Privatizaciones: “Muchachos del PO, ustedes me lo advirtieron”

Cuando comenzaron las privatizaciones, algunos nos opusimos desde una perspectiva sólo ideológica y decíamos que ciertos sectores (energía, comunicaciones, etc.) debían táctica e ideológicamente seguir en manos del Estado. Ustedes, desde este periódico, advertían sobre las consecuencias que para la gente común traerían estas privatizaciones. Recuerdo que por entonces yo, que no tengo filiación partidaria, leía esas notas y decía “¡qué exagerados!”. El apocalipsis que ustedes presentaban sobre la clase obrera a partir de la “venta-regalo” que este gobierno hacía del gas, la luz, los teléfonos, etc., me sonaba el producto de la mente afiebrada de un fanático pasado de libros y teorías. Muchachos, perdón, ustedes tenían razón.


Les cuento: a mi barrio (sin cloacas, sin asfalto, sin gas, sin agua corriente, sin …) llegó un día una empresa, de la mano de nuestro “benemérito presi”de la Sociedad de Fomento. Esta “empresa benefactora” nos prometía a los gritos, desde volantes y aviones, hacernos la red de distribución de gas natural poco menos que regalada y de “puro buenos que eran”. El domingo 8 de agosto recalaron en la Sociedad de Fomento con los contratos para firmar. La humilde y sencilla gente de mi barrio se sintió como deben haberse sentido los indios de América el día que llegó Colón. Así fue que desde temprano se formaron largas colas para recibir a los “benefactores” y estampar la firma. Pero, igual que Colón, nos cambiaron espejitos por oro. Esa mañana, mis vecinos firmaron 200 contratos en blanco y a cambio sólo les entregaron un volante de propaganda. ¿Que cómo se puede firmar en blanco un contrato, me preguntarán ustedes? Y yo les contesto que sólo puede entenderlo aquel que sabe lo que es vivir sin nada; sin que nadie jamás se acuerde de uno para darle una mínima mejora, sólo puede entenderlo el que sabe del dolor de las manos cuando se lava la ropa en invierno con agua casi helada, cuando se han pasado años calentando cacerolas para bañar a los chicos, cuando se ha crecido cortando leña para calentarse un poquito en julio. Y si a esto le sumamos el alto índice de analfabetismo que sufrimos por aquí, ya tenemos la tierra fértil para estos buitres.


Por supuesto que los contratos eran lapidarios, pero esto la gente no lo sabía: en ellos las cuotas eran indexadas, no nos garantizaban ni el comienzo de la obra ni el suministro de gas; y además se sometían a la Ordenanza 165/73, por la cual, si la obra era declarada de interés público, aun los que no firmaron contrato debían pagar el precio (sí o sí), o de lo contrario podían ser embargados.


Algunos “pocos” comenzamos a alertar y a organizar a la gente. La lucha fue durísima. No sólo luchábamos contra la empresa y contra la Municipalidad (que amparaba las acciones de la primera y jugaba sus intereses a través de la Ordenanza 165), sino también contra los “punteros” del barrio que presuntamente habían sido “adornados” por la empresa y la Municipalidad. Hacerle entender a la gente lo que pasaba fue más duro aún. Pasamos por todas las situaciones: desde difamaciones hasta amenazas. Pero (se las hago corta): lo logramos. Se devolvieron los contratos a los vecinos y se formó una Comisión para iniciar las tratativas con Metrogas.


“¡Ahora sí que estamos a salvo!”, pensamos. Y aquí viene lo mejor: a medida que nos adelantamos en estas tratativas vamos descubriendo la gran tela de araña. La ley de concesión y la reglamentación del Ente Regulador están hechas de tal manera que la concesionaria se asegura el paso feliz por este generoso país sin invertir un peso (o dólar, como les guste más) y recaudando, eso sí, todo lo que pueda. El artículo tal dice una cosa, pero el artículo cual la contradice y el artículo que sigue nos crucifica.


Con las bocas abiertas y los ojos asombrados, los miembros de la Comisión buscamos y buscamos en los cuerpos legales esa parte que diga “que tienen que invertir en el país” y, compañeros, o nos afanaron una página o aquí los únicos que ponemos la guita somos nosotros.


Es así, “hermanos y hermanas de mi patria”, que a cada paso que damos nos encontramos con una nueva trampa legal.


Pero como ya aclaré que somos “locos”, vamos a seguirla a muerte. Trabajaremos con abogados, técnicos… y cardiólogos (si nos hacen falta). Pero vamos a demostrarles que las obras deben hacerlas ellos, que no tenemos por qué seguir pagando los caños de gas que son de ellos y que luego volveremos a pagarlos en la factura de consumo.


¿Vinieron a invertir? ¡Inviertan! La tribu de mi barrio ya no cambia espejitos por oro.


Después de este relato sólo me queda pedirles otra vez perdón. Ustedes me lo advirtieron. Ahora ya es tarde… ¿es tarde? No, compañeros. Nunca es tarde. También mi relato demuestra que la militancia y la organización son el camino. En las telas de araña las moscas caen si van de a una por vez, ¡pero muchas moscas juntas pueden romperla! Sirva esto de experiencia y unamos fuerzas. Aprovecho también para dejar en estas líneas mi homenaje y mi abrazo a vuestros compañeros, que tan leal y duramente lucharon en mi barrio: Silvia, Leandro, Eduardo y el “fantasma”  Osvaldo.


Y, muchachos de Prensa Obrera, les prometo que de aquí en adelante si ustedes anuncian lluvia, aunque brille el sol, yo saldré con paraguas.


 


Barrio Gorriti-Glew