Hasta la hora de las luciérnagas


Si terminaste la leche, levantá la taza Darío, por favor.


 


¿Ya hiciste los deberes?


 


Bueno, está bien, podés salir al patio, no vayas a la calle.


 


Qué chico éste, me pregunta si puede llevar la pelota de trapo, claro, hijo, podés.


 


No olvides, tenés que entrar cuando veas las primeras luciérnagas.


 


Sí, podés invitar a Maxi, no preguntes bobadas.


 


El patio, amparo de paredes, olor a café con leche.


 


Ramas quebradas por pelotazos, no importa.


 


Paredes de patio y luz de luciérnagas, tus dimensiones infantiles.


 


El tiempo ríe en su carrera desbocada.


 


¿Hay olor a pólvora y humo de gases?


 


¿Maxi está caído y no podés ayudarlo?,


 


no dejes que cierre los ojos, hablale, abrazalo fuerte, no dejes que se duerma.


 


Estoy llegando, no te encuentro, el patio está vacío, la pelota en un rincón…


 


No dejes que Maxi se duerma. ¿También se te cierran los ojos? Ya llego, no tengas miedo, ya llego…


 


Vienen las luciérnagas, es hora de volver. Son muchas, ya llego, esperame hijo.


 


No, Darío, no dejes que las luces entren en tu cuerpo, no te engañes, no es el sol, hijo.


 


Por qué no me dijiste, amor, que buscabas el sol, ¿por qué no me dijiste que lo buscarías con Maxi en el andén tres de Estación Avellaneda?