Aniversarios
27/6/1996|500
La Prensa Obrera a principios de siglo
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Hubo un día en la Argentina en que los trabajadores, en su taller, en su casa, compraban diariamente una prensa anarquista o socialista, iniciaban la jornada con su lectura, se recreaban con los cuentos o poemas que allí se incluían, se enteraban de los conflictos de otros sectores obreros, compartían con su comunidad de clase las reflexiones sobre la realidad y el presente de su país. Hubo una época en que la competencia entre los diarios burgueses y obreros se daba en cada esquina, en cada barrio, en cada taller, y los mismos compradores peleaban palmo a palmo, hombre a hombre, para lograr que otro obrero prefiera la prensa consciente de su clase y no la basura estupidizante que le ofrece la clase dominante.
Esa época fue la más heroica de la clase obrera argentina: el período que se abre con la revolución de 1890 y se va apagando con el golpe de 1930. En esos años, La Protesta, anarquista, y La Vanguardia, socialista, aparecen incluso en forma diaria. Fundamentalmente el primero —pues la influencia anarquista era en Argentina netamente superior a la socialista—, se convierte en una prensa de los obreros, que habla en su mismo lenguaje, que se plantea los problemas políticos que aquejan al movimiento, y trata de resolverlos en el plano de la lucha por una sociedad más justa.
La Protesta es continuadora de un sinfín de publicaciones libertarias de diferente fortuna. Las dificultades económicas barrían en pocos números las ilusiones de sus impulsores. Por ejemplo, El Perseguido, que salió entre 1890 y 1894, anunciaba en su subtítulo: “Sale cuando puede”. Pero los anarquistas, en contra de su naturaleza centrífuga, aúnan esfuerzos y se concentran en el apoyo a La Protesta Humana, que luego reduce su título y aparece en forma diaria desde setiembre de 1904. Para ello, el Dr. Juan Creaghe, viejo dirigente y mecenas del anarquismo, ha comprado una imprenta, lo que hace económicamente viable el proyecto.
Empiezan con una tirada de 10.000 ejemplares, pero pronto se deben reducir a tiradas más modestas. En diciembre de 1904 están vendiendo un promedio de 2.000 ejemplares diarios, el 30% de los cuales es producto de suscripciones que se envían por correo. Proliferan en estos años las denuncias de los lectores, porque el correo, como parte de la persecución estatal, relega la entrega de los ejemplares de La Protesta a último momento o directamente no los lleva a destino.
La venta en mano es realizada por un grupo de canillitas (palabra que justamente en estos años se generaliza, a partir de la pieza teatral de otro anarquista, Florencio Sánchez) que van al puerto, a las fábricas, a las esquinas de los suburbios, y venden el diario por un pequeño porcentaje. En febrero de 1905, a raíz de una asonada militar de los radicales, La Protesta es cerrada y su circulación es prohibida. Pero como quisieron burlar la censura editando un boletín especial, son apresados todos los canillitas que lo vendían. El mayor de todos tiene 12 años.
La Vanguardia empieza a salir en forma diaria un año después que su competidor anarquista, en setiembre de 1905. Pero la influencia del socialismo en el seno del movimiento obrero es muy inferior, y se reducirá mucho más cuando todo su sector sindical rompa en 1906 en el llamado “sindicalismo revolucionario”, que se va a acercar a posiciones anarco-sindicalistas y va a terminar en la década siguiente conformando un gremialismo “profesionalista”, burocratizado e integrado al Estado a través de Hipólito Yrigoyen.
La prensa obrera de estos años, tanto la anarquista como la socialista, se va a caracterizar por el intento de cubrir un amplio espectro de intereses de los trabajadores que lo compran, un diario que no sólo vaya a la vanguardia militante sino que llegue al obrero sin partido, que entre al hogar proletario y conforme lo que podríamos llamar una “cultura obrera”, relacionada estrechamente con la lucha que la clase desarrolla contra el capital.
No sólo aparecen artículos doctrinarios, que suelen ser el centro de las publicaciones; también hay información sobre conflictos obreros, se detallan actividades, actos, conferencias, se hace el comentario de piezas teatrales (el ‘cine’ de esa época), se combate la alienación y el entretenimiento embrutecedor, se desarrollan campañas contra el oscurantismo clerical, contra la pena de muerte, etc. Se acompañan las ediciones con cuentos y poesías generalmente de índole social, e incluso llegan a aparecer suplementos semanales o mensuales de carácter literario o artístico.
En el diario anarquista, sin embargo, el lector marxista puede advertir inmediatamente dos ausencias. La primera se refiere al tema económico, que no es ni siquiera rozado en sus páginas. Pero eso no es extraño, porque para la ideología anarquista el mundo tiene un carácter ideal. La economía, que para un marxista es la determinación objetiva fundamental de los fenómenos sociales, para los anarquistas es casi un invento de Marx.
La segunda ausencia se refiere al comentario del suceso político diario. En cierto sentido, la situación política ‘nacional’, los vaivenes de la clase dominante, las discusiones en el parlamento, todo eso le parece al anarquista actividades del Estado, y ni siquiera las comenta. La realidad nacional se juega para ellos solamente en el estado de ánimo de las sociedades de resistencia de cada empresa y de cada gremio.
