Internacionales
13/6/1996|498
Entre el fraude, el golpe y la ‘unión nacional’
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Boris Yeltsin no podría ganar de ninguna manera las elecciones presidenciales rusas ... si los votos se contaran limpiamente.
La prensa califica a las pocas encuestas que lo dan como ganador —encargadas por el propio gobierno— como “irrealistas y poco confiables” (Financial Times, 4/6). Otras, más confiables, señalan invariablemente que ganaría el candidato del partido comunista, Guennadi Zyuganov. A pesar del impiadoso bombardeo televisivo yeltsiniano —el candidato oficial monopoliza las pantallas rusas— su derrota electoral está casi cantada. En el interior, en las aldeas y en el campo, “la condena al régimen de Yeltsin es unánime y el respaldo de los campesinos a los comunistas es abrumador” (Financial Times, 23/5). Pero incluso en las ciudades, donde reside la muy delgada capa de beneficiarios de las ‘reformas’, las perspectivas electorales de Yeltsin son sombrías: el yeltsiniano Anatoly Sobchak —intendente de San Petersburgo, la segunda ciudad del país— acaba de ser derrotado en las elecciones municipales.
Las razones del odio popular a Yeltsin son conocidas: la ‘guerra colonial’ en Chechenia; la pauperización masiva; la desocupación; los salarios y las jubilaciones que se pagan con varios meses de atraso. Todo esto mientras una pequeñísima capa de burócratas se enriqueció fantásticamente mediante las privatizaciones, los créditos subsidiados, la hiperinflación y el saqueo inmisericorde de las riquezas rusas.
El cuadro internacional tampoco favorece una victoria de Yeltsin, como lo revela la derrota ‘liberal’ en las recientes elecciones checas.
Lo que está en juego
Entre los principales contendientes, sin embargo, no existen divergencias estratégicas o de principios. El programa ‘comunista’ plantea el respeto a la propiedad privada, mayores incentivos para los inversores extranjeros, el desarrollo del mercado, honrar todas las deudas del gobierno y mantener buenas relaciones con el FMI: en pocas palabras, “un programa capitalista ... que parecen promesas electorales de Boris Yeltsin” (La Nación, 22/5). Tampoco hay una divergencia de principios frente a la guerra en Chechenia, al punto que —según Le Monde (13/5)— “los dirigentes chechenos temen que el PC pueda seguir una política aún más dura que Yeltsin”. Los contendientes sólo difieren en cuestión de grados, por cuanto “el partido comunista es tan sólo el vehículo político de los miembros menos dinámicos de la vieja nomenklatura, que han quedado atrás en la transición económica de Rusia y ahora reclaman su parte de la torta” (Financial Times, 14/1).
Lo que se dirime en estas elecciones no son los intereses de los explotados rusos —que no están representados por ninguno de los principales bandos— sino los de las fracciones de una pequeñísima elite, cuyo sector yeltsiniano se apropió de los bancos, las fábricas y los yacimientos y dejó al resto con las migajas. Por eso, para los yeltsinianos la lucha es a muerte. Lo que está en juego es el destino de los activos acaparados durante lo que el especialista David Satter, de la Universidad John Hopkins, definió como “un proceso (de privatizaciones) diseñado con el único objetivo de crear rápidamente una nueva clase de propietarios mediante la manipulación, la intimidación y el robo” (The Wall Street Journal, 13/5).
Está claro que en un país donde no existen relaciones sociales capitalistas históricamente establecidas y donde la propiedad de los medios de producción ha sido obtenida por métodos maffiosos y sólo puede ser conservada por estos métodos, el cambio de mano de la camarilla gobernante puede significar, lisa y llanamente, la expropiación de los derrotados. Bastaría una simple resolución, por ejemplo, que anulara la fraudulenta ‘segunda ola de privatizaciones’ —en la que los bancos obtuvieron acciones de empresas a privatizar como garantía de sus préstamos al Estado— para que muchos de los más encumbrados capitalistas rusos fueran a la ruina en un instante.
La cuestión es todavía más candente porque los bancos y las empresas de estos ‘nuevos ricos’ están al borde de la quiebra. “Muchos de los 2.500 bancos comerciales rusos parecen estar en un desastroso estado financiero (y) las autoridades bancarias rusas parecen deseperadas para impedir una cadena de quiebras bancarias antes de las elecciones” (Financial Times, 23/5). Y, claro, no se trata sólo de los bancos: las empresas industriales logran sobrevivir sólo mediante los masivos subsidios estatales.
