Cultura

27/12/2021

40 años de “Mad Max 2”

Socialismo o barbarie.

Desde Jack Kerouac hasta Easy Riders y Thelma & Louise, las carreteras han sido la inspiración de expresiones artísticas tan disimiles como el escapismo bohemio de la literatura beatnik o la cultura de la opulencia consumista de posguerra de las road movies.

Entre rutas aparentemente interminables y espacios infinitamente abiertos, el automóvil (y las motocicletas) se convirtieron en una especie de símbolo de libertad, poder y estatus donde los personajes construyen su historia a través de la movilidad automotriz como símbolo de madurez e individualismo.

Pero hace 40 años atrás (y muy lejos de la afamada y trillada Ruta 66) el rugir de los motores de un solitario hombre no solo quebró el silencio desértico de los caminos del sureste australiano sino también el paradigma del cine propio. En su errante destino no había opulencia ni bohemia sino escapar y sobrevivir en un futuro apocalíptico pos nuclear poblado por salvajes hombres que, uniformados con cuero y accesorios “Bdsm”, se abrían paso como carroñeros de los restos de un mundo sumido en la barbarie.

Su nombre fue Max Rockatansky, más conocido como “Mad Max, el guerrero de la carretera”, película dirigida por George Miller y protagonizada por Mel Gibson, cuya segunda entrega de esta saga distópica fue estrenada en la navidad de 1981, transformándola así en el ícono de un estilo que sería repetido hasta el hartazgo y que definiría la estética de los 80´s: el ciberpunk.

Las segundas partes a veces son buenas

Según Miguel de Cervantes, “las segundas partes nunca son buenas” pero en “Mad Max 2” es todo lo contrario: con un presupuesto superior al primer film de 1979, en 95 minutos Miller nos entrega una obra maestra de pura acción y violencia con ciertos toques del cine pasional de Akira Kurosawa y el western directo de John Huston (con sus héroes solitarios encarnados por Humphrey Bogart, entre otros). No obstante, en los EE.UU. fue estrenada con el título de “The Road Warrior” ya que la primera entrega pasó sin pena ni gloria por los cines norteamericanos, mientras que las salas argentinas debieron esperar hasta junio de 1982 para su estreno.

Si bien las frenéticas escenas de persecución, el trabajo de vestuario, los efectos especiales repletos de escenas acrobáticas (casi todas filmadas en la primera toma) ubican al primer film del ´79 casi al nivel de una película de clase B en cuanto a producción y la calidad de actuación, el mismo continúa utilizando los mismos recursos propios del “cine de explotación”, aquel género propio de los 60´s y 70´s que agrupó a películas con temáticas como la violencia, el sexo, las drogas y los asesinatos desde una mirada morbosa, y que en los 90´s sería retomado con directores como Quentin Tarantino y Robert Rodríguez.

Ambientada en un hipotético año 1989, el mundo ha caído en la barbarie como consecuencia de una guerra nuclear entre las principales potencias mundiales (que bien parecen hacer referencia a la guerra fría). Max, que en el pasado buscaba imponer el orden como policía australiano de un sistema corrompido, ahora es un vagabundo sobreviviente que ronda las rutas en su oxidada patrulla de persecución, su único refugio tanto de los carroñeros que rondan los caminos como así de los recuerdos tormentosos de la pérdida de su familia en manos de una patota de motociclistas.

Aunque él también vive como carroñero más en la ruta, su humanidad de alguna manera persiste a través del afecto hacia su compañero de ruta, un perro, e irá resurgiendo de a poco al encontrarse con una colonia de supervivientes que intentan resistir el acoso de un grupo de pandilleros, liderados por Lord Humungus y su esbirro de nombre “Wes”, los cuales buscarán apropiarse con el único recurso clave para sobrevivir en esas carreteras del infierno, el petróleo. En la misma, su población de hombre y mujeres se reparten todas las tareas desde la provisión de alimentos hasta la defensa armada bajo el mando de “Pappagallo”, un antiguo director ejecutivo de una petrolera que, con dificultades intenta liderar el éxodo de los colonos hacia una vida mejor.

El encuentro de Max con “Feral Kid”, un niño salvaje perteneciente a la colonia, profundiza aún más sus contradicciones emocionales entre ese hombre nihilista, monolítico y roto por dentro con aquel padre protector y amoroso que fue previo al apocalipsis.

En definitiva, todos los personajes del film comparten esa dimensión psicológica, la cual está atravesada por una dualidad de emociones humanas desde las bajas hasta las más elevadas como ocurre en una de sus escenas, donde el carroñero Wes sufre el asesinato de su amante en manos del propio “Feral Kid”, el cual utiliza un boomerang afilado como si el mismo se tratara de un juguete.

