No al derecho al aborto

Buenos Aires, 4 de enero de 1994


Compañeros:


Después de leer los innumerables artículos que se publicaron en  PO sobre el tema mujer, he decidido titular éste, el mío y primero, NO AL DERECHO AL ABORTO.


Me he preguntado innumerables veces a lo largo de este debate, al que considero parcial, incompleto e inmaduro, cómo pudo ser considerado una “reivindicación de la mujer” un hecho en el que unas cucharas filosas penetran en el centro mismo de nuestro yo, espiritual, físico y psíquico, y arrancan empapadas en sangre, no sólo la simiente de una vida en ciernes, sino trozos gigantescos de nuestra propia vida, humillada, mutilada, destrozada.


Me he preguntado, y lo sigo haciendo; puedo aceptar, evidentemente por impotencia, claro está, imposiciones de este tipo en un sistema perverso, degenerado, agonizante, pero me parece inverosímil dentro del núcleo de compañeros a los que he llegado a respetar por su lucha incesante en pos de la evolución social e individual de la especie humana. Me recomendaron leer a Engels, no lo he hecho por razones específicas (económicas). No obstante, el sentido común me indica que lo que sintió, pensó o escribió un genio masculino del siglo pasado o alguno de los años veinte, es, cuando menos, fantasioso.


¿Bajo qué mágico influjo puede un ser incapaz, por definición, de engendrar vida y retenerla, imaginar lo que es un aborto?


¿O el sólo hecho de ser marxista le permite acceder a conocimientos que están a miles de soles alejados de su experiencia, y a los cuales jamás va a acceder?


El aborto, señores, es otra de las horrendas formas en que una mujer es sometida. Debo aclarar que, además de tener siempre el dinero necesario para realizar este tipo de castración, soy el producto de un mestizaje no sólo de pieles, razas o religiones, sino de clases históricamente antagónicas. Debo aclarar, además, que jamás he tenido sentimientos religiosos en absoluto.


¿Por qué no proponer, por ejemplo, una vasectomía como reivindicación? Suena tremendo, ¿cierto? Tampoco estoy de acuerdo. Me parece atroz. ¿Por qué, digo yo, a nosotras las hembras, jamás se nos ocurrió semejante idea?


¿Por qué las soluciones de la orfandad, el despojo, el hambre, deben siempre pasar por nuestro útero, que sin querer ser sentimental, pasa exactamente por nuestros corazones y daña nuestras neuronas en forma permanente?


NO AL DERECHO AL ABORTO, SEÑORES. Busquemos una solución acorde a nuestra evolución, donde la sangre y las lágrimas no caigan sobre una herida que jamás cicatriza y que inhabilita a la hembra para convertirse en un individuo valioso para una sociedad, donde los chicos no se arrastren por migajas de comida que les permitan solventar una vida que, como mínimo, les será miserable.


NO AL DERECHO AL ABORTO, SEÑORES. Les hablo a mis compañeros, aquéllos que no creen en la propiedad privada, aquéllos a quienes veo realizar sacrificios personales dignos de mi total admiración.


Propongo discutir esto como se debe, hasta el hueso y sin anestesia, porque, señores, con o sin atención médica adecuada, el aborto es una destrucción absoluta de madre y de hijo, más allá de que ella sobreviva.