liquidan los convenios, rebajas salariales, liquidación de "beneficios" como las obras sociales, y cierres de fábricas; los compañeros van sacando conclusiones largamente maduradas.


Se hace cada vez más visible la incapacidad de la patronal de sostener las mínimas condiciones para la supervivencia de los obreros y también para garantizar la producción.


La tercerización, por ejemplo, pone en manos de los capitalistas más chicos, dentro del mismo proceso productivo, a las etapas menos rentables, atomizando a los trabajadores, para lograr la reducción del salario. Así es que ha llevado al máximo la fragmentación de la producción, al punto que las unidades de producción que físicamente deben estar integradas, se disocian, alterando el propio proceso.


Se ve claramente en la producción automotriz: la fabricación de autopartes queda en manos de empresas dedicadas a esta etapa (Dana, Wobron), mientras que las terminales automotrices sólo ensamblan (Ford). Los mayores inventarios son trasladados a los proveedores de autopartes, capitalistas más débiles, subordinados a las terminales, que son los que imponen los precios. Los autopartistas deben entregar las partes en cada punto de la línea de ensamble, donde se las requiere. El obrero de las autopartistas percibe menor salario y tanto ellos como los de las terminales deben realizar un esfuerzo mayor para exigir mejores condiciones, ya que no pertenecen a la misma fábrica. La productividad, en términos de bienes, disminuye (mayores dificultades para sincronizar el proceso, mayores errores, etc.), a los capitalistas les preocupa sólo la tasa de beneficio, o sea aumentar la explotación.


En las fábricas alimenticias (Terrabussi) y en los laboratorios medicinales (Parke Davis), el sector que maneja las materias primas o algunas líneas de producción de semielaborados, pertenece a otras compañías; también logran así menor costo de mano de obra, aunque la eficiencia en la producción sea menor.


El "just-in-time" se ha visto reducido a salir de raje a comprar materias primas, dos minutos antes de ser usadas en la línea, y la "excelencia", en este caso, en la gestión de compras, se reduce a que un fletero las concrete.


Existiendo técnicas de mantenimiento predictivo (con el seguimiento de datos de temperatura, presión, etc. se pueden determinar con antelación las fallas que las máquinas pueden sufrir y realizar su mantenimiento en paradas de planta programadas, sin perder producción), la crisis actual hace que ni siquiera se realice el mantenimiento preventivo, sino que cuando se rompe la máquina, se compran los repuestos y se la arregla, con las líneas paradas.


Los compañeros nos revelan que el verso de la calidad total es revolcado en el barro de la crisis, llegando a bajar la calidad de los productos a límites socialmente intolerables, aun en alimentos.


La llamada "revolución tecnológica" (innovaciones tecnológicas, basadas sobre todo en la informática y las comunicaciones) ha sido presentada como el fin de los problemas de la humanidad y todo gracias a los empresarios innovadores; sin embargo, es claro que estas innovaciones son utilizadas como una tentativa extrema del capital de adaptarse a su propia crisis y salir de ella con el único método que el capital conoce: la recomposición de la tasa de beneficio por medio del aumento de la plusvalía.


La tecnología informática se adaptó más a tareas financieras y administrativas que a las actividades específicamente productivas (robotización, automatización del control de procesos continuos, aplicación de servomecanismos, etc.). La informática resulta más aplicable, contribuyendo a racionalizar los costos, que potenciando el volumen de fabricación de productos que ya saturan el mercado.


La explotación se basa en la ruptura interior del proceso de trabajo, que permite a ciertos individuos planear, ordenar y usufructuar la tarea que llevan a cabo otras personas. Es indispensable que se pierdan los derechos a preconcebir la labor y a realizarla en armonía con el planeamiento previo. Sin el control sobre cómo se trabaja no podría brotar plusvalía, ni se podrían realizar beneficios con las mercancías, que son elaboradas como objetos ajenos a los productores.


Ahora bien, cuando la clase obrera se vuelve piquetera porque ya no da más y luego de 10 años de preparación comienza a ocupar las fábricas, por la huida fraudulenta de los patrones (tal como las ratas cuando el barco se hunde), y además lucha por el control obrero de la producción, ya no se puede dudar de la resquebrajadura mortal que tiene este modo de producción obsoleto.


La tremenda explotación, el desprecio por el esfuerzo del trabajador, el gran despilfarro, la gran ineficiencia, la escasez de bienes en sus hogares se presentan para el obrero como algo necesario de abolir, y poner en sus manos el control de toda la producción, planeándola y planificándola sólo para el bienestar de la humanidad.