La clonación y la cosificación

En Inglaterra, acaba de concretarse la primera au­torización oficial para la producción de “clones” con fines terapéuticos. Los embriones crea­dos por clonación serán utilizados para obtener, en las dos primeras semanas de su desarrollo, lo que se denomina “células madre”, or­ganismos que pueden producir tejidos y materiales para la vida en pacientes que los necesiten. Para estos clones se utilizaría el material genético de los propios pacientes, para garantizar que no haya rechazos con el eventual transplante. El equipo que fue autorizado a trabajar en este campo, de la Universidad de Newcastle, pretende crear así células productoras de insulina para enfermos diabéticos. La in­vestigación podría derivar en nuevas terapias para la curación del Parkinson y el Alzheimer, aunque la viabilidad práctica de los tratamientos demoraría to­davía varios años.


Política y negocios


El Vaticano reaccionó inmedia­tamente “condenando sin equívo­cos toda forma de clonación”, al igual que diversos grupos “antia­bortistas”, que protestaron “enfu­recidos”.


El asunto se transformó tam­bién en parte de la campaña presi­dencial norteamericana cuando el hijo del ex presidente republicano Ronald Reagan denunció a Bush por prohibir la investigación con células madre. El gobierno reaccio­nó señalando que tal prohibición no afecta a las instituciones priva­das y que inclusive otorgó subsi­dios importantes a investigadores en la materia. De este modo, como dice un comentarista del Wall Stre­et Journal, la clonación se convir­tió en una cuestión económica y fis­cal. No sólo esto, porque al dar vía libre a la investigación con células madre, “los laboratorios británicos tendrían una gran ventaja sobre EE.UU. y el resto de Europa” (El País, 12/8).


Como hay acuerdos internacio­nales que prohíben la clonación tanto para tareas de investigación como de reproducción humana, se discute ahora si excluyen a la clo­nación terapéutica, autorizada en Inglaterra desde 2001, y para los embriones que tengan una evolu­ción mayor a los 14 días. En oposi­ción a la posición clerical, según uno de los cánones en la materia, hasta dos semanas después de su creación el huevo humano no pue­de ser considerado una “persona”.


Investigación y mercado


La confusión entre la investi­gación científica y los negocios distorsiona completamente los debates. Algunos especialistas cuestionan la pertinencia de las investigaciones con las células madre provenientes de embriones clonados y plantean que su ob­tención de organismos adultos se­ría más provechosa para la for­mulación de las respectivas tera­pias. Como están en juego fondos gigantescos, es difícil orientarse en la cuestión y evitar que los científicos exageren las bondades de su tarea. En particular cuando la mayoría de ellos están asocia­dos a intereses capitalistas vincu­lados a la investigación (compañí­as de biotecnología, provisión de costosos insumos para los labora­torios, beneficios del patenta- miento, subsidios públicos).


“La ciencia se ha transforma­do en una inversión de las em­presas... compite con otras for­mas de invertir capital... y su for­ma más extrema son las socieda­des de consultoría científica, cuyo único producto es el informe cien­tífico... Aquí es muy obvio que la prueba de calidad del informe es la satisfacción del cliente y no la evaluación de los pares... Una vez que el informe científico se transformó en una mercancía está su­jeto a dos características del mun­do de los negocios: la diligencia puede ser asaltada y la cerveza puede ser aguada, es decir que la mercadería científica puede ser robada o adulterada... Algo de es­to ya sucedía en el pasado, pero ahora tiene una base económica racional, por lo que es de esperar que aumenten” (The dialectical biologist, de Richard Levins y Richard Lewontin, Harvard Univer­sity Press, 1985).


Clones y mitos


En el caso de la “clonación” se agrega un componente ideológico. Uno de los mitos más difundidos se vincula con la alarma injustificada por la posibilidad de replicar seres vivos, algo que, sin embargo, suce­de naturalmente desde tiempos in­memoriales. De cada 400 nacimientos, uno corresponde a geme­los idénticos, que son más seme­jantes aún que los clonados.


Detrás de la confusión generalizada sobre este punto, se encuentra la falacia de considerar que los genes hacen al organismo y que por lo tanto, duplicando la estruc­tura genética tendríamos un individuo igual. Pero todo ser vivo es resultado de la interacción de su herencia biológica con el medio am­biente, lo que implica cambios en la propia significación de los genes. Por ejemplo, aunque fuese posible clonar un humano con prestigiosas calificaciones genético-musicales (naturalmente, un ejemplo ficticio) el resultado podría ser un ser inep­to para distinguir una nota musi­cal de otra.


En cualquier caso, la cuestión de la clonación es un problema es­trictamente técnico si se consideran los problemas todavía exis­tentes para su desarrollo (límite de vida de organismos clonados, ulterioridades todavía no experi­mentadas). Los planteos morales y “bioéticos” no tienen aquí nada que hacer. Como también lo des­tacaron Lewontin y Levins en su libro, la crítica “ética” a la clonación por el riesgo que implica de “objetivación” de las personas; que podrían ser manipuladas co­mo cosas, olvida que tal “objeti­vación” no es el resultado de las posibilidades de la ingeniería genética sino que es propia... de las relaciones sociales capitalistas, En el capitalismo importa la per­sona como cosa, o sea que pueda producir beneficio para el capital y, fuera de esto, como todos sabe­mos, los seres humanos pueden ser condenados a la más misera­ble condición de existencia. El problema, claro, no son los clones sino la explotación capitalista de la vida.