Cuatro etapas de un desocupado

Tanto Menem como Duhalde, cuando se los consulta sobre la falta de trabajo en el país, responden que el índice de desocupación ha bajado y todo eso, gracias a la modernización laboral (flexibilización).


Hoy, tener un trabajo estable se ha convertido en un privilegio de pocos y prueba de ello son los levantamientos de Neuquén-Cutral Co, Tartagal y los conflictos de Atlántida, Malbrán, Fiat, etc. Todo esto se suma a la destrucción de la educación y la salud, a la impunidad y falta de seguridad, y conduce al que no tiene trabajo a preguntarse: ¿Sabrán Menem y Duhalde el drama interior de quien, de pronto, se encuentra desocupado, en situación de total desamparo social, por no tener trabajo?…¿Sabrán de los distintos sentimientos que, por esa circunstancia, se genera dentro del desocupado? Las estadísticas sobre desempleo y subempleo, que en la Argentina afectan a cuatro millones de personas, son varias y van desde despidos masivos debidos a la privatización de empresas públicas, la falta de reactivación industrial y mayor oferta de mano de obra en el mercado laboral, a lo cual se agrega el hecho de que con este sistema económico, los empresarios tienen la libertad de emplear y despedir como y cuando les venga en gana, ya que con la flexibilización laboral los trabajadores han perdido todas sus conquistas laborales conseguidas con la lucha de generaciones de trabajadores.


Pero más allá de economías y números hay algo mucho más importante, que las estadísticas no reflejan… es el drama interior de quien se encuentra sin trabajo y marginado socialmente, tratando de contener distintos sentimientos y estados anímicos, los cuales podríamos llegar a llamar cuatro etapas de un desocupado. Cuando uno es notificado de que ya no tiene trabajo, lo primero que surge es el desconcierto. ¿Por qué a mí? ¿Ahora que hago?, y entre una gran muchedumbre siente que está solo; después, asoma una naciente rebeldía, reacción de violencia, ante una situación que le impusieron y él no quiere.


Cuando se comienza a buscar un nuevo puesto de trabajo, se tiene más de cuarenta años y no hay acceso al mercado laboral, el desocupado se siente inútil y con mucha bronca, sin salida a su situación y se quiebra por la gran impotencia. Los días comienzan a tener más de 24 horas y se piensa mucho hasta hacer renacer la esperanza de solución a su situación y buscar la salida con determinación firme. Entender que esa solución debe ser la organización y luchar por el lugar que a cada uno le corresponde en la sociedad, depende de la comprensión de cada individuo (que es único), pero sí hay algo en lo que podemos coincidir todos los trabajadores, y son las cuatro etapas que genera nuestra condición de desocupados.


Aunque Menem y Duhalde y el Banco Mundial nos hablen del primer mundo, de modernización laboral y de porcentajes de desocupación que bajan (lo cual no es cierto), el círculo de puestos cada vez se cierra más; hay que tener en cuenta que entre datos estadísticos y análisis económicos no se piensa en la dimensión mucho más profunda de ese ser bio-psico-social que ha quedado sin trabajo. El problema de la desocupación no es un problema estadístico, es un problema profundamente humano que el capitalismo es incapaz de resolver.