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3/11/2018

La rebelión de los artistas plásticos

Publicado en Política Obrera, 5 de agosto de 1968.

Equipo de archivo

El martes 16, el boicot de un sector de artistas al premio “Braque” culminó en forma explosiva: un acto relámpago y volanteo en pleno museo de Bellas Artes hizo pedazos la hueca ceremonia de inauguración. La represión policial dejó como saldo ocho pintores vanguardistas en Villa Devoto.


El boicot se hacía en solidaridad con los artistas, estudiantes y trabajadores franceses (el premio Braque lo otorga el gobierno de Francia) y contra la censura previa que pretendieron imponer los organizadores. No era un estallido aislado: era un episodio de un proceso de politización que en los últimos meses abarca a muchos artistas plásticos.


En mayo fue el “baño”, del pintor “objetista” Plate en el Di Tella, obra clausurada por contener una leyenda contraria a Onganía. En solidaridad, el resto de los participantes retiró sus obras de la muestra masivamente. “Los artistas argentinos nos oponemos resueltamente al establecimiento de un estado policial en el país”, declararon en su manifiesto del 23 de mayo.


Poco después, en la muestra “Ver y estimar”, un retrato de Kennedy sirvió de base a otro grupo de pintores para expresar su repudio al imperialismo yanqui y su solidaridad con Vietnam.


Que haya artistas antiimperialistas y de izquierda no es la novedad: hace mucho que los hay en la Argentina. Lo que llama la atención es que, a diferencia de las eternas “personalidades” firmantes de manifiestos por la paz, contra la intervención yanqui en Vietnam y casi por cualquier cosa, esta gente ha elegido la lucha directa, el combate frontal.


Y en donde más duele: las “muestras” y los premios son los centros de domesticación de las tendencias artísticas, es donde sus audacias se miden en plata, es donde los pintores se ven obligados a plegarse a los deseos de la burguesía convirtiendo sus obras en mercaderías.


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De ahí que esta rebelión, incipiente aún, ideológicamente confusa, haya causado el temor de la burguesía hasta el punto de utilizar la represión abierta. Ningún “arte social”, vendido a precio de oro para decorar livings burgueses, mereció tanto honor por parte de la dictadura.


Por qué se rebelan los artistas


La incorporación activa de artistas a las luchas sociales se ha iniciado en todo el mundo. En Francia participaron en las barricadas, se plegaron a los comités de acción, planificaron con obreros y estudiantes, en la Sorbona ocupada, los lineamientos de una nueva cultura. Varios días de lucha callejera terminaron con el “mercado del arte” más grande del mundo, la Bienal de Venecia (1).


El fundamento externo de esta rebelión es una crisis del arte sin precedentes, que lo afectó (sobre todo a las artes plásticas) durante 30 años. Barridos por el fascismo en Europa, utilizados y regimentados por el terror stalinista, reprimidos por el macartismo de la Guerra Fría como peligrosos “disolventes”, los artistas vieron restringida su libertad de creación a miserables jirones. El arte, sin libertad, se estanca y muere. No es extraño que los únicos aportes de valor de las artes plásticas a la cultura en el último cuarto de siglo hayan sido de formas, de procedimientos, de materiales. Bajo la bota de sus carceleros no podía ser otra cosa.


El artista, en la Edad Media, era un siervo más en la corte del señor. La libertad que obtuvo con el capitalismo fue bien aparente, oculta una esclavitud aun mayor. Para el artista su obra es un fin en sí, pero debe ser social para realizarse. En la sociedad capitalista, al hacerlo, descubre que su obra es una mercancía, un valor de cambio, un medio. El significado de su obra como aporte a la cultura debe expresarse a través de su valor en dinero; la lucha de tendencias como “competencia”.


En la época de los monopolios, esta mercantilización muestra su rostro más repugnante. Un puñado de gigantescos monopolios de arte —los Guggenheim,(2) los Rockefeller Center (3) (y los Di Tella semicoloniales)— determinan qué deben hacer los artistas: junto con un puñado de “marchands” en cada país capitalista son los que lucran con sus obras. Las burocracias del campo socialista completan la faena, convirtiendo a sus artistas en empleados del Estado, imponiéndoles ridículos moldes formales.


Hay dos caminos preparados para el artista de hoy: explotar las formas hasta la angustia de la vaciedad o reducirse a un académico y estéril “arte social”, divorciado de la vida y de la expresión creadora. En sus mismas mutilaciones, sin embargo, el arte contemporáneo ha pintado a los amos de la cultura de cuerpo entero, así como la prohibición de pintar figuras desnudaba la barbarie de las tribus semíticas.