Esta quiebra podría tener lugar mucho antes de lo esperado como consecuencia de una ley de Yeltsin —aprobada, con resistencias, por el Congreso el miércoles pasado— que obliga al Banco Central a emitir 5.000 millones de rublos (1.000 millones de dólares) para cubrir las necesidades presupuestarias. Según el Financial Times (6/6), ésta y otras emisiones previstas, que se estiman en 15.000 millones de rublos, podrían provocar el “derrumbe del mercado de deuda pública”, en el que se cotizan los bonos que están en poder de los banqueros yeltsinianos. Para el diario británico, Yeltsin está violando los acuerdos recientemente firmados con el FMI ... algo que se temía que sólo se atreviera a hacer un eventual gobierno ‘comunista’.
En resumen, lo que se dirime es quiénes se apropiarán de los beneficios de la restauración capitalista —si la camarilla yeltsiniana o la que fue derrotada en el golpe de 1991. Pero como señala claramente uno de los ‘nuevos ricos’, Boris Berezovsky, presidente de un imperio financiero e industrial, “una cuestión como ésta no puede ser decidida mediante el voto; sólo puede serlo por la guerra civil” (Financial Times, 11/5).
Chechenia
El desastre político y militar ruso en Chechenia es un factor de primer orden en la crisis política y en la previsible derrota electoral yeltsiniana. No sólo porque la inmensa myoría de la población se opone a una guerra que ya ha causado, proporcionalmente, más muertes de soldados rusos que la de Afghanistán; también, y por sobre todo, porque puso al descubierto las fracturas del alto mando y de la propia burocracia.
La guerra fue impulsada por los ‘intereses petroleros y gasíferos’ —es decir, las camarillas burocráticas que se apropiaron de las empresas de energía— que dominan el régimen yeltsiniano. Mediante el dominio indisputado del Caucaso, pretendían asegurar su ‘participación’ en la explotación por parte de los grandes monopolios imperialistas de los riquísimos campos petroleros de Azerbaiján (considerado ‘el Medio Oriente del siglo XXI’).
En casi dos años de campaña y de masacres, la burocracia no logró doblegar a las milicias chechenas, que siguen combatiendo. Conciente de que le resultaría imposible ganar las elecciones mientras continuaran los combates en Chechenia, Yeltsin —al mismo tiempo que lanzó nuevas ofensivas sobre la población civil y organizó el asesinato del líder checheno Dudayev— ofreció un ‘acuerdo’ a los dirigentes chechenos ... quienes lo aceptaron pensando que podrían regatear ‘algo más’ por las urgencias electorales del ruso. Así, fue firmado en Moscú un enésimo ‘cese del fuego’ que, como los anteriores, duró apenas unas horas: el alto mando ruso lo boicoteó abiertamente y, también, lo hicieron los comandantes de campo chechenos cuando descubrieron que sus negociadores no habían logrado obtener nada de Yeltsin.
Fraude ... consentido y ‘acuerdo nacional’
Las sombrías perspectivas electorales llevaron a la camarilla yeltsiniana a evaluar las posibilidades de un golpe de estado. La aprobación por el parlamento de una ley que ‘reinstauraba’ a la URSS pareció ser la ‘excusa’ esperada: en marzo, durante dos días, tropas especiales del Ministerio del Interior bloquearon el parlamento y prohibieron el ingreso de los diputados. Por ese entonces, Le Nouvel Observateur anunciaba que “Yeltsin (está) al borde del golpe de fuerza”. No fue la única tentativa; quince días antes de las elecciones, Aleksander Korjakov, jefe de la guardia de seguridad presidencial, considerado como el ‘Rasputín de Yeltsin’, exigió públicamente la anulación de las elecciones; inmediatamente el comandante de la guarnición de Moscú y otros altos jefes militares salieron a apoyarlo. Las tentativas de un golpe cívico-militar yeltsiniano no vieron la luz porque significaban, lisa y llanamente, la declaración de la guerra civil.
Fracasada la ‘salida de fuerza’ ... el fraude, que no tiene nada de nuevo. “Un equipo de investigadores encabezado por el especialista Lev Sobianin dijo, después de investigar las elecciones parlamentarias de 1993, que en éstas se habrían falsificado 9 millones de votos ... Sobianin elevó a 14,5 millones el número de sufragios falsificados en las parlamentarias de 1995 ... ¡Uno de cada cinco!” (La Nación, 9/6). ¡Y eso que entonces no estaba en juego la presidencia!
Como el PC cuenta con un enorme aparato, ramificado hasta la última aldea, el fraude yeltsiniano corre ... con su consentimiento. Un ‘fraude consentido’ sería la cobertura ideal del ‘acuerdo nacional’ que vienen proponiendo los mayores grupos bancarios e industriales rusos, con el objeto declarado de “hacer innecesaria una segunda vuelta” (ídem) ... lo cual no fue rechazado ni por Yeltsin ni por Zyuganov.
