Cultura y Sociedad
24/3/2004|843
Arte, ilusiones y política en Argentina
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En el No 837 escribí: “El consumo de arte no impulsa la participación política de las grandes masas (…) El arte, que pertenece al reino de lo simbólico, funciona en las masas como el extremo de un sube-y-baja; en el otro extremo se halla la acción política independiente y resuelta, que pertenece al reino de lo real”.
Economía y luchas sociales “causan” política y “causan” arte; pero política y arte no se condicionan porque son “competitivos”. No es cierto, como opina un tal “Guachín” en el N° 839, que “necesitamos” (en luchas políticas) de grupos que “en algunos momentos expresen su solidaridad musical, como La Renga, La Bersuit, Las Manos”. La acción política no necesita de esta gente, ni de otros “que directamente tocan en los piquetes” –como Santa Revuelta–, porque lo real no “necesita” de lo simbólico, sino al revés. No han estado en piquetes las “grandes” bandas que adora Guachín –hablo de aguantes en rutas, no actos con gran sonido–; si las bandas “bajan del cielo” a futuros piquetes será por reposicionamiento: los necesitarán para reciclarse.
Lo que piquetes y luchas necesitan son piqueteros y luchadores. Los artistas vamos a piquetes como cualquiera, para sumar; si se ejerce el oficio, mejor. El artista que falta a luchas piqueteras mientras hace negocios –a veces bajo el afiche de “arte piquetero”– y se solidariza “en algunos momentos”, no aporta gran cosa; justificarlo llevaría a que Kosteki fue boludo.
Guachín cree que los “Redondos” fueron una banda “que mantiene la dignidad de no sucumbir ante las productoras. Aún así (…) deben igualmente comercializar a precios de mercado sus productos (…) Al igual que con la cumbia villera, el tema de los festivales (…) es el placer de escuchar a la banda y que de seguro hay una quiebra del orden establecido en el régimen de entradas y un posible enfrentamiento masivo con la policía de cualquier provincia; una señal de clara rebelión juvenil, con los límites que tenga”.
Los Redondos no “sucumbieron”, establecieron su productora y fijaron el precio de los cd’s por encima del mercado (productor y no la red distribuidora lo deciden). El agite en recitales se debía a que mientras el precio de entrada era elevado, los eventos se rodeaban de falsa conciencia “antisistema”. Boletería mostraba los dientes mientras un sector del público intentaba entrar por la fuerza después de los que pagaron: estaba convenido. Si los disturbios crecían, para eso la policía cobraba de la productora redondera buenos adicionales.
¿“Rebelión juvenil”? No jodamos. La confusión no reside en lo empresario de los Redondos sino en la mística “rebelde” que masas juveniles hacían de sus recitales y –otra vez sube y baja– las eximía de participar en luchas reales. Los Redondos ajustaban su comportamiento a lo que se llama curva de demanda para el monopolista, porque un artista de renombre constituye un monopolio. Bersuit, La Renga y Las Manos también ajustan así. La distancia entre ese comportamiento e ilusiones del público corre por cuenta del último. Y si Bersuit y La Renga apoyaron a Kirchner es porque les vale presencia en medios –transformada en guita por Sadaic–. A Las Manos que, al menos en letras, adhieren a luchas, las borraron de lo poco que tenían en medios. Juntar Redondos, cumbia villera, agites, piquetes… Guachín recuerda a los niños fantaseando que, de grandes, convivirán en casa con papá, mamá, cónyugue, amiguitos y el loro. Pero crecer es evaluar qué ha perdido uno realmente.
Guachín escribe: “La cuestión (de la) cumbia villera, es si sólo juzgamos las letras de estos grupos y su producción capitalista como adormecedores de la conciencia (…) o estamos en presencia de algún fenómeno que excede a sus mismos actores y a la cumbia villera”. El único fenómeno que excede a sus actores es la transustanciación, cuando la ostia se convierte en carne de Cristo. La villera no adormece porque todo el arte no adormece ni despierta conciencia: cuando consume arte, el público ya tiene su conciencia dormida o despertada.
Dejemos lo político y vamos a lo artístico. El arte “pinta” estilizaciones de la “realidad”. En su historia hay movimientos, y a tres importantes se los puede llamar, generalizando, romanticismo, realismo y naturalismo. La cumbia tradicional es melodrama, mutación degradada del romanticismo, que exalta al individuo y al amor.
La realidad corroe la pintura romántica –al original lo destruyeron los horrores de la revolución industrial inglesa– y aparecen realismo y naturalismo. Enfrentando al romanticismo, el realismo construye un modelo a escala que funciona como la sociedad, aunque no pretende ser la sociedad. En realismo aparecen, además de temas de la vida personal que tocaba el romanticismo, la multiplicidad social, luchas, guerras y revoluciones.
El naturalismo toma fragmentos de “realidad cruda” –mendigos, borrachos, prostitutas, delincuentes, drogadictos–, los pone en papel o escenario y proclama: “Esto es la sociedad”. Efectista, elude de su pintura a la clase obrera, sobre todo en su organización y participación política. El trasfondo social suele ser estático. En estas generalizaciones, el “realismo socialista” soviético fue un naturalismo inverso, de color rosa.