Los explotadores y parásitos saben por qué le temen a la creación, a la libre expresión de los artistas: no los odian porque se dejen el pelo largo. El arte expresa, en general, la aspiración del hombre a una vida plena y armoniosa, justamente lo que le niega el capitalismo a la humanidad. De allí que el artista (cuando no es sobornado por los mercados del arte y castrado como tal) tienda a expresar y a unirse materialmente con quienes luchamos para terminar con el poder burgués y la explotación.


 



“El verdadero arte, es decir aquel que no se satisface con las variaciones de modelos preestablecidos sino que se esfuerza por expresar las necesidades íntimas del hombre y la humanidad, no puede dejar de ser revolucionario, no puede sino aspirar a una reconstrucción completa y radical de la sociedad, aunque solo sea para liberar a la creación intelectual de las cadenas que la obstaculizan y para permitir a toda la humanidad elevarse a las alturas que solo genios solitarios han alcanzado en el pasado” (León Trotsky y André Breton, julio de 1938, Manifiesto por un arte revolucionario independente).


Los plásticos argentinos, entre los “marchands” imperialistas y los burócratas de partido


Si los centros imperialistas desnaturalizan al artista subordinándolo al mercado de ventas y haciendo de la creación una “carrera” arribista, el aparato estalinista y su periferia no le va en zaga. Combinando la coacción ideológica con las ventajas comerciales, promueve, auspicia y levanta todo arte que cumpla el requisito de ser “figurativo”… y domesticado, que halague el gusto burgués (si es que existe tal cosa) y dé dividendos al partido con la política de donaciones.

Sea en su variante de “realismo socialista”, de triste memoria, o del nuevo “oportunismo sin fronteras” de Garaudy (4) (una especie de “policentrismo” en el arte; todo vale si es burocrático) consiste en la subordinación del artista a la claudicante “línea” del partido.


Los plásticos jóvenes no encuentran allí rebeldía ni lucha por subvertir la explotación capitalista; solo acomodamiento y conciliación, de acuerdo con el rol traidor del codovillismo (5) en el país.


Los artistas jóvenes han comenzado a luchar contra estas perspectivas castradoras. La experiencia europea muestra que esta lucha será fructífera solo si la unen a la de los estudiantes y obreros explotados. El boicot a los “premios” y “bienales” de camarillas debe ser activo, en la calle, y políticamente orientado contra la dictadura.


El posadismo desvía la rebelión por cauces oportunistas y sectarios


El año pasado, un grupo de estudiantes de Artes Plásticas formó una tendencia —TRAP— que fue “copada” por el posadismo (6). Esta tendencia, aun planteando algunas reivindicaciones correctas, más estudiantiles que artísticas, carecía de una caracterización concreta de la situación del arte en la lucha de clases de hoy y, lo que es realmente decisivo, de una línea capaz de movilizar a un medio artístico —que iniciaba su radicalización— en la lucha contra el capitalismo semicolonial argentino y el imperialismo.


Su control por parte del posadismo significó prácticamente su muerte. Posadas claudica frente a la crisis del arte causada por el dominio imperialista en la vida social. Lo hace teorizando que el arte, que (según él) nació con la lucha de clases, desaparecerá con el comunismo; que es una manifestación individual pequeño burguesa, que sirve para dar escape a las tensiones internas de la sociedad capitalista; en resumen, que los artistas, si quieren ser revolucionarios, deben dejar de pintar.


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Las revoluciones no se hacen pintando sino con actividad revolucionaria y, en último término, con fusiles. Pero esto no significa que el arte sea inevitablemente un “jarabe” publicitario de la burguesía. Tampoco impide que artistas plásticos expresen —y lo han hecho ya en el pasado— las aspiraciones revolucionarias de las masas, la necesidad de una nueva sociedad, la espantosa crueldad del “orden” imperialista. Posadas, como la burguesía, desconfía del arte: de ahí su acomodamiento oportunista a la crisis. Igual que cuando, por falta de “tiempo histórico”, prescribe que las masas deben hacer la revolución sin independizarse ideológica y organizativamente de sus direcciones traidoras, extiende un cheque en blanco a los que hoy tienen la manija, renuncia a quitársela. Después de negar así el proceso real de toma de conciencia, la posibilidad práctica de su realización, puede largar tranquilo programas superultraizquierdistas: el oportunismo está en los hechos, no en la línea.


