Correo de lectores
28/7/1993|397
Sobre el VIII Encuentro Nacional de Mujeres, una reflexión
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Señor Director:
La dominación y la sumisión de la mujer se basan en la obediencia. Padecemos una dominación histórica, acentuada a partir de los siglos XVIII y XIX, a través de un discurso sobre el sexo dirigido a reproducir la fuerza de trabajo y asegurar la población. Era el discurso de la clase dominante que necesitaba la mano de obra indispensable para sostener las relaciones de producción capitalistas que impuso el proceso de revolución industrial europeo. Ese discurso se transmitió como el único posible para mantener la sumisión de la mujer como algo natural y deseable para el desarrollo social.
Nosotras, las mujeres, nos hicimos cargo de esto obedeciendo las normas culturales de la sociedad patriarcal y aceptando el rol de mujeres- madres- pasivas y sobre todo abnegadas-. Hemos recibido en herencia una serie de prejuicios sobre nuestro cuerpo, nuestra sexualidad y nuestra femineidad que todavía están fuertemente arraigados, en contraste con los adelantos científicos que se produjeron durante el siglo XX.
El descubrimiento de métodos anticonceptivos que no dependen de la voluntad del hombre, nos ha proporcionado una mayor libertad para decidir sobre la maternidad. Pero esto no ha cambiado el rol histórico de la mujer, porque los factores económicos que imponen la opresión de hombres y mujeres siguen vigentes e incluso se han agravado. Las mujeres padecemos una doble dominación: laboral y familiar. Hemos sido educadas para la reproducción y esto se ha incorporado a nuestro ser como lo “natural”, lo que “debe ser”.
Es difícil que una mujer haga suya la elección de no tener hijos; que lo exprese, más aún. Debería ser parte de nuestra elección de vida: el matrimonio y la maternidad deben ser decisiones de la mujer, no una imposición social disfrazada de afecto, temor a la soledad, justificación de la vida misma.
La supuesta “libertad sexual” actual es parte del dispositivo de dominación económica, política y de género, especialmente cuando se trata de la libertad sexual de las mujeres, muy ligada todavía a la reproducción. Somos masificadas, cosifisadas, estupidizadas a través de esta supuesta libertad. Pero la lucha de las mujeres contra toda opresión también es histórica, es la herencia positiva que ha hecho posible una mayor independencia y diferenciación de roles impuestos.
En la división sexual del trabajo la mujer es la reproductora, reproduce biológica y socialmente, reproduce la fuerza de trabajo, es decir los bienes y servicios necesarios para mantener activa la mano de obra (alimentación, higiene, educación). Todo esto en forma gratuita, no recibimos ninguna retribución económica por este trabajo. Cumplimos con la doble jornada, trabajamos en el mercado laboral y en la casa: 74 horas de trabajo semanal, o 15 horas diarias o 15 horas en jomadas de siete días. Esto implica una sobreexplotación de la mujer, “naturalizada” por el vínculo afectivo que la une a la familia. La familia es el primer disciplinador social, reproduce normas culturales positivas y negativas.
Las mujeres somos las encargadas de reproducir esas normas a través de la educación que les brindamos a nuestros hijos. La escuela es otro disciplinador social, donde las mujeres tenemos un rol preponderante. Surge una evidente contradicción: por un lado doblemente explotadas y por otro disciplinadoras y reproductoras de esa opresión.
Esta contradicción conduce a nuevos planteos sobre el rol de la mujer en la sociedad.