Mi vieja y la libertad de prensa


Mis queridos contactos:


Abran bien los ojos para leer lo que voy a contarles y, si pueden, divúlguenlo entre sus propios contactos. Es una historia protagonizada, entre otros, por mi madre, o sea que indirectamente la viví, no es un mero relato. Días pasados, mi vieja, junto con otros vecinos del Diario Popular, organizaron una justa rebelión contra la entrada y salida de camiones del mencionado pasquín, que desde hace más de treinta años hace vibrar durante toda la noche paredes, techos y casas enteras, además de producir ruidos molestos, contaminación y otros disturbios menores. Concretamente, la protesta se suscitó a raíz del derrumbe de una parte de la casa que construyó mi abuelo paterno cuando sus hijos eran chicos (esa parcela es habitada actualmente por uno de mis primos).


El accionar de los vecinos consistió en impedir, mediante una sentada nocturna, la entrada y salida de camiones por la calle Estrada, arruinada ya la pobre arteria con tanta circulación representativa de la "libertad de empresa"… perdón: de "prensa". Ahora mi madre, como bien dice la cédula policial: "ama de casa, viuda, jubilada de 64 años de edad" (temible, ¿no?), recibe una denuncia penal por parte del mencionado diario, que de "popular" no tiene nada, por atentar contra la libertad de prensa (deben haber querido decir de "empresa" digo yo).


Pero eso no es todo (…). La "empresa popular" no hace la denuncia por sí misma sino que elige como denunciante a uno de sus empleados (no pongo su nombre por lástima), éstos a quienes les hacen creer que tienen un cargo jerárquico y los hacen cargar con la bandera de la línea editorial (curva y deforme) del diario. Mi madre y las otras dos personas acusadas de ser "líderes" del piquete se acercaron hasta las instalaciones del vecino pasquín bajo la consigna: "Queremos conocer a nuestro denunciante, ya que él nos conoce tanto como para saber quiénes somos, dónde vivimos y qué hacemos". El denunciante, por supuesto, nunca puso la cara, a pesar de que pasaron horas esperándolo. En síntesis, para no entrar en otros detalles que si no fueran indignantes serían hasta graciosos, les pido nuevamente que divulguen el relato de esta protesta barrial, doméstica, que no por eso es menos justa, y sus desmesuradas consecuencias. Trabajé en ese diario durante cuatro años (por eso conozco algo del paño); de allí conservo a una amiga a quien apodan la Negra y a quien le quiero agradecer por el apoyo brindado a mi familia, que en su mayor parte sigue viviendo en la calle Estrada, donde yo me crié.