Cultura

9/6/2021

126 años de música electrónica

Breve historia de las máquinas sonoras y los intérpretes que cambiaron la creación -y la escucha- musical para siempre.

Música y técnica en sonido. @minicomponente_

Para empezar a delinear esta historia vamos a tomar como música electrónica a aquella que se produce utilizando tecnología sonora analógica y/o digital, y en la cual el elemento mismo es una clave fundamental de la estética de la obra. Si el sonido como fenómeno acústico no es más que una serie de oscilaciones en el aire producidas muy rápidamente (la frecuencia), al trasladar este concepto al de la electrónica nos encontramos con los mismos parámetros que relacionan a la altura con el tiempo: la frecuencia es la altura del sonido (medida en hertz), la amplitud es el mal llamado volumen (medido en decibeles o dB). Si a un circuito donde se producen estas oscilaciones le conectamos un amplificador, las vamos a oír como sonido.

Es importante notar que los humanos no oímos todas las frecuencias del espectro, sino únicamente las que están entre los 20 y los 20.000 hertz. Las frecuencias por debajo y por encima de estos límites (llamadas subsónicas y ultrasónicas respectivamente), si bien no se oyen, son percibidas por nuestros cuerpos en un fenómeno mixto que, de forma apasionante, se sitúa en el límite entre lo auditivo y lo táctil. Así, las frecuencias sub graves pueden experimentarse como vibraciones en el pecho, mientras que las muy agudas, luego de una exposición prolongada, pueden producir jaquecas, migrañas y sordera temporal.

Música telefónica

Las efemérides de la historia sitúan a la piedra fundacional de la música electrónica en Iowa, Estados Unidos, en 1895. Fue cuando Thaddeus Cahill inventó el Telharmonium: un aparato colosal que utilizaba dínamos e inductores para producir corrientes alternas que, a su vez, generaban frecuencias dentro del espectro audible de entre 40 y 4000 hertz. Como el único “amplificador” conocido en la época era el teléfono, la música se escuchaba a través del receptor. Sin embargo, ya antes de eso había sido patentado el fonógrafo, el primer dispositivo ampliamente difundido para grabar ondas sonoras.

Entre 1915 y 1930 los inventos se basaron en el tubo de vacío: una válvula que permitía generar y amplificar señales eléctricas. Así nacieron el Theremin (1917), las Ondas Martenot (1928), el Sphäraphon (1921), y el Pianorad (1926).

Antenas

El Theremin fue creado por Lev Sergeivitch, conocido como Theremin, en 1917 ya bajo el gobierno soviético. Consistía en una caja de madera con dos antenas metálicas, una vertical controlaba el tono y otra horizontal la sonoridad (conocida comúnmente como ‘volumen’). Lo curioso es que el intérprete no tocaba las antenas directamente, sino que movía sus manos en torno a ellas, generando un ‘campo de fuerza’ que provocaba oscilaciones. Además, su timbre tan particular lo acercaba al sonido de un violín o de una voz humana de registro soprano.

Requería mucha destreza, porque al moverse demás era muy fácil desafinar. Una suerte de estar estático y relajado al mismo tiempo.

Para 1922 el nuevo instrumento había avanzado tanto que Lenin convocó a Theremin a una audiencia para que le mostrara su funcionamiento, luego de lo cual se mandaron a construir 600 unidades y Theremin emprendió una gira mundial para difundir su invento, patrocinada por el gobierno obrero.

Theremin se exilió en Estados Unidos en la década del 30′, cuando el estalinismo tomó las riendas del Estado obrero y comenzó su sendero de burocratización. Posteriormente, fue secuestrado por la KGB a órdenes de Stalin, en 1938, y llevado a un campo de concentración en Siberia, donde se lo sometió a trabajo esclavo de ingeniería. Como “recompensa” se le permitió, años después, trabajar dando clases en el Conservatorio de Moscú. Falleció en 1993, a los 97 años.

Por su vasta repercusión, por todos los intérpretes que desarrollaron un verdadero arte en torno a su ejecución (Clara Rockmore, Alexandra Stepanoff, Lucie Bigelow Rosen, Samuel Hoffman, Lydia Kavina, Katica Illenyi, etc.) y porque a partir de él nacieron nuevos géneros de música como respuesta a la tecnología, es que el Theremin es considerado el primer instrumento de música electrónica.