Los trotskistas revolucionarios y el arte


“La libre elección de sus temas y la absoluta no-restricción en lo que hace al campo de sus exploraciones constituyen para el artista un bien que él tiene derecho a reivindicar como inalienable: todo está permitido en el arte” (Trotsky/Breton: “Manifiesto…”)


Esto no significa justificar los dudosos “apoliticismos”, ni propiciar el imposible arte de laboratorio, separado de la vida. Hay que despreciar mucho al arte para no reconocer su peso en la formación de la conciencia social.


Creemos que los artistas deben ser parte activa en la transformación del mundo, en la tarea de borrar del mapa al imperialismo y rescatar al hombre libre y pleno de la explotación deformante: en la revolución. Hoy y aquí esto significa luchar para derrocar la dictadura de los monopolios, para reemplazarla por un Estado obrero y popular que realice la liberación nacional y social de nuestro pueblo. Significa contribuir prácticamente a forjar la vanguardia revolucionaria que encabece a la clase trabajadora para tomar el poder y cambiar el mundo.


(1) La Bienal de Venecia (Biennale di Venezia), organizada por el Estado italiano, comenzó a funcionar en 1895, y en 1968 ya era la institución más prestigiosa del mundo en materia artística, con sus exposiciones internacionales cada dos años. Después de la II Guerra Mundial reabrió en 1948, ahora más atenta a los movimientos de vanguardia europeos. El expresionismo abstracto entró en la Bienal en 1950, y el arte pop en la década de 1960. En 1968, la crisis revolucionaria que recorría Europa la golpeó de lleno: la mayoría de los expositores tomó parte en las manifestaciones, algunos llevaron sus obras a la calle y hubo quienes las entregaron a obreros en conflicto. Varias de las exposiciones históricas ni siquiera pudieron abrirse. Hasta las corrientes ambientalistas empezaban entonces a acudir a la acción directa: el pintor y arquitecto argentino Nicolás García Uriburu tiñó de verde las aguas de uno de los canales para denunciar la contaminación.


(2) Solomon Guggenheim (1861-1949), era descendiente de una familia suiza que emigró a los Estados Unidos a mediados del siglo XIX. Sin haber salido de la pobreza, Solomon fue, entre otras cosas, vendedor ambulante, pero, emprendedor y afortunado, llegó a ser propietario de un imperio de minas de cobre y plata, y miembro selecto de la oligarquía financiera neoyorquina. En 1927, la baronesa Hilla Rebay von Ehrenwiesen, apasionada por el arte abstracto, le hizo ver un nuevo mundo de grandes negocios. Diez años después, el financista había inaugurado la Solomon R. Guggenheim Foundation, y en 1939 el Museum of Non-Objetive Painting en la calle 54 de Nueva York. En 1959 se fundó el gran museo Guggenheim en la Quinta Avenida, aunque él había muerto en 1949. Guggenheim es considerado uno de los paradigmas de la transformación y modernización del mercado capitalista del arte en el siglo XX.


(3) El Rockefeller Center representó lo más concentrado del capital financiero en el mundo del arte, e intentó, además, imponer una idea estética desde el Atlas que recibe al visitante: la figura enorme, grandilocuente, con muchos en común con el “realismo socialista” del estalinismo o el idealismo racista del nazismo.


(4) Roger Garaudy (1913-2012). Fue un símbolo del derrumbe político y moral de muchos intelectuales estalinistas. Filósofo, militante del PC francés, se fue del partido después de la invasión rusa a Checoslovaquia. Más tarde se convirtió al catolicismo y en 1982 al islam. Al final de su vida sostenía posiciones filo nazis.


(5) Se refiere a Victorio Codovilla, secretario general del PC argentino.


(6) Se refiere a la corriente orientada por Homero Cristalli (J. Posadas), un argentino que ocupó puestos relevantes en la IV Internacional y fue uno de los impulsores del revisionismo en el trotskismo, junto con Michel Pablo. Terminó convertido en un agente político de la burocracia del Kremlin. Poco después de la publicación de este artículo, el “posadismo” derivó en una secta de alucinados, pero en 1968 aún mantenía posiciones relativamente importantes en el sindicalismo y en el movimiento estudiantil. Posadas falleció en Roma, en 1980.


Notas extraídas de http://www.revistaelotro.com/2014/11/14/la-rebelion-de-los-artistas-plasticos-politica-obrera-5-de-agosto-de-1968-2/