Cultura

8/10/2025

"31 Minutos" en el Tiny Desk: la infancia como resistencia cultural desde el sur

El grupo de títeres chileno irrumpió en el festival con un espectáculo tan hilarante como político

El número de "31 Minutos" incluyó críticas a la política migratoria de Trump

Cuando 31 Minutos anunció su participación en el festival Tiny Desk muchos creyeron que sería un acto nostálgico. Pero lo que vimos fue otra cosa: una intervención política latinoamericana en el corazón del mainstream cultural. En el marco del Mes de la Herencia Hispana, los títeres chilenos desplegaron su universo de ironía, memoria y sátira sin pedir permiso.

Tulio Triviño abre con una frase que condensa toda la tensión entre lo simbólico y lo real: “Esta es la primera vez en Washington D.C. de 31 Minutos, que es el tiempo en que expiran nuestras visas de trabajo”. Esa línea no es un chiste inocente: es una crítica directa a las políticas migratorias que atraviesan a millones de latinoamericanos. Más adelante, con “Objeción denegada”, la apuesta se vuelve más frontal: “Alza la mano si se te venció la Waiver, alza la mano si eres ilegal.” Humor, sí, pero también denuncia: en plena emisora de NPR.

Pero 31 Minutos no se contenta con la sátira directa: también compone homenajes y mezclas culturales. Un nuevo personaje —un cocodrilo vestido como agente migratorio— aparece como burla simbólica del aparato de control. Hay guiños a "Better Call Saul", apariciones del "Niño Poeta", referencias al “Chamaquito del buen abogao” y un tributo musical a Los Prisioneros, ícono del rock político chileno. La referencia no es casual: 31 Minutos nació en la posdictadura, en una televisión privatizada y vaciada de sentido, donde el humor fue la forma más eficaz de sobrevivir a la censura y a la derrota. Quedan lejos de ser alusiones superficiales: son una memoria colectiva activada, una genealogía de resistencia cultural al poder mediático.

Las canciones elegidas —“Equilibrio espiritual,” “Baila sin cesar”, “Mi muñeca me habló”— revelan la dimensión política de la infancia que 31 Minutos nunca dejó de explorar. Esa infancia no es inocente ni pasiva: está atravesada por mandatos estéticos, por el sentido del éxito, por el vacío del personaje mediático.

Verlos en el Tiny Desk —entre micrófonos, marionetas y humanos vestidos discretamente para “no robar foco”— es asistir a una escena que no reniega de lo local. 31 Minutos no adapta su humor global: lo subvierte. Convierte la oficina de NPR en un set de barrio, un espacio de juego político, un “noticiero de juguete” que habla de lo real.

En menos de 24 horas el video superó los tres millones de vistas, un hito que confirma que este acto no fue sólo de nicho, sino de público masivo latinoamericano. Desde Chile hacia el mundo, el mensaje se multiplica: la ternura también puede ser una forma de lucha. En tiempos de cinismo mediático y fronteras crecientes, 31 Minutos nos vuelve a enseñar que lo popular, lo absurdo y lo infantil no están reñidos con lo político. Al contrario: pueden ser sus formas más honestas y subversivas.

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