Tanques en la calle y paraguas abiertos en Río de Janeiro

Erico Valadares

-Exclusivo de internet

Llaman poderosamente la atención las últimas imágenes de los sucesos en Río de Janeiro, imágenes en las que se puede "apreciar" ("observar", para algunos; "valorar", para otros: en este caso, ambas acepciones de la palabra son válidas, como veremos más adelante) el accionar de militares equipados como para la guerra, desfilando con tanques y ametralladoras de grueso calibre por las calles. Llama la atención, eso sí, el despliegue de tales recursos por parte del Estado nacional y del poder local para combatir el enemigo declarado de la hora: bandas domésticas de narcotraficantes. Los tiroteos que se están produciendo también son como en la guerra, aunque aquí los contrincantes son conciudadanos entre sí. ¿Guerra civil? No vale la pena discutirlo ahora, pues ya la historia se encargará de darle la clasificación que corresponda, o la que mejor le convenga al que le toque escribir la historia.

Tampoco sirve discutir los antecedentes de esta conmoción en los "morros" o "favelas" -equivalentes a las "villas miseria" en Argentina o a los "cantegriles" de Uruguay. Se dice que los narcotraficantes "se han salido del control" y que por ello ahora es necesario atacarlos y traerles nada menos que el mismo Apocalipsis. Pero es que cuando un determinado poder estatal permite la existencia de otros poderes paralelos dentro del territorio que custodia, siempre y cuando estén "bajo control" -vaya uno a saber la definición de "control" allí existente- es porque ese poder ya se encuentra en avanzado estado de descomposición. La degeneración de los valores intrínsecos al Estado burgués, o "de derecho", demuestra la caducidad de régimen que lo sostiene. Ya nadie les cree ni la hora, hacen agua, y ciertos sectores de la sociedad están empezando a darse cuenta de ello: se están saliendo del control.

Aparte de estos síntomas de decadencia, hay algo que llama aún más la atención que esas imágenes impactantes de unos milicos entre la población civil, y es precisamente la opinión general que se ha formado acerca de esta situación, expresada en los foros de los grandes diarios y en las redes sociales que pululan en Internet. Es de lo más sencillo sospechar que, en un país que padeció las miserias de una dictadura militar en tiempos para nada lejanos, sería de esperarse que el común de la gente rechace con vehemencia la presencia de militares y su injerencia en asuntos netamente civiles. ¿No se supone que una sociedad así, una sociedad que supo de censuras, de secuestros, de torturas y que también tuvo exiliados y hasta desaparecidos, verá siempre con poca simpatía el despliegue de fuerza bélica por calles, quizá presagiando el pretexto para la llegada de un nuevo golpe militar? Sí, y sería lógico que así fuera. Pero no en el Estado burgués de Brasil: allí, también como una muestra de la depravación en las relaciones sociales causada por el capitalismo, el pueblo en su mayoría aprueba, apoya y aplaude el accionar del ejército en las favelas; pide a gritos la mano dura y muchos, revelando espantosas pasiones reaccionarias hasta ahora ocultas, exigen el "exterminio" de los delincuentes refugiados en las villas, aun a sabiendas de que tal cosa no se puede realizar sin, asimismo, "exterminar" a cientos, quizá miles de obreros que, lejos de tener cualquier relación con el delito, viven atosigados por su proceder, tratando de salir a flote en condiciones casi imposibles.

"¡Serán daños colaterales!", vocifera el pequeño burgués, pero también lo hace el proletario reaccionario y sin consciencia de clase. O, como sabría decir Mirtha Legrand en una situación así: "[...] porque ahí se tiene que producir un aniquila-miento". Todos gritan y festejan la intervención de los militares en la cuestión. Nadie calcula los riesgos. ¿Es que no hemos aprendido nada de la historia del continente? Seguiremos llenando la plaza para vivar al general de turno y su guerra imposible, mientras los secuaces del poder estatal nos exterminan a gusto. Hoy, con la excusa de eliminar a unos narcotraficantes villeros y a alguno que otro pobre obrero, qué mala suerte. Mañana, ya encumbrados por un pueblo torpe que los aplaude, directamente para exterminar a "los subversivos; después a otros grupos armados de izquierda; después a los cómplices; luego, a sus simpatizantes; y, por último, a los indiferentes y a los tibios". ¿Nadie ve el peligro de un despliegue militar en el medio urbano?

Parece que alguien sí lo ve. Es que mientras tanto, en la IV Cumbre de la Unión de las Naciones Sudamericanas (Unasur), que se está realizando por estos días en la remota Guyana, los mandatarios allí reunidos ya se adelantaron a los hechos y aprobaron el borrador de un dispositivo para sortear futuros golpes de Estado en los países de la región. Tal mecanismo (la "cláusula democrática", una verdadera perla del eufemismo burgués) revestiría al bloque continental de autoridad suficiente para aplicar sanciones a los países que sufrieran golpes militares, tales como cierre de fronteras, suspensión de todo comercio y del tráfico aéreo, corte en el suministro de víveres a las poblaciones afectadas, etcétera. No es una broma, aunque pudo serlo.

Si a nuestros mandatarios se les ha ocurrido semejante idea amén de lo acontecido en Honduras y Ecuador, en tiempos recientes, o si el popular Lula ya está "abriendo el paraguas" mientras los militares ocupan las calles de Río de Janeiro, lo sabremos pronto. Lo cierto es que ellos también se dieron cuenta de que están sosteniendo un sistema cuyas contradicciones democráticas, pero burguesas, son ya demasiado evidentes como para que se puedan ocultar con un pase de manos. Y se abren nomás, los paraguas en Sudamérica.