El PO reclama un plebiscito (II)

Los revolucionarios no reclamamos nunca un plebiscito, ni siquiera para decidir si el aire tiene que seguir siendo gratis o no (cosa que, además, casi seguro perderíamos con la trampa que sea).


El plebiscito es la forma más antidemocrática de expresión. Por eso es utilizada por dictaduras y regímenes totalitarios. Por eso trata de usarla la derecha golpista fracasada en Venezuela. Por eso es la trampa que tiende Mesa en Bolivia.


Esto es así por una serie de razones. El enemigo de clase es quien lo convoca y quien define en qué términos se votará por sí o por no (al margen de si esos términos figuran o no en las boletas que irán a las urnas, sí son los términos en que se propagandizarán).


Un plebiscito aquí y ahora por la deuda, casi seguro se implementaría de la siguiente forma (o cualquier otra variante de las tantas que producirán a granel los creativos y publicistas que el Gobierno pondrá a trabajar): “Vote Sí si quiere seguir negociando con los acreedores externos e ir disminuyendo la deuda. Si quiere votar No, hágalo sabiendo que vamos a quedar aislados del mundo y podemos terminar como Haití o Irak”.


Por otro lado, el plebiscito (contemplado en la reforma constitucional de 1994) nunca fue reglamentado por ley del Congreso, por lo que no podría realizarse hoy en la Argentina con carácter vinculante, con lo que el planteo del PO es una vulgar chantada. Y si fuera vinculante sería aún más peligroso.


Valga como ejemplo el realizado en Uruguay en 1988 sobre la anulación de la amnistía para genocidas y torturadores: ganó, por 55% contra 45%, el No, “para no volver a la guerra civil”. Y el tema quedó completamente cerrado incluso en la cabeza de buena gente que dice: “Yo voté sí, para que se derogue, pero perdimos y hay que aceptar el resultado”.


No se puede saber qué pretende el PO con esa política. Pero aun en el caso que sea una mera ingenuidad “que no es lo más probable”, significa un engaño a los trabajadores y al pueblo al decir que el problema de la deuda puede resolverse en las urnas y no en las calles con una lucha revolucionaria que ponga todo en juego, incluso el problema del poder.


A esta corriente, que se ha caracterizado por inyectar en otros, “incluso con razón”, el rótulo de “democratizantes”, hay que decirle que se ha inoculado una sobredosis de su propia medicina.