Desde la academia a lo popular

Entre las décadas de 1940 y 1960 vieron su auge las obras basadas en manipulación de cintas magnéticas y experimentación con osciladores. En primera instancia se trataba de compositores provenientes de la academia, como el gran Karlheinz Stockhausen con su Elektronische Suite II de 1954. Stockhausen sería, además, profesor de músicos que en años posteriores harían notables aportes a la música electrónica, como La Monte Young, Jean-Michel Jarre y Holger Czukay.

Estas experiencias tienen su antecedente en la música concreta (musique concréte) creada por el pionero compositor Pierre Schaeffer en los estudios de la radio francesa alrededor de 1930. Esta música se basaba en registrar sonidos diversos en soporte magnético, para después manipularlos y componer obras que resultaban muy diferentes de la música tonal. Antes que eso, también el controversial Manifiesto Futurista de Luigi Russolo exaltaba una música del ruido, hecha con máquinas.

Más adelante, en los estudios de la BBC de Londres, dos experimentadoras empezaron a tomar relevancia a partir del trabajo con foleys y efectos especiales: Delia Derbyshire y Daphne Oram. Este momento bisagra fue el nexo entre las técnicas de manipulación sonora provenientes de la academia y la música popular. Mientras, en Estados Unidos, dos creadores tomaban relevancia en el mundo de la síntesis sonora: en la costa Este, Bob Moog cambió la historia de la música popular produciendo la génesis básica de un sintetizador de sustracción y añadiendo el teclado para que los distintos voltajes estuvieran afinados a notas. En la costa Oeste, Don Buchla inventó conceptos definitivos del sintetizador modular, como el secuenciador por pasos, explorando de forma notable las posibilidades estéticas de los sonidos netamente electrónicos y produciendo instrumentos que ampliarían el espectro creativo de los compositores más avant-garde.

El hombre máquina

En Alemania en 1970 nació Kraftwerk, el dúo formado por Ralf Hütter y Florian Schneider, a quienes se considera los padres de la música electrónica popular moderna y de muchos de sus géneros más conocidos, como el house, el dance y el ítalo disco. Sus composiciones se destacaron al proponer melodías sencillas y pegadizas sobre bases repetitivas. También ellos mismos jugaban con una estética escénica de bots a través del vestuario, el maquillaje y las letras, con una exaltación de la máquina muy influenciada por la visión futurista del arte, cantadas tanto en alemán como en inglés, francés, ruso y español.

Para ellos su música era Industrielle Volksmusik, es decir, ‘música folk industrial’. Saltaron a la notoriedad mundial con el legendario disco Autobahn (1974) y siguieron siendo figuras destacadas a lo largo de las décadas siguientes, hasta la muerte de Florian Schneider el año pasado. En paralelo a Kraftwerk, el compositor francés Jean-Michel Jarre desarrolló una obra que es considerada, también, como fundamento de la música electrónica popular, a través de álbumes pioneros como Oxygene (1976) y el posterior Equinoxe (1978).

La influencia de Jarre y de Kraftwerk es innegable: Cabaret Voltaire, Human League, Gary Numan, Depeche Mode, The Pet Shop Boys, Daft Punk, Aphex Twin, entre otros, tienen mucho por agradecerle a los pioneros. En Argentina, en tanto, el disco de los visionarios Cutaia y Melero Orquesta (1985) es considerado el germen de la música electrónica popular nacional, una joya de la década en la que a bandas electrónicas como Los Encargados se les tiraba con frutas en los festivales de rock.

La figura de Daniel Melero es, al día de hoy, fundamental en la historia de la electrónica nacional. Su influencia, ya sea directa o indirecta, se siente en bandas como Soda Stereo, Virus, Los Abuelos de la Nada, Babasónicos y largo etc. Un verdadero pionero al que hoy tenemos cantando y compartiendo su rica concepción de una estética de la canción en la cual los elementos del sonido (la frecuencia, la amplitud) se transforman en una seña fundamental.