Sobre la lucha por la liberación de la mujer

“f) Pero lo más importante es que a raíz de la fuerza de este movimiento de los años ’60, comienzan a cuestionarse muchas de las afirmaciones de los marxistas y a verificarse ciertas lagunas en Marx y en Engels.


Por ejemplo, Frederique Ventuil, marxista y dirigente del movimiento autónomo de mujeres (cuando decimos dirigente no quiere decir que haya sido elegida, sino que naturalmente las mujeres que constituían este movimiento la reconocían como tal, respetaban su opinión), en su trabajo “Marxismo y feminismo”, hace un interesante análisis de las lagunas del marxismo. Reconoce el aporte histórico como primer análisis de la opresión de la mujer de Engels en su libro “El origen de la Familia, de la Propiedad Privada y del Estado”, pero a la luz del análisis crítico verifica lagunas e incorpora nuevos elementos teóricos. Comenzando por cuestionar el propio origen de la opresión de la mujer, que para ella y otros analistas es anterior a la sociedad de clases. Cuestionan la idea del matriarcado como etapa histórica primera del ejercicio del dominio por parte de la mujer, que Engels sostenía basándose en Morgan, dado que Engels no tenía en ese momento, cuando escribió “El origen de la Familia”, los conocimientos antropológicos y científicos que se conocieron posteriormente y que aclaran sobre este período histórico. Si bien es difícil establecer con exactitud cuál fue el origen de la opresión de la mujer, en sociedades primitivas donde las relaciones de producción son determinadas por relaciones de parentesco, como dice Frederique Ventuil, “Los interrogantes más útiles son: ¿Quién produce?, ¿quién controla la producción? ¿En beneficio de quién se ejercen las relaciones de parentesco? En consecuencia, sostenemos la idea de que las sociedades pre-clasistas conocidas, casi todas patrilocales, matrilineales o patrilineales, funcionan sobre la base de la apropiación colectiva por los hombres de la fuerza de trabajo de las mujeres… Y que esta desvalorización de este grupo humano sentaría un modelo para sociedades posteriores…”.


Frederique Ventuil constata tres lagunas en la teoría marxista: La utilización diferenciada por el capitalismo de la fuerza de trabajo femenina y masculina; la aparición de la familia burguesa adaptada a las necesidades económicas y políticas del sistema, y la naturaleza de las relaciones sociales entre los sexos.


Marx destacó el rol determinante jugado por la mano de obra femenina en el alba del capitalismo. Para él éste era un fenómeno coyuntural. Pero en realidad la superexplotación femenina se ha convertido en un fenómeno estructural.


La familia no se destruyó, en todo caso se transformó, continuando a ser el lugar principal de opresión de la mujer.


La tercera laguna se refiere a las relaciones sociales entre las mujeres y los hombres; allí podemos decir que fue más claro y vigoroso el análisis de Marx y Engels, que establecía que en la familia se encontraban todos los antagonismos que después se desarrollaron en la sociedad, “que el matrimonio aparece como la opresión de un sexo por el otro, como la proclamación de un conflicto de sexos” (Engels). Mientras que sus epígonos negaron este conflicto, en nombre de la unidad del movimiento obrero.


Este estado de desvalorización de las mujeres impregna todos los niveles de la sociedad civil. El capitalismo no hizo sino hacer perdurar, adaptándola, la opresión milenaria de las mujeres, “contando con el apoyo de los que tienen ventajas materiales y morales innegables, todas las clases comprendidas. Los hombres se han visto garantizar un status colectivo de opresores, con migajas de plusvalía (salarios más elevados), de privilegios sociales (no cumplir con las tareas domésticas) e ideológicas” (Frederique Ventuil). Factores que han contribuido a la ocultación de la conciencia de clase. A ello unimos la competencia en los empleos, competencia para el acceso a puestos de jerarquía, competencia en el universo político y sindical, bastiones masculinos históricamente prohibidos a las mujeres. “Los hombres están dotados desde su nacimiento de una situación social de ‘privilegiados’ en relación a las mujeres de su clase y sobre ciertos puntos en relación a todas las mujeres”.


