Archivo
17/12/2018
Del Santiagueñazo al Argentinazo, una década de puebladas y rebeliones populares
El archivo de Prensa Obrera 1993-2004, nuevamente disponible en prensaobrera.com.
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Al cabo de dos arduos años de trabajo, se encuentra disponible nuevamente en prensaobrera.com el archivo de Prensa Obrera 1993-2004. En 2019, la próxima tarea será digitalizar –en datos y PDF– los primeros años, hasta culminar con el número 1 de Política Obrera, la publicación que dio nombre a la organización precursora del Partido Obrero, completando de ese modo la colección hasta la actualidad.
El periodo que hoy nos toca presentar es excepcionalmente rico. Marca una época de luchas populares crecientes, de ascensos y repliegues, de victorias y derrotas, en el marco de una crisis capitalista que adquiriría características de colapso en los primeros años del siglo. Esta etapa tendrá su culminación revolucionaria con la caída del gobierno De la Rúa-Cavallo a manos de una movilización que marcó a fuego la historia de la lucha de clases de nuestro país.
Nuestro periódico fue parte de esos combates. No sólo reflejó cada lucha del periodo. Fue además un factor de esclarecimiento y de orientación de su vanguardia, tanto por sus análisis como por sus polémicas políticas.
“Santiagueñazo, el Cordobazo de los ´90”. Prensa Obrera caracterizó de ese modo la pueblada ocurrida en la provincia norteña entre el 16 y 17 de diciembre. “Una rebelión que marcará época en los años ’90”, dijimos entonces. Un pronóstico político puede considerarse realmente acertado cuando supera la prueba de la historia a través de sus vaivenes, zigzags y recodos. La historia lo confirmaría en todo su alcance.
Efectivamente, el Santiagueñazo inauguraría una década de puebladas y rebeliones populares que harían cumbre en el Argentinazo de diciembre de 2001, bajo la impronta histórica del movimiento piquetero.
Las fuerzas políticas que serían protagonistas de esos años fijaron posición ante el levantamiento santiagueño, sellando a fuego cuál sería su derrotero. Es significativo que el bloque de diputados del Frente Grande –el frente integrado por el Partido Comunista, la Democracia Cristiana y el Partido Intransigente, encabezado por Chacho Álvarez, Graciela Fernández Meijide y Pino Solanas, entre otros– haya debutado votando favorablemente la intervención federal[1] de la provincia junto a las bancadas del PJ, la UCR y el MODIN de Aldo Rico. Fue su prueba de fuego ante la clase capitalista. Se completaría con el aval a la reforma constitucional nacida del Pacto de Olivos, en 1994, que habilitó a la reelección de Menem. El Frente Grande daría lugar al Frepaso, y éste integraría la Alianza con la UCR. Era parte de “la izquierda” que se preparaban para administrar el poder al servicio del imperialismo. Ese ascenso fue debatido y preparado en el Foro de San Pablo, en presencia incluso de la burocracia cubana. La experiencia argentina, es sabido, culminaría en un baño de sangre.
Por su parte, la izquierda se movilizó en apoyo a la rebelión del pueblo santiagueño, pero no vislumbró su alcance. Gran parte de ella transitaría la década observando con recelo el desarrollo del movimiento piquetero.
Piqueteros, carajo
Al levantamiento de Santiago le siguieron el ´cutralcazo´ de junio de 1996 (“Cutral Có es Argentina”, titulamos) y, a partir de 1997, los levantamientos populares del norte de Salta –que serían recurrentes– y Jujuy, los piquetes en Cruz del Eje (Córdoba) y la Patagonia. El movimiento impulsado por los desocupados –ya identificados como piqueteros– desembarcó en el corazón del conurbano bonaerense entre 2000 y 2001, con los grandes cortes de la ruta 3 en La Matanza. En noviembre del año 2000, titulamos “Argentina piquetera”. La identificación de Prensa Obrera y del Partido Obrero con ese movimiento popular, que reunía en una masa empobrecida a los trabajadores industriales desocupados junto a sus familias, especialmente a las mujeres, que se convirtieron en las grandes animadoras de la rebelión popular. Con la asamblea nacional piquetera de julio de 2001 el movimiento piquetero se alzaba como movimiento de alcance nacional, superando y ampliando a una nueva escala la experiencia de las coordinadoras regionales que se conformaron en la segunda mitad de la década del 90.
A principios de los años 90, la clase capitalista celebraba eufórica la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS como victorias estratégicas sobre el proletariado mundial. Se convencía a sí misma de haber dejado atrás las secuelas del ´martes negro´ de 1987. Finalmente, la crisis mexicana de 1994 (“tequilazo”), el derrumbe de los llamados ´tigres asiáticos´ (1997-1999), las quiebras en Rusia y Brasil y del fondo de inversión norteamericano LTCM anticiparon el colapso argentino. La crisis capitalista, inexorablemente, hacía su trabajo de zapa y se entrelazaba con las luchas en curso.