El acuerdo —en cuyos detalles coinciden el Financial Times y Le Monde— establecería la designación de Zyuganov como primer ministro de un gabinete de yeltsinianos y ‘comunistas’ y una reforma constitucional para otorgar mayores poderes al parlamento dominado por el PC. El ‘acuerdo nacional’, es decir el reparto de prebendas entre las distintas camarillas, debería garantizar los ‘derechos adquiridos’ por los grupos burocráticos, lo que explica que quienes lanzaron la propuesta ‘unitaria’ hayan sido quienes se encuentran en una situación más privilegiada y, por lo tanto, más ‘peligrosa’.
Zyuganov, sin embargo, tiene su propia ‘versión’ del ‘acuerdo nacional’. Un alto dirigente del PC, “explicó crudamente bajo la cubierta del anomimato: ‘Yeltsin tiene los tanques y las prisiones pero no tiene sostén popular. Zyuganov tiene el sostén popular pero no tanques ni prisiones. Existe entonces un compromiso para evitar la catástrofe’ ...” (Le Monde, 7/5). Según el diario francés, la propuesta comunista concide punto por punto con la presentada por los banqueros, excepto en un ‘detalle’: Zyuganov se propone, él mismo, para ocupar la presidencia, con un yelsiniano como primer ministro.
Los intereses del gran capital
Desde el mes de marzo, las acciones de las empresas rusas treparon un 55%, al mismo tiempo que los títulos de la deuda pública (GKO) se derrumban. A la prensa internacional no le pasó inadvertido este “extraño comportamiento de los mercados financieros” rusos en vísperas de las elecciones (Financial Times, 23/5).
Ocurre que ambos mercados se encuentran dominados por “muy distintos grupos de capital” (ídem): mientras que en el de las acciones predominan los inversores extranjeros, el de los bonos de la deuda pública está monopolizado por los grandes bancos rusos.
El derrumbe de los títulos públicos es un síntoma inconfundible del temor de la burocracia yeltsiniana a una derrota electoral que pudiera privarla de las propiedades recientemente ‘adquiridas’ e, incluso, su temor a una cesación de pagos del Estado ... aún cuando ganara Yeltsin.
El gran capital extranjero tiene una apreciación diferente, porque se apropió a “precios absurdamente bajos” (ídem) de paquetes accionarios de las mayores compañías industriales rusas. El ‘valor de mercado’ de las 200 mayores empresas rusas —entre las que se encuentran petroleras, yacimientos de gas y de minerales e industrias del más diverso tipo— es de apenas 22.000 millones de dólares, ¡menos del valor de un sólo grupo farmaceutico que cotiza en Wall Street! (ídem). Un ejemplo es el del pulpo Lukoil, considerado entre las cinco mayores petroleras del mundo y cayas acciones se cotizan en Nueva York. El potencial de valorización de estas acciones es inmenso porque “la muy baja valuación de las empresas rusas significa que el riesgo de una baja por la victoria de los comunistas es más que superado por el premio de un alza por la reelección de Yeltsin” (The New York Times, 1/6). Pero por sobre todo, porque el ‘riesgo’ de una victoria comunista no es tal: “los comunistas serán incapaces de hacer mucho más que frenar temporalmente el ritmo de las reformas económicas ... (porque como) Rusia necesita dinero del mundo exterior, deberán acomodarse a Occidente” (ídem). Mientras que para los yeltsinianos —y también para los ‘comunistas’— lo que se dirime en las elecciones es de vida o muerte, para el gran capital imperialista —que domina el mercado mundial y que ha convertido a Rusia en una semicolonia— la victoria de una u otra fracción encerraría, apenas, una divergencia de ‘ritmo’ en la marcha de la restauración.
Arbitraje imperialista
Durante los últimos meses, Clinton, Kohl y el conjunto de los regímenes y mandatarios imperialistas apoyaron públicamente a Yeltsin; también la prensa mundial ... aunque para ello debiera pegar las más violentas volteretas (The New York Times publicó, con apenas diez días de diferencia, dos editoriales sobre las elecciones rusas; en el primero (25/5) se sostiene que “es dudoso que los comunistas puedan desmantelar las reformas”, que “la mayoría de los miembros del partido no son partidarios de un retorno al gobierno totalitario” y que “muchos miembros del partido, mayoritariamente jóvenes, parecen genuinamente comprometidos con la democracia y la moderación”; en el segundo (4/6) pega un giro de 180 grados: “el programa comunista borrará los principios de la democracia, los derechos individuales y de la propiedad privada”).
