¿Masoquismo de los pueblos?

En La Nación del 13 de octubre de 2002 se publicaron las partes principales del discurso del escritor argentino Marcos Aguinis en la Universidad de Tel Aviv, al recibir un doctorado honoris causa. Aguinis analiza el conflicto de Medio Oriente en función de las diferentes actitudes que habrían asumido los pueblos judío y palestino desde una posición común de víctima.


Como es frecuente en los intelectuales argentinos, su análisis hace uso de la amplia difusión que tienen en la cultura de nuestro país las referencias o nociones de raigambre psicoanalítica. Concretamente, el artículo comienza diciendo que “para ser más comprensible sugiero analizar primero a la víctima desde lo individual”.


Para Aguinis, el rencor nace de agravios reales, pero el problema surge cuando la víctima no puede desprenderse de ese rencor y se asume como una “víctima privilegiada” a la que “le asiste el derecho de aplicar venganzas sin límites (…) De ‘objeto humillado’ anhela ascender a ‘sujeto atormentador’. Y aquí llegamos al punto más crítico, porque anhela lo imposible: que el presente se transforme en el tiempo previo a la ofensa”.


Con estas categorías Aguinis pasa a hacer sus comparaciones:


  • Los palestinos preferirían mantenerse en una posición “rencorosa” y “resentida” y por eso “sueñan con cambiar el pasado y volver a los tiempos supuestamente idílicos en los que no había israelíes (…) En lugar de construir su Estado propio, anhelan destruir el que ya existe y quedarse con lo que tiene”.

  • Los judíos, en cambio, “no revelan inclinación por la venganza (…) En lugar de venganza su energía marchaba hacia la reparación (…) Son víctimas, se quejan, pero no aguardan que otros les regalen el progreso. Han aprendido a arreglárselas en soledad y en desamparo. Sus protestas son superadas por las propuestas”.


Primeramente, esta descripción es absolutamente arbitraria. Para el caso, por ejemplo, podríamos fácilmente invertir totalmente los términos y, con el mismo método de razonamiento, pretender demostrar que son los judíos quienes han pasado de “objeto humillado” (holocausto) a “sujeto atormentador” (opresión del Estado de Israel sobre el pueblo palestino), o quienes “sueñan con cambiar el pasado y volver a los tiempos supuestamente idílicos en los que no había … palestinos” (las cursivas reemplazan la palabra “israelíes” en la cita original de Aguinis) (Ver Arlene Clemesha, PO N° 779).


En segundo lugar, esta descripción abona el viejo prejuicio racista de alguna “esencia” como fundamento de las características diferenciales de cada pueblo: los judíos “son” de cierta manera, y los palestinos “son” de otra manera.


Finalmente, pero no menos importante, la traslación directa de categorías y relaciones de la psicología individual al análisis sociológico es una operación más que cuestionable. El problema del goce en una posición de víctima es seguramente el pan de todos los días de la práctica de un psicoanalista. Pero derivar de nociones psicoanalíticas como el inconciente o el goce, ideas de un goce o inconciente colectivo, es un salto mortal en el que nunca nadie cae bien parado. No voy a rechazar a priori la posibilidad de pensar el problema, ya que hay muchos fenómenos sociales de extrema crueldad cuyo análisis difícilmente podría agotarse en sólo una intencionalidad política fundada en intereses económicos (del mismo modo en que sería un absurdo, en cualquier análisis sociológico, pretender omitir la dimensión de esas intencionalidades), pero es importante percibir el carácter profundamente reaccionario de los planteos que, como el que hace Marcos Aguinis, reconducen la posición de los oprimidos y explotados a un secreto y misterioso goce masoquista compartido por multitudes.


Hasta la Revolución Rusa, el socialismo se había pensado como la culminación de un período de progreso. La gente que vivía en un período de progreso era optimista. Eran optimistas los capitalistas, los obreros, los socialistas, los liberales, todos eran optimistas. Unos iban a perder, otros iban a ganar, pero todos eran optimistas.


Ahora, en un período de catástrofe, todo el mundo es pesimista.

El problema no es menor, y escapa al alcance de esta nota. Quizá sirva como reflexión provisoria el consejo de Gramsci de ser pesimista en las razones, pero optimista en las acciones.