No obstante, mientras que los carroñeros solo buscan sobrevivir en el desierto entre la barbarie, la violencia y el saqueo de los pocos recursos existentes, los colonos buscan escapar hacia la costa en busca de reconstruir una sociedad basada en la cooperación, el ocio y sin opresión.

Algo que Max rechazará, volviendo a mostrar su espíritu nihilista y resentido hacia toda forma de vida colectiva como así la posibilidad de un nuevo resurgir de la humanidad. No obstante, después de volver a perderlo todo en la ruta (su vehículo y su mascota) en un enfrentamiento con Wes, finalmente el Max “humano” volverá a reaparecer para ofrecerse, de forma casi estoica, a ayudar a escapar a los colonos conduciendo un camión cisterna de combustible a cambio de nada casi como un acto de revancha contra ese mundo devastado y violento.

Logrado el objetivo, Max volverá a su naturaleza ermitaña y se alejará como vino por la ruta solitaria y su existencia será solo parte de los recuerdos oníricos de un anciano en su lecho de muerte, que no es otro que el propio Feral Kid ya viejo y transformado en el líder de “La gran Tribu del Norte”, la sociedad fundada por los colonos que logaron escapar gracias a Max.

No hay futuro

Aunque se suele afirmar que “Mad Max” fue la precursora de un estilo repetido hasta el hartazgo y que definió los años 80´s como es el ciberpunk, se pueden encontrar elementos del género en films como “Metrópolis” (1927) de Fritz Lang, “La Jetée” (1962) de Chris Marker, “La Naranja Mecánica” (1971) de Stanley Kubrick o inclusive en “Alien, el octavo pasajero” (1979) de Ridley Scott. La guerra fría, que a principios de los 80´s se encontraba en una situación de extrema tensión (llegando a su punto más crítico en el “incidente” del equinoccio de otoño de 1983) era sin duda la inspiración de cineastas que intentaban fantasear las consecuencias letales de la humanidad en ese destino de “No future” con el que el movimiento punk había escandalizado años antes.

Posteriormente, preocupaciones como la visión de un futuro de colapso tecnológico, la critica a las corporaciones económicas y la contaminación mundial serían la musa inspiradora de íconos del cine como “Escape de Nueva York” (1981), “Blade Runner” (1982), “Videodrome” (1983) “Terminator 1” (1984), “Robocop” (1987) y “Akira” (1988). Llegando más hacia el siglo XXI, se pueden encontrar la saga de “Matrix” (1999/2021), “The children of men” (2006), “El precio del mañana” (2011) y “Elysium” (2013), entre otras. En cambio, entre las peores se podrían nombrar películas como “Cyborg” (1989) o la pretenciosa “Waterworld” (1995), película que literalmente es un plagio a “Mad Max 2”, con la sola diferencia que la acción transcurre en el agua.

El “estilo Mad Max” supo cosechar adeptos en la Argentina, como se aprecia en las estrofas de “Pantalla del mundo nuevo”, canción perteneciente al tercer álbum de Riff del año 1982, o inclusive en varias de las historietas publicadas en la revista Fierro a partir de 1984.

Pero tuvieron que pasar más de 30 años para que George Miller, después del traspié en “Mad Max: más allá de la cúpula del trueno” (1985), cuyo edulcorado guion buscaba morigerar la violencia en pos de hacer un film apto para todo público, pudiera retornar al “guerrero del camino” a su senda. Fue así que con “Mad Max: fury road” (2015), protagonizada por Tom Hardy y Charlize Theron, Miller logró nuevamente cautivar al público con las frenéticas escenas de persecución, el trabajo de vestuario, con efectos especiales superiores y un argumento mucho más esperanzador para la humanidad.

We don´t need another hero

Pasaron 40 años del estreno de “Mad Max 2”, y, aunque el apocalipsis nuclear nunca llegó, el mundo actual es muy diferente al de 1981 como así el futuro imaginado en esos tiempos. Los bloques de países en disputa cambiaron, poco a poco el rugir de los motores V8 de combustión interna dan paso al silencioso andar de los autos eléctricos y las fantasías futuristas del pasado como el teletrabajo son hoy una realidad.

Pero, y casi emulando la dualidad emocional de los personajes de la película, todos eso adelantos al mismo tiempo conviven con un mayor aumento de la miseria, la precariedad laboral, la contaminación ambiental, la depredación de los recursos naturales y pandemias que parecen no dar tregua alguna.

Pasaron 40 años y el “guerrero del camino”, aquel héroe errante y dispuesto a darlo todo por nada en pos de que la humanidad salga de la barbarie, no llega.

¿Será entonces que los explotados no necesitan de un héroe solitario para resolver esas contradicciones sino más bien de uno colectivo que pueda allanar el camino hacia el paraíso?

Como diría Tina Turner, “We don´t need another hero”.