Por una izquierda (auto)-crítica y revolucionaria

Buenos Aires, 15 de junio de 1993


 


Señor director:


 


Las líneas que siguen han sido escritas atendiendo a dos motivos centrales:


En síntesis: quienes intentan renovar al marxismo, incorporando nuevos temas, nuevas problemáticas y nuevos campos de debate, acaban, casi con una patética inexorabilidad, en el abandono del propio marxismo. Esto por un lado.


Ahora bien, por otro lado, aquellos que resisten el aggiornamiento del marxismo, reivindican la vigencia de sus premisas fundamentales, pero lo hacen desde una posición defensiva. En nombre de la defensa del marxismo no se plantea una renovación temática, una incorporación de áreas nuevas, etc., porque se considera que todo intento de innovación es sospechoso de herejía.


Me parece que Gramsci es un tema crucial. Recuperar a Gramsci para el campo revolucionario es una de las asignaturas pendientes de la izquierda marxista (…).


Si el reformismo ha aprovechado mucho más lúcidamente a Gramsci, interpretando en él la apología de la revolución pacífica, es en gran medida responsabilidad de la izquierda, que no ha sabido ver, no sabe ver aún hoy, la necesidad de una lucha ideológica sin cuartel contra la burguesía, que sea parte de la lucha de clases, no una contraposición de ella. Parece no haberse entendido su aserción de que la única situación objetivamente revolucionaria es la situación subjetivamente revolucionaria.


Otro de los grandes puntos en los que quiero introducirme, y que es una manera de reivindicar el aporte gramsciano, es en el referente a los llamados nuevos movimientos sociales.


En pocas palabras: cierta parte de la izquierda, partiendo de la base (real) de un marxismo que no incorporaba ésta y otras temáticas, llega a un revisionismo que, a mi criterio, excede los límites del propio marxismo (Laclau, Habermas, O’Connor, Gorz).


(…) La izquierda no reformista responde con el poco saludable (y stalinista) método de la impugnación y la acusación sin más. El resultado: no hay debate y el gran derrotado es el marxismo mismo. Mientras aquéllos reniegan explícita o implícitamente de la “dictadura del proletariado”, éstos insisten en hablarles a los trabajadores en un lenguaje incomprensible.


No se trata, empero, de hacer demagogia y reemplazar, por ejemplo, al proletariado por el “pueblo”, o a la dictadura de clase por la “democracia” universal. Se trata de traducir el marxismo a un nivel inteligible para las masas. En Rusia los trabajadores pedían pan, paz y tierra, no “abajo la plusvalía”.


Desde la izquierda intelectual, parece estar nada claro qué significa ser marxista, lo mejor es olvidar el tema y usar la etiqueta a voluntad (y disimulándola cuando alguna prebenda esté en juego), como una suerte de “comodín progresista” (…).


¿Cómo responde el marxismo ante los desafíos de estos enfoques, en mi opinión cargados de revisionismo?: “tirando al niño con el agua de la bañera”; esto es, desdeñando la crítica de la problematización planteada por la descalificación de sus autores o intérpretes. Así, la izquierda no aprende, a pesar de una mal entendida ortodoxia, de sus clásicos. Marx no subestimó los problemas planteados por los liberales, los anarquistas o los socialistas utópicos por el simple hecho de que éstos los interpretaban desacertadamente. Lenin no renegó de la crítica a Kautsky, sino que lo enfrentó intelectual y políticamente (…).


La defensa del marxismo debe pasar por una ofensiva intelectual y política, que apunte a luchar por la hegemonía, y eso significa no permitir que el reformismo y el posibilismo de izquierda se adueñen de ciertas banderas, entre ellas las del pensamiento gramsciano y el tema de los movimientos sociales.


No puede argüirse seriamente que la problematización de los movimientos sociales es reformista o que se trata de una posición demagógica hacia éstos. Más bien su tendencia reformista (particularmente visible en la Argentina actual) es en una parte consecuencia de la absoluta subestimación que la izquierda revolucionaria tiene al respecto. Las omisiones son graves (como no tener una política hacia el movimiento feminista, ecologista, de homosexuales, “porque todo se reduce a la lucha de clases”), se trata de políticas globales y abstractas.


Analizar qué vinculación, posible, deseable y, sobre todo, necesaria, puede haber entre los movimientos sociales y la clase trabajadora, es una tarea crucial y decisiva para pensar en un proyecto socialista y revolucionario (…).


A diferencia del reformismo, seguimos creyendo en la revolución. Para eso estudiamos y escribimos, para eso militamos. Sin embargo, no podemos dejar de señalar las limitaciones inmensas de esta única izquierda realmente marxista que creemos nos queda.


Seguramente la revolución no se hará “por” el mero desarrollo de la conciencia para sí de los explotados ni “por” las luchas de los nuevos movimientos sociales. Pero también, seguramente, hoy ya no se hará sin ellos.


Fraternalmente