La izquierda y la victoria de Lula
Seguir
“Los movimientos sociales, como la Central Unica de los Trabajadores y el Movimiento Sin Tierra, son concientes de las dificultades del país. Están dispuestos a dar una tregua” (Clarín, 29/10).
La declaración corresponde a Iván Valente, uno de los principales dirigentes de la llamada izquierda del PT, o sea de los que llamaron a votar por Lula con el argumento de que los trabajadores “no darían tregua” ante cualquier intento de sacrificar las reivindicaciones fundamentales de los explotados. Los denominados “radicales” del PT, que siempre se pretendieron una suerte de reserva moral frente a la derechización del partido, demoraron sólo 24 horas en mostrar sus limitaciones. Valente agregó: “Reivindicaremos la participación en el gobierno” (O Estado de Sao Paulo, 29/10). La reserva moral, esa especie de patetismo religioso con el cual desde hace diez años la izquierda petista rinde culto a los “principios” para seguir a la derecha del partido, cree que ejercerá su función de custodio desde los cargos. Aunque suman 30% de las posiciones en la dirección del partido y conquistaron 26 de los 91 diputados federales ahora electos, “están divididos y no consiguen unificar propuestas de movilización y comportamiento en relación al futuro gobierno” (O Estado, 28/10).
En cualquier caso, y como una suerte de “oposición a su majestad”, la izquierda petista se mantuvo unida para celebrar el ascenso de Lula como una “gran victoria popular”. Este desborde verbal es un patrimonio común de la izquierda, como lo prueba el Pts, que llama a “no subestimar” el triunfo de Lula como un factor positivo para las masas.
En el pasado, la izquierda “tradicional” se caracterizaba por apoyar los frentes de conciliación de clases que hacían gala de posiciones nacionalistas. Ahora, repiten la letra cuando las posiciones son proimperialistas y las alianzas ya no tienen límites a la derecha.
Luis Zamora ha resumido a esta izquierda tildando el triunfo de Lula como “objetivamente positivo” porque “estimulará” al movimiento popular. Es decir, que lo apoya con independencia de su programa, de sus intenciones “subjetivas”, de su estrategia y de su política, de los pactos con el FMI, de las alianzas con la derecha, de su conversión al credo del capital financiero. Lo único objetivo de esta experiencia es la certeza de que la política capitalista llevará al desastre y de que naturalmente es imposible conciliar el agua con el aceite y realizar la cuadratura del círculo de satisfacer los intereses de los trabajadores y de los monopolios y banqueros. Todo el futuro reside en la capacidad “subjetiva” de las masas por superar esta segura frustración.