La rebelión no siguió un curso lineal. En 1995, Menem se alzaría con la reelección en primera vuelta. En 1999, De la Rúa y la Alianza se alzaron con una victoria contundente, superando al peronismo reunido detrás de la candidatura de Eduardo Duhalde y relegando a la izquierda a la marginalidad electoral. Frente a la polarización, nuestra prensa tituló “De la Rúa: ajuste y devaluación. Duhalde: devaluación y ajuste”.
El escándalo de la Banelco y la renuncia de Chacho Álvarez a la presidencia detonarían una crisis de poder. Las elecciones de medio término mostrarían el rápido agotamiento de la experiencia aliancista. El FMI le bajó el pulgar a un nuevo rescate y empujaría al país a la cesación de pagos. La tentativa de De la Rúa de superar la crisis mediante la incorporación del ex ministro de Menem, Domingo Cavallo, y la confiscación de los pequeños ahorristas sellarían la suerte de su gobierno. El 19 y 20 de diciembre de 2001 la experiencia aliancista sería definitivamente sepultada y la rebelión popular quedaría inscripta en la conciencia de una nueva generación.
El Partido Obrero atravesó toda esta etapa levantando las consignas “fuera Menem-Cavallo”, “asambleas populares”, “por un congreso de trabajadores”, “fuera De la Rúa-Cavallo” y, a partir de la salida de Chacho Álvarez, “Asamblea constituyente”. Estas consignas, multiplicadas por miles en las páginas de Prensa Obrera, colaborarían en la preparación del Argentinazo. En contraposición, en vísperas del Argentinazo, la CTA y los restos de la centroizquierda impulsaban una “consulta popular contra la pobreza” con un programa asistencial. Apuntaba a acentuar el asistencialismo estatal y rescatar al gobierno, cuyo derrumbe era imparable. Gran parte de ese elenco se incorporaría luego a las filas del kirchnerismo.
La orientación revolucionaria del Partido Obrero podría sintetizarse en un hecho que incluso podría ser considerado hasta curioso: el 10 de diciembre de 1999 el PO se movilizó a Plaza de Mayo para repudiar la asunción de De la Rúa y a su gobierno “agente del FMI y de las grandes corporaciones capitalistas”. Una semana exacta después, el primer “acto de gobierno” de la Alianza fue masacrar a los trabajadores que ocupaban el puente Chaco-Corrientes desde hacía siete meses en reclamo por el pago de sus salarios.
Vigencia
El convulsivo periodo posterior al Argentinazo definiría las características de una etapa que se extiende hasta ahora. A la declaración de cesación de pagos declarada por la efímera presidencia de Adolfo Rodríguez Saá le seguiría la devaluación del gobierno provisional de Eduardo Duhalde, surgido de un pacto parlamentario entre la UCR y el peronismo.
Para administrar el impacto social de la devaluación, el gobierno de Duhalde montó un esquema de emergencia (pesificación asimétrica, suspensión de desalojos, compensación mediante subsidios a las empresas de servicios, etcétera) que se prolongaría por más de una década. Frente a la persistente movilización popular, Duhalde combinaría la cooptación de las organizaciones piqueteras en los “consejos sociales” auspiciados por el clero con la represión más brutal. La masacre de Avellaneda sería, finalmente, su propio entierro político.
La convocatoria anticipada a elecciones fue la salida que encontró la burguesía para estabilizar la situación. De allí surgió el gobierno de Néstor Kirchner, un desconocido gobernador patagónico que con apenas un 5% de votos propios y el apoyo del aparato duhaldista lograría alzarse con la presidencia reuniendo el apoyo de apenas el 20% del electorado. El gobierno de Kirchner continuó –y prolongó hasta el paroxismo– el esquema de arbitraje de Duhalde, selló un nuevo acuerdo con el FMI e implementó un canje de deuda con el cual los especuladores de todo pelaje harían uno de los más grandes negocios financieros de lo que va del siglo. Su promesa de “reconstruir una burguesía nacional” daría lugar a los Lázaro Báez, los Cristóbal López y los Sergio Szpolski y alimentaría todo tipo de negocios con fondos públicos a los popes de la ´patria contratista´.
La demagogia K respecto de los derechos humanos y sus veleidades nacionalistas serían explicadas en nuestro periódico del siguiente modo: “Que Kirchner necesite adaptarse a las condiciones psicológicas e ideológicas generadas en el pueblo por la bancarrota capitalista, explican la perfidia y la febril demagogia oficiales” (Prensa Obrera #802, 29/5/03). En esos mismos días, caracterizamos al gobierno K como un “gatopardo” (“cambiar algo para que nada cambie”). Más tarde, el régimen de contención de los K comenzaría a resquebrajarse bajo el peso de sus propias contradicciones. La burguesía y el imperialismo operarían un cambio de frente, propiciando una política de ataque directo contra las masas.
Una década de luchas y el Argentinazo forjaron una nueva subjetividad popular. Se manifestó en grandes luchas bajo los gobiernos K y hoy sigue presente en las movilizaciones democráticas, en el tenaz progreso del clasismo en los sindicatos, en la movilización de la juventud y, especialmente, del movimiento de la mujer.
El archivo de Prensa Obrera que volvemos a poner a disposición de nuestros lectores late en ese desarrollo político.