Acerca de “El Peronismo Armado”: el debate con los muertos

-Exclusivo de internet

El profesor Gustavo Cangiano (véase “Sobre El peronismo armado”, en Correo de Lectores de “Prensa Obrera” Nº 1.129, del 20 de mayo) intenta atacar al libro “El peronismo armado” y a la crítica que nuestro compañero Eduardo Salas formula a partes de esa obra. Con ese propósito, recuerda en tono de sorna que, en 1970, Política Obrera sostuvo que la clase obrera argentina procuraba “liberarse de la tutela y traición de la burocracia gremial y de Perón”.

Dice Cangiano: “Para PO, en 1970, el proletariado no batallaba con el objetivo de restituir la soberanía popular violentada en 1955, lo cual significaba el regreso de Perón al poder, sino que batallaba… ¡para liberarse de la tutela y traición de Perón!”, se escandaliza nuestro profesor.

Sorprendentemente, a renglón seguido admite: “Es cierto que a fines de los años ’60 la agudización de la lucha de clases y las modificaciones operadas en la estructura económico-social abrían la posibilidad de que el frente de clases del ’45 se reconfigurara y trascendiera los límites programáticos y metodológicos inherentes al proyecto capitalista autoconcentrado. Esa posibilidad se plasmaba en la consigna ‘gobierno obrero y popular’ y en la perspectiva socialista, que enarbolaban sectores de vanguardia del movimiento obrero y del movimiento estudiantil”. Para alcanzar ese objetivo, nos dice, había que “acompañar” al peronismo para impulsar la transformación del “frente nacional” en algo distinto de lo que era. Es una tesis vieja, que estuvo muy en boga en casi toda la izquierda peronista -también en parte de la no peronista- desde mediados de la década de 1950. Como decía Guillermo Lora, la política es el único ámbito en el que los muertos siguen actuando.

Aunque el profesor Cangiano, para superar a los otros, suele encontrar caminos muy peculiares, siempre desde la “izquierda nacional”, para llegar al gobierno “obrero y popular”. Por ejemplo, en su momento, el carapintada Aldo Rico podía ofrecer una posibilidad en ese sentido: “Rico y el riquismo son, antes que otra cosa, una creación de las grandes masas que buscan silenciosa pero persistentemente una nueva herramienta de lucha”, escribió en su “Rico, un desafío para la izquierda” (Sielp SRL, Buenos Aires, 1994, pág. 52). Muerto Perón, bienvenidos los carapintada.

La irrupción obrera

El Cordobazo fue la culminación y el principio de una época histórica, la irrupción de ese proletariado novedoso que forjaba su experiencia con el nacionalismo burgués desde las huelgas petroleras de 1958 y la huelga general de enero de 1959, desarrolladas a pesar y en contra de las conducciones peronistas y del propio Perón. El Cordobazo no fue un levantamiento peronista ni se proponía traer de regreso a Perón: se trató de un movimiento insurreccional, social y políticamente de izquierda, con direcciones de izquierda.

Ese proceso político produjo necesariamente una ruptura con el peronismo porque Perón había anudado un acuerdo con Arturo Frondizi -el represor de aquellas huelgas- para que éste llegara a la presidencia; y, luego, pidió “desensillar hasta que aclare” frente a la dictadura militar de Juan Carlos Onganía, contra quien estalló el Cordobazo. Así, el general exiliado se fue separando objetivamente del movimiento de lucha real del movimiento obrero, por lo menos de sus sectores de avanzada.

Aquella situación abría, por lo tanto, la posibilidad no de que el “frente de clases se reconfigurara”, como dice el profesor, sino de que el frente de clases dirigido por la burguesía simplemente estallara. Era una posibilidad, profesor, sólo una posibilidad que, como usted dice, “se plasmaba en la consigna ‘gobierno obrero y popular’ (era, precisamente, la sostenida por Política Obrera) y en la perspectiva socialista”. Cuando esa posibilidad está presente con una materialidad tan fuerte como la que teníamos entonces, quien pretende ser revolucionario está obligado a jugarse todo para desarrollar esa tendencia, la de la perspectiva del gobierno obrero, del socialismo.

Sin embargo, Cangiano nos dice que la consigna del gobierno obrero no debía ser considerada “como una perspectiva opuesta a la del regreso de Perón, sino como complementaria y compatible con él”. Con su tono profesoral, el señor Cangiano intenta mostrar como si fueran contradicciones dialécticas lo que sólo son sus incoherencias, porque Perón fue traído en 1972 por quienes lo habían derrocado en 1955 precisamente para que contuviera, desviara y finalmente derrotara la perspectiva del gobierno obrero. No se trata siquiera de una deducción analítica: Perón decía explícitamente, cada vez que tenía la ocasión, que ésa era la finalidad de su retorno, y todos y cada uno de sus actos de gobierno se subordinaron a ese objetivo. Que el regreso de Perón y su reinstalación en el gobierno significaba “restituir la soberanía popular” era una fantasía suicida que sólo vivía en las ilusiones de Montoneros, de Jorge Abelardo Ramos y, ahora, tardía y patéticamente, en las del profesor Cangiano. Montoneros, al contribuir decisivamente a que los obreros del Cordobazo volvieran a gritar “la vida por Perón”, cumplieron, claro que sí, de manera objetiva, un papel profundamente contrarrevolucionario y abrieron el camino de su propia derrota, de su propia tragedia. Ellos, por supuesto, a diferencia de Ramos y de Cangiano, tuvieron el mérito ejemplar de haber subrayado sus errores con su propia sangre, no cometeremos la insolencia de compararlos en ese sentido.

Cangiano nos dice que se tenía “la necesidad de acompañar el apoyo (…) a la conducción de Perón con una diferenciación ideológica, programática y organizativa”. Esto es: debía respaldarse la conducción del creador de la Triple A, del autor de una modificación a la Ley de Asociaciones Profesionales que atornillaba a la burocracia sindical a sus sillones, a quien impulsó las reformas al Código Penal de modo que una huelga declarada ilegal por el Ministerio de Trabajo se transformaba en motivo de persecución policial y judicial…, pero, eso sí, con una “diferenciación ideológica, programática y organizativa”. ¿En qué tendría que haber consistido esa “diferenciación”? Por ejemplo, según suponemos, en la que estableció Ramos el 1° de Mayo de 1974, dos horas después de que Perón echara a Montoneros de la Plaza de Mayo con insultos de bárbaro. En una reunión de la dirigencia política burguesa con Perón, Ramos le dijo: “General ¿no le parece que se le fue la mano con los muchachos?” ¿No le parece a usted, profesor Cangiano, que es una “diferenciación” miserable, por decir lo menos?

El final del artículo de Cangiano es de antología. No vale la pena contestar a sus apreciaciones provocadoras sobre el papel de Política Obrera en esos años, porque ese papel fue reconocido trágicamente por la represión policial y parapolicial, no importa eso ahora. Pero luego, después de reconocer el “protagonismo” actual del Partido Obrero, dice: “Cuando las masas recuperen el centro del escenario, la estrella del PO volverá a apagarse”. Es decir, cuando se recomponga el “frente nacional”. O sea, el peronismo. Está usted frito, profesor, si espera que “la estrella del PO” se apague por eso. El nacionalismo burgués, en cuanto movimiento de masas, es un trasto histórico que ya nada tiene para ofrecer salvo la caricatura kirchnerista, la repetición farsesca. Y el PO no tiene “estrella” alguna, profesor. El PO, simplemente, lucha para que aquella tendencia del Cordobazo a la independencia de clase, al gobierno obrero y al socialismo encuentre el camino de la victoria.