Si a esto se unen las características del conflicto de sexos, y que por su inmediatez inciden sobre la personalidad humana, comprendemos su perduración. Que el capitalismo en su desarrollo ha creado una situación objetiva que es favorable a la liberación de la mujer y que la destrucción de este sistema ampliará esta base objetiva, es innegable. Pero queda el factor subjetivo: la lucha independiente de las mujeres. Y esto es lo más importante que ha ocurrido en los últimos años. Y que ningún partido marxista puede ignorar y que, al contrario, debe prepararse a comprender.


Habiendo hecho uno de los aportes principales en su época, ni Marx ni Engels podían —no era su objetivo— elaborar una teoría de la opresión de la mujer. Y lógicamente iban a ser las feministas quienes lo harían.


Evidentemente no es decisivo debatir cuál es el origen de la opresión de la mujer. En última instancia, la única importancia que tiene es demostrar que su opresión no deviene solamente de su explotación como mujer trabajadora, sino que su situación como mujer trabajadora deviene de su situación como grupo oprimido. Y que no fue oprimida para ser mejor explotada. Era oprimida ya y el capitalismo utilizó esa opresión para que le rindiera más frutos. Y sobre todo, que al contrario de lo que decía Marx, el trabajo asalariado no la liberaría.


h) No es posible negar que la mujer, al incorporarse al trabajo en la primera época del capitalismo, dio un verdadero paso adelante en su liberación. Sin embargo, su opresión milenaria se expresa en que no sólo es explotada como grupo oprimido, abonándosele menor salario, imponiéndole peores condiciones de trabajo, sino que la mujer continúa en su casa realizando la doble jornada, es decir, continúa en su casa siendo la explotada del explotado, la esclava del esclavo, como decía Engels. Y ello nos debe hacer reflexionar, en cuanto a la lucha de los sexos, que no empieza y no termina con el capitalismo.


Al contrario, al separar el lugar público del privado (no olvidemos que en la época del artesanado anterior al desarrollo del capitalismo industrial, se mezclaba el lugar del trabajo con el hogar), la mujer que no trabaja es confinada a la esfera privada y separada de los lugares de decisión, y la mujer trabajadora lleva consigo esa concepción, que prevalecía en la sociedad, de ciudadana de segunda categoría. Basta ver las leyes para verificarlo; muy tardíamente a su intervención en el trabajo, la mujer obtiene el derecho civil de decidir sobre su salario y sus bienes. Y a pesar del llamado “sufragio universal”, pareciera que la mujer no formaba parte del universo, porque recién en los ’40 y ’50, en los países más avanzados obtiene su derecho a voto. Y ello, a pesar de la heroica lucha de las sufragistas, que comienzan en el siglo pasado a exigir este derecho.


i) Es indudable que un gran aporte teórico a esta movilización de las mujeres de los años ’60 fue el libro de Simone de Beavoir, “El Segundo Sexo”. Hay una relación dialéctica entre la salida de este libro y el movimiento autónomo de mujeres. Y este libro, de una filosofía no marxista, sino existencialista, fue un gran aporte, y ninguna o ningún marxista que se precie de tal puede ignorarlo. Es un estudio de la situación de la mujer como segundo sexo en la historia, en las ciencias, en la filosofía.


Porque es cierto, en la historia, en el lenguaje, en el arte, en las ciencias, la mujer es desvalorizada, cuando no ignorada, todo está impregnado por la desigualdad de sexos y a favor del sexo masculino, la mujer es como si estuviera desaparecida en la historia. Sin embargo, siendo más de la mitad de la población del mundo, es imposible concebir ninguna transformación profunda en la historia, ninguna revolución, sin su participación activa. No son algunas heroínas aisladas que mencionan los libros, es la participación activa en todos los procesos.


Sin embargo, para la conquista de sus derechos y de su igualdad, fue necesaria la movilización de las mujeres organizadas como tales.


 


Buenos Aires, 5 de diciembre de 1993.