Ahora bien, si no se comenta la realidad presente económica y política, ¿con qué fin se instrumentó una prensa diaria? La respuesta a esto nos da la clave del carácter de clase de la prensa anarquista y socialista: intentaban competir en el mismo terreno que los diarios burgueses, ganarle palmo a palmo cada hombre, entrar en cada taller y en cada casa, presentarse como una alternativa de clase para la lectura diaria, arrancando a los trabajadores del letargo al que los tiene sometido el sistema capitalista.
Porque donde más se notaba la ‘actualidad’ de La Protesta no era en el comentario de los vericuetos de la economía nacional o de la política doméstica, sino en la contestación a las palabras de los otros diarios, burgueses o socialistas incluidos; en la creación de consignas para su circulación masiva; en el adoctrinamiento acerca de hechos de la vida cotidiana, como la crítica al carnaval, la educación anticientífica, etc.; en la transmisión del entusiasmo y la solidaridad para con los conflictos obreros. En las épocas de huelgas generalizadas, que en los primeros años del siglo se daban regularmente cada seis meses, los diarios obreros eran el eje de las discusiones y de los planteos no de los partidos, sino del conjunto de la clase. Estaban en el ojo de la tormenta y se presentaban como timoneles, más o menos experimentados, para llevar a buen puerto la lucha obrera.
Pero esto no siempre fue así en la prensa anarquista. Para convertirse en un diario de los trabajadores debió afirmarse la tendencia favorable al sindicalismo y el movimiento obrero. Cuando este sector triunfa y pone como director a Alberto Ghiraldo, éste se defiende de las críticas de otros sectores anarquistas “indignados por la orientación actual de La Protesta, por el gremialismo, dicen, que informa la incitación a la huelga para alcanzar la jornada de 8 horas, o cualquier otra mejora, porque los hombres que hacemos este diario tratamos de hacerlo para la clase obrera voceando sus sentires” (13/10/04). Por esas intenciones y porque buscaron llevarlas adelante, es que La Protesta puede ser considerado un primer escalón en la construcción de una prensa de los trabajadores.
Las opiniones de los lectores se pueden ver constantemente en ambas publicaciones. No como correo de lectores, sino directamente como colaboraciones llegadas a la redacción, y firmadas debidamente. Se reflejan las quejas y se publican las críticas. El diario tiene vida y esa vida es el origen de su fuerza.
¿Quiénes escriben los diarios obreros? En esto hay grandes diferencias entre anarquistas y socialistas. El grupo dirigente del Partido Socialista, Juan B. Justo, Repetto, Mario Bravo, Alfredo Palacios, Del Valle Iberlucea, es un grupo de intelectuales con profesiones liberales, ejercen un control mucho más cerrado del diario y tienen un estilo para escribirlo muy similar a los diarios burgueses. En el momento de la lucha su característica es la mesura.
El diario anarquista, dirigido en diferentes épocas por Inglán Lafarga, Elam Ravel, Alberto Ghiraldo, Ernesto Gilimón, Teodoro Antillí, tiene una característica muy diferente. Quienes lo escriben, a excepción de Ghiraldo (que se asemeja en esto a los socialistas y aún posee un estilo más antiguo), utilizan un lenguaje popular, llano, incluso con palabras lunfardas, mucho humor y mucha ironía hacia los políticos rivales, sean éstos burgueses o socialistas. En el momento de la lucha, su característica es el coraje.
Por eso, cuando los peronistas Puiggrós o Jorge Abelardo Ramos afirman que los anarquistas habían perdido el favor popular por no saber hablarle al pueblo en su idioma, están mintiendo descaradamente. Pocos diarios fueron tan populares, en su idioma y en su circulación, como La Protesta de 1900 a 1920.
En cuanto a la gente que la escribía, eran proletarios, generalmente con un oficio independiente, con una cultura ‘incompleta’ y consumada en la lectura de textos anarquistas. En 1913 aparece una serie de artículos firmados por “Un obrero estudioso”, y en uno de ellos hace una semblanza de lo que él llama “el proletariado intelectual”, trabajadores intelectualizados a través de la política que, aunque no son profesionales, son conscientes de su situación y se han preparado al calor de la lucha política.
En un número pasado de Prensa Obrera, Carlos, de Polvorines, comentaba que cuando les proponía la suscripción a sus compañeros, les planteaba “lo importante que es leer Prensa Obrera, que no es como Clarín o Crónica, que responden a intereses capitalistas y no reflejan para nada nuestras necesidades”. Me pareció interesante encontrar palabras similares en El obrero gráfico de 1907. Satirizando a los que no querían comprar materiales políticos, decía: “La prensa obrera para ellos está llena de disparates, es chica y cuesta cara; en cambio, la burguesa se adquiere al mismo precio, y es tan noticiosa que hasta publica el programa de las carreras y las partidas de football habidas y por haber”.
La ironía no hace más que mostrar con toda crudeza la realidad, de aquellos tiempos y de hoy, de muchos sectores de trabajadores que no encuentran una prensa obrera que los guíe, los represente, los informe e incluso que les sirva de entretenimiento. Se refugian entonces en el letargo de las páginas deportivas, en las idiotizantes imágenes de la televisión, en la esperanza semanal de los quinis y los lotos. La función de una prensa obrera, como se quiso hacer en las primeras décadas de este siglo, es la de contrarrestar la miseria cultural a la que el capitalismo somete al trabajador, en el seno mismo del taller o del hogar. Penetrar hasta en el último rincón para que sea sentida como una prensa propia.
Con seguridad, estamos en ese camino.