Cultura
27/5/2025
40 años de “I Don’t Want to Grow Up”: cuando el punk dijo no a la adultez capitalista
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Cuarenta años después, "I Don’t Want to Grow Up" resuena con una potencia renovada
En junio de 1985, los Descendents editaban I Don’t Want to Grow Up, un disco que, desde su título, proponía una negativa frontal a los mandatos de madurez que impone la sociedad capitalista. Pero esa negativa no se limita a una pose adolescente: es una crítica existencial, irónica, y por momentos trágica, al modelo de adultez que implica resignación, alienación laboral y conformismo. El rechazo a convertirse en el adulto funcional que demanda el sistema.
En la aceleración de sus canciones y en la vulnerabilidad de sus letras se condensa un grito contra el vaciamiento de lo sensible, lo lúdico, lo afectivo.
En ese sentido, no es menor que el disco haya salido en plena era Reagan, un momento en que los EE.UU. vivían una ofensiva marcada por la glorificación del individualismo, la familia tradicional y la moral conservadora. En este contexto la contracultura punk funcionaba como un termómetro de resistencia cultural a esa imposición ideológica.
Los Descendents, desde su lugar, buscaron canalizar la angustia de una juventud sin futuro en un sistema que ofrecía como única alternativa la integración a una vida vacía de sentido. “No quiero crecer” no es sólo una frase ingenua: es una consigna que, en ese contexto, se volvía profundamente política.
Musicalmente, el álbum es menos crudo que su antecesor Milo Goes to College (1982), pero mantiene la energía de la escena hardcore, con la voz nasal de Aukerman al frente, una base rítmica ajustada (con Karl Alvarez ya aportando su distintivo estilo al bajo) y una guitarra que sigue siendo filosa pero abre paso a frases melódicas y armonías simples pero memorables.
Este disco marca una transición clave del hardcore punk californiano hacia formas más melódicas y emocionales, anticipando lo que luego serían los géneros punk melódico o el llamado pop punk. Canciones como “Silly Girl”, “Good Good Things” o la que da nombre al disco son verdaderos manifiestos del rechazo a las normas del mundo adulto, sin cinismo, con una honestidad que desarma. En otras canciones como “Pervert” o “Rockstar”, hay ironía, crítica a los estereotipos de masculinidad, e incluso una burla a la figura del músico como estrella, siempre ajeno, siempre “cool”.
Este disco abrió el camino para bandas como NOFX, Lagwagon, y más adelante Blink-182 o The Get Up Kids, pero su verdadero valor está en haber trasladado la identidad punk al terreno íntimo y cotidiano.
Cuarenta años después, I Don’t Want to Grow Up resuena con una potencia renovada. En un mundo donde las juventudes enfrentan precarización laboral, crisis habitacional, colapso ambiental, hambres y guerras, el mandato de “crecer” sigue implicando asumir una vida sin horizonte, marcada por la competencia y la frustración. En ese escenario, la negativa que expresaban los Descendents no envejece: sigue siendo un grito vigente contra la opresión capitalista del día a día. Tal vez hoy, más que nunca, haga falta reivindicar la sensibilidad, el deseo de vivir de otra manera, organizados. Aunque sea en dos minutos y medio, a toda velocidad.
