Sobre “El peronismo armado”

La publicación del libro El peronismo armado, de Alejandro Guerrero, un militante del Partido Obrero, ha comenzado a generar reacciones en el interior de esa organización. En el número de Prensa Obrera correspondiente al 6 de mayo, Eduardo Salas sale al cruce de algunas afirmaciones contenidas en ese libro.

Lo interesante del artículo de Salas es que nos permite concluir que, en materia de antiperonismo y de pensamiento antidialéctico, el PO es capaz de superarse a sí mismo.

Algunas de las afirmaciones de Salas son dignas de figurar en una antología del ultraizquierdismo pequeñoburgués. Veamos.

A Salas le parece que Guerrero es demasiado generoso con la caracterización que hace de Montoneros y del secuestro y ejecución de Aramburu. Entonces, le recuerda que “para Política Obrera, en junio de 1970 (el secuestro de Aramburu) ‘constituye una provocación política contra el proletariado que busca liberarse de la tutela y traición de la burocracia gremial y de Perón’”. Es decir, para PO, en 1970, el proletariado no batallaba con el objetivo de restituir la soberanía popular violentada en 1955, lo cual significaba el regreso de Perón al poder, sino que batallaba… ¡para librarse de la tutela y la traición de Perón! (…)

Es cierto que a fines de los años ‘60 la agudización de la lucha de clases y las modificaciones operadas en la estructura económico-social abrían la posibilidad de que el frente de clases del ‘45 se reconfigurara y trascendiera los límites programáticos y metodológicos inherentes al proyecto capitalista autocentrado. Esa posibilidad se plasmaba en la consigna “gobierno obrero y popular” y en la perspectiva socialista, que enarbolaban sectores de vanguardia del movimiento obrero y del movimiento estudiantil. Pero esa posibilidad sólo podía concretarse en la medida que existiera una fuerza política que tuviera la capacidad de construir un puente entre la vieja experiencia de Frente Nacional del ‘45, que todavía recogía apoyo en vastos sectores obreros y populares, y la potencialidad superadora que empezaba a dibujarse en experiencias como el Cordobazo y demás puebladas de la época. Se trataba, entonces, de que la consigna “gobierno obrero y popular” no fuera considerada como una perspectiva opuesta a la del regreso de Perón, sino como complementaria y compatible con él. Para PO, incapaz de advertir el carácter dialéctico de la situación, ambas perspectivas eran contrarias y se oponían entre sí. (…)

Ciertamente, hay que efectuar una rigurosa crítica a los presupuestos del peronismo de izquierda, según los cuales la vía al socialismo, que las banderas del Cordobazo habían abierto para profundizar y superar las del 17 de Octubre, podía realizarse sin la necesidad de acompañar el apoyo (determinado por la correlación de fuerzas entre las clases) a la conducción de Perón con una diferenciación ideológica, programática y organizativa. Sin esta última, que es condición necesaria de toda entidad que aspire a convertirse en factor político autónomo, sólo cabía esperar que de manera espontánea se produjera esa profundización dialéctica desde el Frente del ‘45 hasta su conversión en “gobierno obrero y popular”. Pero, como en la vida en general, y en la historia y la política en particular, las cosas no suceden de modo lineal, una vez conseguido el retorno de Perón, la lucha de clases se trasladó con intensidad al interior mismo del movimiento gobernante, que a esa altura estaba atravesado por profundos antagonismos internos. Fue entonces cuando se manifestaron todas las limitaciones y debilidades de la izquierda peronista y de Montoneros. Sus errores fueron de múltiple naturaleza: tácticos, estratégicos, ideológicos y, también, producto de la extrema juventud e inexperiencia de sus dirigentes. Pero, en ningún caso, esos errores autorizan a ubicar al movimiento de masas expresado a través de Montoneros y la JP en el campo de la “contrarrevolución” y, menos todavía, por el hecho de haber contribuido al regreso de Perón. (…)

En los años ‘60 y ‘70, PO no fue un factor interviniente en la lucha de clases que tuviera peso propio. Eran tiempos de ascenso de masas y, naturalmente, la ultraizquierda cipaya y pequeñoburguesa estaba condenada a ocupar apenas el lugar de espectadora y no de protagonista. Es recién a partir de 1983, cuando se institucionaliza la contrarrevolución triunfante en 1976 y el Frente Nacional se deshace en el pantano liberal-partidocrático, cuando PO empieza a desplegar su mayor protagonismo. Cuando las masas recuperen el centro del escenario, la estrella de PO volverá a apagarse.

(La carta fue acortada para su publicación)