Según Guachín la cumbia villera “para sociólogos sólo merece desprecio (…) Aníbal abreva en fuentes similares, señalando que para ellos no existen las luchas, el piquete ni las huelgas, sino que son una alegoría a los drogones, borrachos y chorros”. Yo escribí: “La cumbia villera es variante naturalista: presenta una visión parcial –por tanto ‘falsa conciencia’ de la sociedad–; en su mundo existen –y se apologiza a– ladrones, drogadictos, borrachos, etc.; no aparecen huelga, sindicato, partidos, ni siquiera la clase obrera”. Es análisis artístico y no condena moral. No sé qué “sociólogos” conozca Guachín; uno “abreva” en su cerebro y autores que lee, muy diversos. Y justiprecia la cumbia villera primero artísticamente, como de mala calidad y un plomazo. Luego políticamente, como espejo que sostienen los medios de comunicación. Hay géneros más poderosos, tan cargados de pueblo como de artistas habilidosos; por ejemplo el chamamé, parte del vasto folclore “gaúcho” que abarca también el sur brasileño y parte de Uruguay.
Dejemos arte y volvamos a lo político. Guachín escribe: “La acusación de machistas reaccionarios a los de cumbia villera por el autor de ‘No hay mujeres feas’ (…) y otras letras no feministas suena a exageración. No va a lograr que haya un ajuste de cuentas de las mujeres con los grupos que, sábado a sábado, van a ver sus propios hijos”. Yo escribí: “Una inversión visible en el tránsito cumbia tradicional a villera es el lugar de la mujer. La primera le daba un tratamiento privilegiado (…) La villera, en cambio, pinta a las mujeres jóvenes como prostitutas y/o ninfómanas. (…) Con el desarrollo del movimiento piquetero, sus mujeres pondrán en caja la basura que la cumbia villera predica de las mujeres en general por barrios y villas”. Guachín lee mal y cita peor. No escribí de machismos, progres o reaccionarios. Señalé la inversión del tema mujer de la cumbia a la villera, (¡pasar de “Nancy, vive diciendo mi corazón” a “Andrea, chupame la pija, qué puta que sos”!). ¿Verlo a uno “machista” o “antifeminista”? Es el “síndrome de Fausto”, cuando un gaucho confundió al actor que hacía de diablo con el Diablo real. Una visión menos superficial vería en mis canciones grotescos de la vida masculina con respecto de las mujeres: grotescos “feministas” porque los ridiculizados son los hombres; pero sería también errónea. Pasada la enorme rompiente de desigualdades sociales, para internarse en el mar de las relaciones masculino-femenino hay que abandonar machismo-feminismo como crítica de costumbres y entrar en psicoanálisis e historia.
No “ajuste de cuentas” de mujeres en general con grupos de cumbia villera. Mujeres en general incluye a las de la burguesía y clases medias. A la burguesía –mujeres incluidas– interesa mantener la cumbia villera para sostener que lo típico en villas son los “pibes chorros”. Y como la clase media entró en otra nube de boludez, las piqueteras son indicadas para “poner en caja la basura que la cumbia villera predica de las mujeres en general”. En un piquete una cocinera amenazó con el cucharón a un muchacho que cantaba a su hija: “Andrea chupame la pija…”. Se hizo valer como mujer y madre, ojalá todas sigan su ejemplo.
Si se desarrollara una ola revolucionaria, la cumbia villera sería barrida por el “estado mental” de las masas en lucha; y por necesidad de autodisciplina de sus organizaciones –prolongación de la actual prohibición de alcohol en piquetes–. También resultaría dañada, más tarde y por otras razones, la “cultura rockera”: es observación común la tendencia actual a la “fractura” en sociedad y cultura, y las “tribus” rockeras son ejemplo; cada “tribu” hace rancho aparte creyéndose superior a las demás, y todas se consideran mejores que el resto de la sociedad y la participación en política.
Pero las luchas tienden a la unificación. Entrevistado Trotsky a principios de los ‘20 por artistas que buscaban máximo apoyo a vanguardismos, respondió que el gobierno bolchevique se esforzaba más por integrar culturas nacionales. Esto resultaba de la lucha por mantener dentro de la URSS a naciones antes oprimidas por el zarismo, a la vez que se les reconocía la autodeterminación –lideradas por sus burguesías, algunas se habían separado, lo que originó guerras civiles locales–. Aquí las tendencias centrífugas no serían tan fuertes, pero políticas integradoras y de soberanía están en el corazón de toda revolución en países oprimidos. Los expropiados grandes medios de comunicación se poblarían de humildes chamameceros, cumbieros, tangueros y folkloristas de todas las provincias; y el rock –cuyo centro son las FM de Grinbank y Haddad– disminuiría su peso específico.
Mi consejo al que defiende la cumbia villera, el rock o cualquiera de los poderes constituidos es: haga sus apologías ignorando a Santa Revuelta, que tan insignificantemente les hace frente. Ellos tienen mucho, nosotros somos bailanteros de piquete, sin guita ni buen trabajo, y gobierno y medios nos cierran puertas; y no tenemos aprecio por esa gente ni sus defensores. Si pese a lo dicho desea discutir como Guachín, a lo versero, no se pierda en sutilezas y polemice sólo contra el siguiente párrafo, nada arte y todo política, con el que hemos generado buenas discusiones en algunos de los más grandes piquetes del país: “Santa Revuelta cree, contra el sentimiento de la mayoría, que la cumbia villera es un montón de mentiras. ¿Por qué? Porque en los años que llevamos tocando en los piquetes, Neuquén, Mosconi, Tartagal, Matanza, en los asentamientos del conurbano, asambleas vecinales, huelgas y fábricas tomadas, hemos visto decenas de miles de compañeras y compañeros villeros saliendo a la lucha no para robar de caño, no para aspirarse la bolsa ni el pegamento, no para cogerse a ‘las putitas’ de la villa, sino para conquistar el trabajo, subir los salarios y la jubilación, y levantar la educación y la salud. Y en todos estos años nunca vimos que los conjuntos de cumbia, ni de cumbia villera, asomaran una sola vez sus hocicos por el piquete”. Si gente como Guachín quiere, argumenten contra esto todo lo que les venga en gana