Correo de lectores
4/2/2016|1398
Mi tía
Seguir
El 14 de enero, a los 65 años, murió mi tía Betty. Nunca fue una revolucionaria. Sólo fue una de las miles de jóvenes del interior que, a principios de los ’70, vino a trabajar en fábricas de la zona norte del Gran Buenos Aires. Primero trabajó en la Vuco Textil, luego en Diehl y -finalmente- en Buffalo, de donde sería despedida, muy probablemente, porque el gerente de la empresa descubrió su nombre en las listas electorales del Partido Obrero del ’97. Desde entonces, hasta el día de su muerte, trabajaría limpiando en casas de familia.
Era peronista “de Perón”, antiradical a ultranza, pero que, por el inmenso amor que me tuvo, empezó a escuchar con atención las posiciones del PO cuando comencé a militar allá por el ’96. Hasta convertirse en una leal simpatizante del PO, incluso después de que yo rompiera con él.
No puedo dejar de recordar las veces que me llamaba por teléfono para avisarme que Altamira, Pitrola o Ramal estaban en la televisión. Si algo había aprendido era a valorar la conquista política que significa aparecer en los espacios. Tampoco puedo olvidarme cómo se alegraba encontrarse con la UJS piqueteando en la estación San Isidro. Cuando en las últimas elecciones le dejaron en la puerta de su casa las boletas de la Lista Unidad, se sintió orgullosa de que no se olvidaran de ella, que había apoyado al PO “desde que no lo conocía nadie”. Y, sobre todo, no puedo dejar de recordar que en 2010, al enterarse del asesinato de Mariano Ferreyra, me dijo que “si fuese más joven (le) gustaría ir a las marchas”.
Ella fue quien cosió la primera bandera de la UJS del CBC Martínez, fue una de las poquísimas fiscales en San Isidro en las elecciones del ’97 y el ’99, fue tal vez la única vecina de los monoblocks donde vivíamos que -durante 2001 y 2002- defendió en las colas del supermercado los métodos piqueteros. Algo que tal vez no parezca mucho. Pero que a mí me sirvió siempre como termómetro de la lucha de clases. Siempre fue su opinión la que me permitió testear las posiciones de la izquierda revolucionaria, evaluar el ánimo de las masas. Y eso es impagable.
Por eso, más allá de haber perdido a la persona que -junto a mi vieja- entregó su vida para criarme, se me fue una compañera. Una fabriquera chaqueña con sólo tercer grado terminado que -víctima de la destrucción de la salud pública- tuvo que volver del hospital a su casa porque no había cama disponible. Y que por ello moriría.
Tía, nunca supiste de frases del Che, pero si algo hiciste en tu vida es sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo. Sin necesidad de alardear de ello.