[DEBATES] Deconstrucción, feminismo y lenguaje inclusivo: un aporte al debate

Recientemente se ha desenvuelto, en una buena cantidad de notas del correo de lectores, un debate respecto de los usos del lenguaje inclusivo, de la deconstrucción y del método que como partido marxista y revolucionario debemos darnos ante este tipo de problemas ideológicos, filosóficos y sociales.


Cuando hablamos de deconstrucción, a diferencia de lo soslayado en la nota “Feminismo, patriarcado y método” de Sol Viñolo, no nos encontramos simplemente con una palabra vacía de contenido de la cual podemos hacer uso y re significar sino que debemos tratar con lo que el concepto encierra y a partir de esto encarar el debate. La idea de deconstrucción que, como ya se ha señalado, no fue acuñada pero sí estudiada y difundida por el filósofo argelino Jacques Derrida en relación a la gramatología y el lenguaje, nos presenta la propuesta de la descomposición de los conceptos a partir del postulado de estructuras acéntricas, partiendo de la individualidad de la interpretación. De aquello resulta la primacía de lo particular por encima de lo universal y de la relativización de las condiciones objetivas de la realidad. El feminismo burgués toma el concepto de deconstrucción en esta línea, negando el carácter universal de la opresión hacia las mujeres y volcándolo a un problema de machismo individual o de acciones particulares, corriendo del centro al sistema capitalista que crea y perpetúa dicha opresión en todas sus formas. En este sentido, radica la incompatibilidad de la propuesta de la deconstrucción con el planteo socialista, empezando porque la primera niega la posibilidad de la existencia de un  método, que se hace inviable por no existir hechos sino interpretaciones, lo cual niega la posibilidad de un análisis y modificación de las condiciones de existencia en clave universal; la lucha colectiva no es tal dado que el colectivo no es más que la mera suma de intereses individuales/particulares, dado que cada proceso de deconstrucción es singular. Como puede observarse, no estamos ya en presencia de lo problemático que puede desprenderse de sostener que la opresión es cultural y no de clase sino ante la particularización de la misma, lo cual niega cualquier forma de salida no ya clasista sino colectiva.


Por otra parte, el análisis de lo respectivo al lenguaje inclusivo nos presenta dificultades aún mayores. En este caso, no se trata de ser críticos de los cambios o intentos de cambio en el lenguaje de por sí sino de señalar el método que nos damos para esto. Si bien es sabido que la idea del vuelco de la lengua tradicional hacia un lenguaje inclusivo ha nacido hace décadas con la tercera ola del feminismo -es decir, con un feminismo de características burguesas- que propugnaba la finalización de la violencia sufrida por las mujeres a partir de transformaciones culturales como la que estamos colocando en debate, también es cierto que mucho después esta iniciativa es tomada por un amplio sector de jóvenes no necesaria o estrictamente en esta dirección. Asistimos a una "marea verde" que se siente con mayor fuerza en la juventud y, por sobre todo en los pibes y pibas de las escuelas secundarias que reclaman un cambio en el lenguaje dada la realidad de que no se sienten identificados con el existente y que, a su vez, como se ha resaltado, ya ha cambiado al interior de estos sectores. Ahora bien, de esto se desprenden una cuestión fundamental: bajo qué método queremos cambiar el lenguaje en virtud de una verdadera y gran extensión del uso del mismo, sin quedar este reducido a dicho sector. Para esto, debemos empezar por aclarar que la lengua no es una estructura abstracta sino el reflejo de las condiciones materiales que rigen en la sociedad, con lo cual es preciso que para que esta se vea modificada también se inviertan estas últimas. En este punto se sitúa la necesidad de imprimir a este fenómeno un método y un programa que se coloque detrás, que entienda que dicha modificación no será extensiva mediante una impostura abstracta sino por medio de una verdadera emancipación -material y de clase-, que se refleje en todo lo que lo cultural implique. Para que esto suceda es necesaria la organización colectiva, clasista y socialista: colectiva dado que, como ya dijimos, no es a través de la deconstrucción u otro tipo de lucha individual que se hace posible alcanzar estas reivindicaciones, de clase porque entendemos que es el sistema capitalista el que se sirve de esta opresión y la reproduce y socialista porque bregamos por un método que apunte a una sociedad libre de opresión y no a un anticapitalismo que se base en la lógica de un sabotaje permanente sin horizonte alguno.


La historia nos ha demostrado que no ha sido mediante la introspección o la lucha/transformación en el mejor sentido nietzscheano la que ha arribado a un proceso de liberación de cualquier individuo. Por caso, no existe históricamente ningún proceso que haya llevado a lugares tan altos la pelea y las medidas por la emancipación de las mujeres como la Unión Soviética; partiendo desde la legalización del aborto y de la homosexualidad que estaban penados por el zarismo hasta las leyes discutidas para su implementación por el fin de la opresión de las mujeres en sectores tan atrasados de Rusia como los pueblos nómadas y las tribus de las montañas, todas aquellas políticas fueron consecuencia de la revolución socialista y del debate de un método a darse a partir de ella por la materialización de la emancipación que se abrió paso con la caída de un Estado que se servía de la opresión. De la misma forma, podemos constatar históricamente que los retrocesos implementados en esta materia fueron con el desarrollo de la burocracia stalinista y el proceso de reintegración al mundo capitalista – para tomar los mismos casos, la repenalización del aborto y de la homosexualidad en la década del 30.


La toma de conciencia acerca de la opresión de las mujeres que ha irrumpido en los últimos años no ha sido mediante ningún proceso abstracto de deconstrucción sino a la luz de, por un lado, el colapso de las condiciones de existencia reflejado en la altísima tasa de femicidios y de casos de violencia que nos empujaron a las calles en los primeros Ni Una Menos y los paros internacionales de mujeres y, por otro, la lucha colectiva que en consecuencia llevamos adelante que produjo el despertar de otra gran parte y el avance de las reivindicaciones llegando, al día de hoy, a este gran reclamo popular por la legalización del aborto. Pero debemos remarcar que constituye un error sostener que la batalla que dieron las socialistas contra el feminismo burgués en los tiempos de las sufragistas está saldada. El movimiento de mujeres que se ha visto alejado de la lucha socialista como producto de la incidencia del stalinismo y todo lo que este ha implicado tanto a nivel general como en lo respectivo a las mujeres -con el "termidor en el hogar"- y las disidencias, hoy en día no lleva inscripto aún un planteo socialista. Es tarea nuestra continuar, como lo venimos haciendo, la batalla porque así sea