Lula

Las declaraciones de Lula hace pocos días, diferenciándose de nuestra “republiqueta” con la vana esperanza de que los organismos financieros internacionales lo distingan de su hermano “enfermo”, no hizo sino exponer en la forma más vergonzosa posible las insalvables limitaciones del centroizquierda. Cuando Lula aclara que “Brasil es un país serio”, habla del sentimiento (y orgullo) que siente por su propia burguesía y su proyecto como nación, proyecto del cual están literalmente excluidos más de 100 millones de brasileños. Lula demuestra así que no ha sacado ninguna conclusión de los fracasos de “centroizquierda”, desde Blair y Jospin hasta nuestra Alianza.


Orgulloso y a la expectativa de su propia burguesía, mira con desprecio por sobre sus hombros a la “republiqueta” de los piqueteros y del “argentinazo”. En ese sentido, no puedo dejar de recordar las brillantes impresiones de L. Trotsky sobre los socialdemócratas vieneses en su biografía, quiénes decían representar a los obreros austro-húngaros, y al mismo tiempo miraban con una chovinista superioridad a sus pares rusos. El estallido de la primera guerra tradujo esas impresiones de Trotsky en una de las más dramáticas experiencias que sufrió la clase obrera durante el siglo XX: el apoyo de las socialdemocracias a sus respectivas burguesías, que se tradujo en la masacre de millones de obreros, en una lucha fraticida. Ante estas irrefutables experiencias históricas de la clase obrera mundial, el único camino del pueblo brasileño es el “brasileñazo”.