La otra cara de la verdad láctea

General Rodríguez (1)

Don Pascual Mastellone, “amo y señor” de General Rodríguez, dueño de La Serenísima, la principal fuente de trabajo de la zona, está dando cátedra acerca de los nuevos métodos de “flexibilización laboral”.

 

Trabajadores con 20 o más años de trabajo en la empresa, son obligados a una especie de “retiro voluntario”, pagadero en cuotas mensuales, a cambio de lo cual se les acepta nuevamente como empleados, pero ahora “contratados” —claro que sin reconocimiento de la  antigüedad— para una empresa formalmente “independiente” del Sr. Mastellone, pero que como es bien sabido en la zona, integra el “holding” empresario. Trabajadores que redondeaban remuneraciones de 1.200-1.500 pesos, son conminados a trabajar por 500-600 pesos.

 

Como General Rodríguez amenaza con transformarse en una nueva San Nicolás, el empresario “bueno” recomienda esta “solución” ante el desbarranque inevitable de una superpoblación de kioskos y remiseros en la zona.

 

Don Pascual Mastellone hizo su fortuna exprimiendo sin escrúpulos a los trabajadores de la zona —a los que prometía el oro y el moro para el futuro— y a los tamberos chicos de la Provincia de Buenos Aires, a quienes colocó a su merced pagándoles a plazo y fijando él el precio de la grasa butirométrica —la materia prima de la industria láctea—, mientras su recaudación es “cash” todos los días. Durante más de 20 años “Don Pascual” —como gusta que le llamen— trató a los trabajadores como a “sus hijos”, mediante “favores” y un trato semi-familiar; acudía él al llamado de “asambleas” para reclamar a los trabajadores mayores sacrificios frente a las “crisis” que, curiosamente, siempre después de un período de “poner el hombro”, acababan en una nueva conquista del mercado para la empresa y en una pendiente hacia abajo de los salarios. ATILRA, el sindicato de la industria láctea, es desde hace añares un “apéndice” empresarial.

 

Antes, con el argumento de que había que “superar” a la competencia y a la espera del día “en que todos nos beneficiaríamos”, había que agachar la cabeza; ahora, en nombre de la “modernización” que reemplaza máquinas y hombres, hay que aceptar… la guillotina. Antes era en nombre de la “defensa de la industria nacional”. Ahora es ésta la que, haciendo su agosto con los negocios de la importación de leche (por lo general, de menor calidad que la nacional), amenaza a los trabajadores y a los tamberos chicos. Como se ve, es el cuento de “la buena pipa”.

 

En el año 1987, el mismo 1º de Mayo en que el “honorable” Concejo Deliberante de General Rodríguez consagraba “ciudadano ilustre” a Don Pascual, un grupo de trabajadores que años antes nos habíamos organizado en una agrupación de lucha —la Azul y Blanca— éramos despedidos, incluida una compañera embarazada, ante los ojos cómplices de la burocracia sindical, por reclamar por la efectivización de los trabajadores contratados, por la defensa del día femenino y por el reconocimiento de insalubridad sobre toda una serie de áreas de la empresa. Libramos una importante lucha, mantuvimos durante semanas una olla popular, pero fuimos lamentablemente derrotados.

 

Después de varios años de atropellos, se impone nuevamente el camino de la organización y la lucha. Los delegados en cada sector deben ser sometidos a un intenso acoso para que se establezca un pliego de reivindicaciones y se impida la “flexibilización”. Para esto es imperioso organizarse por abajo en una agrupación clasista, superando los errores del pasado. Ayer se nos hizo creer en una perspectiva “popular” junto a los patrones nacionales, ya hemos recorrido una larga experiencia con ellos. Por ejemplo, ahora el camino no son los “Congresos de la Producción y el Trabajo” sino la lucha independiente de los trabajadores, en la perspectiva de poner en pie un poderoso movimiento de resistencia  obrero y popular, que permita retomar el camino de la “Marcha Federal”.