Pinochet libre, yo preso

El 11 de setiembre de 1973 era un día apacible en Santiago de Chile. Salvador Allende iba a ir a la Universidad Tecnológica del Estado a cerrar las “jomadas antifascistas”. No pudo llegar: a primera hora Pinochet había lanzado el golpe de Estado.


Yo pocos años y militaba en la Argentina en el Partido Socialista de los Trabajadores, antecesor del Mas, y fui a Chile como voluntario de las Juntas de Distribución Directa, que se encargaban que toda la producción de las fábricas y campos bajo control obrero llegasen a las poblaciones sin pasar por el comercio.


El golpe duró, con enfrentamientos tremendos, todo el 11 y 12 en particular; a media mañana del 12 nos llevan a unos 607 voluntarios que estábamos en la Universidad y ayudábamos a la resistencia, a la sala del rector, donde nos encontramos con éste, los profesores, el presidente de la Federación de Estudiantes de Chile y con Víctor Jara, un muy popular cantante. Al mediodía la Universidad cae en manos de los militares, entran a donde nosotros estábamos tirados ya en el piso con ráfagas de ametralladoras a media altura, nos llevan luego al patio central y allí, adelante de todos, a dos estudiantes que habían encontrado escondidos y con armas los fusilan con decenas de tiros.


Nos llevaron al Estadio Chile, un lugar similar a nuestra Federación de Box o Luna Park, y debimos hacer largas colas para ingresar porque a uno por uno le dedicaban unos 10 minutos para, entre varios carabineros, darles una furibunda golpiza y culatazos. Así pasaron 7 días allí sin agua, ni comida, hacinados miles en las tribunas y con todos los casos de horror inigualable. Después de esta semana somos llevados al Estadio Nacional, similar a la cancha de River, donde los cosas mejoraron algo, hasta el día que llegó una inspección de la Cruz Roja y nos metieron en el vestuario para los jugadores locales: todo el piso absolutamente cubierto de gente agonizante, con heridas abiertas de 10 o 20 centímetros y con la sangre ya seca sobre la piel: eran de un pueblo llamado Fondo de la Legua, que habrían resistido el ingreso de los militares y que incluso les quemaron los camiones, a lo que éstos respondieron haciéndolos bombardear; esta gente eran los sobrevivientes.


Todo el horror imaginable, solamente comparable a los campos del nazismo o la posterior dictadura del ‘76 en la Argentina. La muerte, el dolor, la barbarie, todo estaba allí.


¿Y quién era el padre de todo esto? Augusto Pinochet Ugarte, a quien acaban de liberar “por razones humanitarias”.


Yo seguí fiel a mis ideas socialistas revolucionarias y hoy estoy preso desde hace más de 400 días por haber ido pacíficamene a pedir alimentos junto a 1.500 jubilados y desocupados el 23 de diciembre de 1998,


Nunca maté, ni robé, ni violé; mi salud quebrantada -corroborado por los propios médicos oficiales- no da lugar para que haya para mí “razones humanitarias”.


Para un monstruo asesino, ladrón, vejador, bestia humana como Pinochet, la libertad.


Para mí, exclusivamente por pensar diferente a los que mandan, la cárcel.


Esta es la justicia capitalista, la farsa más descarada.


Por eso, este 20 de marzo a las 8:30 hs., cuando se hace, al fin, la primera audiencia judicial para resolver la nulidad o no de esta causa y, consecuentemente, la posibilidad de quedar libre, haremos un contra-acto unitario y multitudinario por el desprocesamiento de los 2.500 luchadores obreros y populares, por mi libertad y la de todos los presos políticos, y contra el hambre.


Pasaron 27 años de lo de Chile, aprendí muchas cosas, en particular que no cambia una sociedad a otra por “vías pacíficas”, aprendí la inutilidad y la necedad del reformismo en todas sus variantes, me duele todavía la muerte de tantos compañeros, pero aprendí también, y por eso sigo luchando, que es posible y concretable que los trabajadores, los campesinos, el pueblo empobrecido tomen el poder y dirijan una nación.


Y aprendí también la dignidad de tantos luchadores en las instancias extremas, en los momentos finales de la vida.


Por eso, este 20 de marzo le voy a decir al juez, a los fiscales, a los del gobierno y a los de Wal-Mart, a quienes veré por primera vez, el orgullo y la felicidad que es luchar una vida junto a la clase obrera y al pueblo, el orgullo de seguir siendo un marxista revolucionario, el orgullo de no pedirles ni misericordia, ni clemencia, ni nada.


Para la libertad sí les pido ayuda únicamente a mis hermanos de clase.