La misteriosa palabra “compañero”

Si hubiera que ponerle un título a este escrito, le pondría “La misteriosa palabra compañero”…


Hace muchos años, después de tres intentos fallidos de suicidio, una profesora me dio un libro para que leyera, y me lo dio acompañado de estas palabras: “Leélo, que esto te va a cambiar la vida”.


El libro se titulaba El Estado y la Revolución y supe que debía seguir viviendo.


Con el libro a cuestas empecé la odisea de encontrar, en pleno ascenso del peronismo (1973), el Partido que llevase adelante las ideas volcadas en “mi” libro, pero no en un estante sino en los hechos. En ese interin conocí gente de la otrora famosa “Fede”, y divisé que lo guardaban celosamente en sus bibliotecas. ¿Adivinaron? Las fuerzas del bien se unieron para que desembocara en el único partido revolucionario, por entonces denominado Política Obrera.


Al principio creí que eran todos amigos míos, que todos si estaban de acuerdo con el programa, pensaban, actuaban y hasta sentían como yo; grande fue mi decepción por mi incomprensión política. Después, crecí y aprendí la densidad, el peso específico que trae aparejado sentir por otra persona que es tu compañero.


El otro día, cuando les explicaba a mis hijas lo que sentía por los compañeros, la alegría que significaba para mí verlos entrar al Congreso, no creo que hayan entendido en su magnitud lo que significa luchar junto a ellos (los compañeros), la unión programática que se lee en los ojos apenas nos miramos.


Por eso, cuando se va uno de los nuestros, es como una partecita de célula viva de nuestro cuerpo que perdemos, y duele, duele mucho…


Ahora bien, como todo se transforma, esta célula la debe absorber nuestro organismo para que la fuerza del que ya no está nos potencie, nos impulse a luchar por dos.


Esta reflexión es para referirme a vos: compañero, compañero del alma, Marcelo Palmucci.