El debate sobre la mente y el cerebro: qué hacer

Para ilustrar la diferencia entre el signo y la señal, Umberto Eco usó el ejemplo de una represa comandada por un sistema, cuyo “input” (entrada de datos) procede de un flotador que mide las variaciones del nivel del agua, y cuyo “output” (los resultados del tratamiento de los datos ingresados) comanda un mecanismo capaz de abrir o cerrar en mayor o menor grado las compuertas, para restablecer el nivel de agua deseado.


El semiólogo italiano señala que un diseño “inteligente” de esa clase no trasciende el plano de la señal, no supera el plano de la comunicación o la transmisión de información por señales: su mecanismo semiótico se mantiene, por lo tanto, dentro del campo de lo natural o de lo causal.


En cambio, dice Eco, si el nivel de agua fuera representado en un tablero de comando a cuyo cargo estuviera un ser humano, encargado de abrir y cerrar las compuertas, el signo estaría haciendo su aparición. Consecuentemente, el individuo humano, en vez de “procesar mecánicamente” los datos y “ejecutar” la respuesta óptima, tomaría conciencia del significado de la señal que ve en el tablero: “¡Epa!”, díría, “¡está subiendo mucho el nivel del agua! ¡Hay que desagotar!” (o cosas por el estilo).


En este segundo caso, se estaría introduciendo un tercer elemento -mediador- entre el objeto y la (re)acción, una entidad “mental”, un ser de conciencia: el significado.


Lo interesante de este ejemplo, y de casi todo lo que se dice sobre la distinción entre signo y señal, es que la conciencia -la instancia del significado- aparece de un salto, se la presenta como trascendente (como estando “más allá”) en relación con lo natural y con lo causal, aparece como algo independiente de su “circunstancial” soporte material. En resumen, la instancia del significado, la conciencia, es vista (o es postulada) como algo que sólo los “materialistas bobos” -por usar la expresión de Valderrama- pretenderían reducir a una cosa más simple que ella misma, a algo distinto de ella misma.


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No se puede solucionar el problema de la conciencia sin romper antes el cerco intelectual. Y antes de empezar a revolear “respuestas” a tontas y a locas, convendría establecer cuáles son las preguntas decisivas.


Rehuyendo las conversaciones de sordos -y para evitar callejones sin salida- creo que convendría empezar a pensar en la conciencia como un asunto de atribución más que como un asunto de evidencia. Es posible y fecundo pensar la inteligencia y la conciencia humanas como algo atribuido, más que como algo inmediata o interiormente experimentado, incluso si la atribución se dirige al sujeto mismo.


Esta orientación ya tuvo un importante desarrollo, desde Alan Turing hasta Daniel Dennett, y alrededor de ella se ha movido una nube de investigadores, especialmente Marvin Minsky, investigador pionero en inteligencia artificial y padre de la teoría de la conciencia conocida como “pandemonium” (según la cual la conciencia no sería unitaria, y sería reductible a lo no-conciente).


Esta idea no está quizás demasiado lejos del ejemplo que mencionó Marina en el correo pasado (la antena “inventada” por un programa): el caso de una entidad no-inteligente (o poco inteligente), casi mecánica, que da lugar a una invención inteligente, una invención a la que podemos atribuir inteligencia desde que logra encontrar un resultado óptimo.


En segundo lugar, creo que convendría empezar a pensar en los significados y en los signos a partir de categorías o modismos intencionales (como "creencia", "deseo", etc.), abandonando -parcialmente, al menos- la perspectiva estructuralista -y positivista- inaugurada por Saussure.


El enfoque intencional se corresponde con el estado actual de las ciencias del lenguaje (se corresponde, por ejemplo, con el desarrollo de la pragmática, de la speech acts theory, etc.), pero lo más interesante es que desde esta perspectiva se definió al signo -y al significado- por un tipo específico de intencionalidad (que H.P. Grice denominó “intencionalidad de tercer grado).


Lo mejor de todo esto es que hoy podemos dar cuenta de la intencionalidad mediante conceptos evolucionistas, en vez de hacerlo a partir de aproximaciones “fenomenológicas” (que combinan de modos variados raciocinio e introspección).


Hoy también podemos avanzar en una explicación científica de cómo la comunicación social basada en señales (comunicación animal), progresivamente dio lugar a complejos sistemas de signos no-naturales (otra expresión debida a H.P. Grice) como son las llamadas “lenguas naturales”. En esta misma línea, el último toque a la concepción materialista del signo y de la representación y la acción lingüísticas, lo aportó la teoría evolucionista de la referencia, formulada por Ruth Millikan.


Un último ítem: la conciencia mantiene un estrecho vínculo conceptual con la cualidad de persona (que, por lo demás, es otro de los nombres del sujeto humano).


A mi entender, la mejor respuesta a la pregunta por la cualidad de persona -por el sujeto- es la teoría de los “sistemas intencionales” de Daniel Dennett, una teoría materialista y reduccionista (reduccionismo que, dicho sea de paso, es una exigencia de todo monismo, y el materialismo es un monismo).


Es a él -a Daniel Dennett- que me refería cuando señalé que la intencionalidad, como instancia constitutiva de la conciencia, del signo y del significado, puede ser comprendida en base a premisas evolucionistas, materialistas y científicas.


La teoría de los sistemas intencionales trata a la conciencia -y a la cualidad de persona- principalmente como algo atribuido, introduce el método experimental en la indagación filosófica, y somete a él reportes tradicionalmente reservados al método introspeccionista. Dennett llama “heterofenomenología” a este método, que busca combinar la indagación filosófica, las ciencias sociales y del lenguaje, y las ciencias llamadas “duras”. En mi opinión, sus aportes deberían ser tenidos muy en cuenta en cualquier debate serio sobre la mente y el cerebro.


Saludos