El imperialismo no le teme al ‘comunismo’ sino que, sencillamente, considera peligroso abrir una disputa por la propiedad confiscada a los trabajadores en medio de una bancarrota financiera que deberá hundir a la mitad de los bancos rusos. La victoria del PC —teme el imperialismo— podría desencadenar una fuga de capitales de la camarilla yeltsiniana y convertirse en el detonante del estallido abierto de la crisis. Por ejemplo, ¿el PC entregará a los bancos de los yeltsinianos las acciones que recibieron en garantía de los préstamos que le otorgaron al gobierno? Si no lo hace, el PC deberá declarar formalmente a Rusia en cesación de pagos ya que el Estado carece de los fondos necesarios para rescatar la deuda pública. Esta expropiación ‘de facto’ de la camarilla yeltsiniana sería suficiente para desatar la guerra civil entre las camarillas burocrático-capitalistas. Este es el temor fundamental del imperialismo ... amén de las repercusiones en los mercados internacionales de un derrumbe financiero ruso.
La sistemática y profunda ‘campaña’ imperialista por mantener a Yeltsin en el poder revela su temor a que el ‘cambio de mano’ de una camarilla pro-capitalista por otra igualmente pro-capitalista termine provocando una crisis revolucionaria en Rusia y un agravamiento excepcional de la crisis mundial de conjunto. Pero esta ‘campaña’ facasó: el candidato no logró ‘levantar’ en las encuestas. A esta evidencia los norteamericanos le sumaron otros dos hechos de la mayor importancia: de una parte, las sistemáticas ‘seguridades’ y ‘garantías’ otorgadas por los ‘comunistas’ al gran capital mundial y, de la otra, que el propio Yeltsin, en un intento desesperado de recuperar terreno electoral, viola los acuerdos con el FMI y amenaza con detonar el derrumbe financiero. El resultado de esta ‘ecuación’ es que “Clinton optó por tomar distancia del presidente ruso” (Clarín, 8/6). En otro giro, también de 180 grados, respecto del “cálido abrazo que (Clinton) le ofreció a Yeltsin durante su reunión cumbre del mes de abril ... un alto funcionario de la Casa Blanca encargado de diseñar la política exterior con Rusia dijo que el gobierno de Clinton está preparado para continuar sus relaciones con cualquiera de los dos candidatos” (ídem). Es un hecho conocido que el gobierno norteamericano y el PC negocian activamente entre bambalinas. Ya habíamos carcaterizado en un número anterior que “el imperialismo no le teme a una victoria comunista” (Prensa Obrera, nº 493, del 9/5/96).
En estas condiciones, la variante más probable es que —en ausencia de una intervención de las masas en la crisis— el imperialismo se vea obligado a establecer un nuevo arbitraje político, pero no ya con Yeltsin y la maffia de los banqueros sino con el PC y los ‘capitanes de la industria’.
El fracaso de los restauradores
Las causas de fondo de la excepcional crisis política que se desarrolla alrededor de las elecciones en Rusia son las insuperables limitaciones del proceso de la restauración capitalista. Es decir, su incapacidad para avanzar sin provocar, al mismo tiempo, catástrofes económicas, crisis, guerras y revoluciones.
Ocurre que Rusia está dominada por los capitalistas pero, sin embargo, en Rusia ... el capitalismo no existe. Los burócratas han tenido éxito en destruir la planificación estatal y las condiciones de vida de los trabajadores; en apropiarse de la propiedad estatal y en abrir el país a la penetración imperialista. Pero no han logrado establecer relaciones sociales que correspondan a una organización capitalista de la sociedad. Por eso, a pesar de que los dos tercios de la propiedad han sido privatizados, The Wall Street Journal (13/5) no tiene empacho en editorializar sobre “el fracaso de los reformistas” y el Financial Times (7/5), por su parte, cree que ha llegado la hora de reconocer que “Occidente ha fracasado en Rusia”.
En Rusia, ni los obreros cobran sus salarios ni las empresas pagan a sus acreedores; la plusvalía extraída a los trabajadores no es acumulada sino fugada al exterior; el sistema bancario está quebrado porque sus depósitos fueron ‘desviados’ hacia empresas ‘vinculadas’ que luego los fugaron; la producción está en caída libre; no existen normas de propiedad sino una lucha maffiosa por ella; carentes de capital, los bancos y las empresas sólo logran sobrevivir gracias a los subsidios del Estado ... que también está en bancarrota. Todo esto nos está revelando que el mercado no es el elemento unificador de la economía rusa; ese papel de unificación lo juega la intervención directa de los estados imperialistas. El préstamo de 10.000 millones que el FMI le otorgó a Rusia —el segundo mayor de su historia, sólo superado por el que recibió México durante el ‘tequilazo’— es el mecanismo artificial que le ha permitido a Yeltsin pagar los salarios atrasados, sostener a los bancos y mantener el nivel del rublo. Salta a la vista, inmediatamente, el carácter completamente ficticio de este ‘esquema’.
Bastaría que el FMI, por una u otra razón, se negara a seguir desembolsando los tramos faltantes del préstamo para que todo este castilo de naipes se viniera abajo en un santiamén. La crisis en torno a las elecciones es apenas un reflejo de la enorme explosividad de la situación tomada en su conjunto.