Cultura

7/3/2023

“The dark side of the moon”: 50 años iluminando la oscuridad del capitalismo

50 años del icónico disco de Pink Floyd.

Carátula del disco aparecido en 1973

La luna, ese cuerpo celeste nacido de las entrañas de la Tierra y responsable de la estabilidad de la vida en ella, desde milenios ha sido una fuente inspiración de mitos, leyendas, credos y hasta incluso los más inocentes sueños de niños y niñas por surcar el espacio como así la pesadilla bélica de la guerra fría.

Sin embargo, y de forma absurda, nuestro satélite fue la inspiración para señalar, bajo el mote de “lunáticas”, a las personas carentes de la estabilidad emocional necesaria para la vida cotidiana de un mundo moderno y alienante.

Una alienación que a simple vista no nos es manifiesta y que por momentos nos lleva a naturalizar las miserias humanas de un régimen opresor y violento, arrastrando a la humanidad hacia el derrotero de la locura.

Y fue así que, pocos meses después que la NASA pusiera al último ser humano en la Luna con el Apolo 17, cuatro muchachos ingleses, desde los Estudios Abbey Road, se inspiraron con estas premisas para mostrarle al mundo un bonus track de aquel cuerpo celeste. Ya no para adorarlo sino para revelar el lado oscuro de la sociedad capitalista, tan vacía de sentido y llena de soledad, dolor y locura a través de uno de los discos más icónicos del rock y la cultura popular: “The Dark Side on the Moon” de Pink Floyd, el cual cumple 50 años desde su lanzamiento.

Bajar a tierra

Con su magistral fusión de efectos sonoros y fragmentos de conversaciones con atmósferas musicales y tecnología de estudio, algunas de ellas guardadas como un secreto por su productor Alan Parsons, dieron vida a un proyecto que fue un “punto y aparte” en la carrera de la banda, una apoteosis de cinco años de audaces experimentaciones.

Un disco que, a diferencia de su predecesor “Obscured by Clouds” (1972), tuvo a Roger Waters como el principal motor del concepto, incluso escribiendo las preguntas genéricas realizadas a diferentes personas, desde el portero del estudio de grabación hasta el propio Paul McCartney (el cual no se incluyó) para crear los diálogos característicos del mismo. Un proyecto tan propio de Waters que en 2023 inició la grabación de una nueva versión, pero sin el resto de la banda.

Pero también será la búsqueda de reconciliación y ruptura con el pasado, un punto de quiebre definitivo con la locura del hombre que le había dado a Pink Floyd su fama y su nombre: Syd Barret. Una ruptura no solo personal sino también sonora y temática, algo que Roger Waters expresó en 1971 con su decisión de “bajar un poco a tierra, meterse menos con los vuelos de fantasía y más con las cosas que nos afectan como seres humanos”.

De esta forma, en Dark Side…,  Pink Floyd se aleja un poco del rock progresivo, con su progresión de temas de más de 20 minutos como en “Atom Heart Mother” (1970) y “Meddle” (1971), dando lugar a un sonido art rock más amable que las extensas y encriptadas canciones de bandas como Van Der Graaf Generator, Génesis, Yes, King Crimson o la muy experimental escena Krautrock de Alemania.

Problema de la vida cotidiana

Sus letras fatalistas, las cuales parecen tomar ciertos elementos del absurdismo del filósofo existencialista Albert Camus, nos relatan a la vida moderna como una experiencia repleta de sinsentidos, donde lo único positivo de la condición humana es reconocer lo absurda que es la misma. Un cuestionar a la realidad, los miedos y diversos factores alienantes de la humanidad como el dinero, el trabajo, la guerra y las religiones, transformando al disco en una especie de tragedia griega dividida en tres actos.

El primero de ellos, contenidos en las canciones “Speak to me”, “Breathe”, “On the Run” y “Time”, habla sobre nuestra llegada a un mundo lleno de posibilidades como así de límites. Las caóticas voces de “Speak to me” son una suerte de prólogo que muestra la locura de ese mundo que nos precede al nacimiento, representado por unos latidos, la cual se irá manifestando en cada tema que, en un punto, es la representación de cada etapa de la vida.

“Breathe”, con la cadencia propia del sonido de Pink Floyd, es la llegada a ese mundo repleto de posibilidades que, sea cual fuere el camino a tomar, el único destino es la muerte, como si nacer fuera esencialmente empezar a morir.

Más adelante en “On the Run”, cuya psicodelia electrónica recuerda al sonido de Kraftwerk a través de los sintetizadores VCS3, en principio parece reflejar la vertiginosa vida artística que la banda vivía en sus giras, con los sonidos de aeropuertos de fondo. Pero también expresa el vértigo propio de la adolescencia, un “carpe diem” de emociones y expectativas efímeras que indefectiblemente chocarán con la realidad del paso del tiempo, en definitiva, con la muerte misma.

Como cierre del primer acto, “Time” con sus estridentes relojes y su potente mensaje sobre el paso del tiempo, el tomar conciencia de lo efímera que es la vida y del tiempo perdido, la desesperada necesidad de recuperarlo frente a la muerte. Es aquí donde comienza a aparecer una transición conceptual hacia la oscuridad, la necesidad de “correr al sol” para no caer en ella y dos caminos para afrontar ese temor: refugiarse en el “carpe diem” o directamente en la religión, el primer factor de alienación.

Ya entrado el segundo acto, el disco muestra cuáles son esos factores de alienación que nos dan un falso sentido de control de nuestras vidas, adormeciendo así nuestra conciencia. La idea de madurar, para Pink Floyd, se termina asemejando más a resignarse ante lo absurda que es la vida, un concepto que más adelante se repetiría en “Wish You Were Here” (1975) como en el resentimiento casi violento de “The Wall” (1979).

“The Great Gig in the Sky”, un instrumental desgarrador interpretado en clave de soul por Clare Terry, manifiesta la toma de conciencia sobre el futuro, la muerte ya no como un temor sino como un hecho que aceptamos, tal como se escucha en la voz de Gerry O’Driscoll, portero de Abbey Road, quien recita “¿por qué debería tener miedo de morir? No hay razón para eso, tienes que partir en algún momento”.  No obstante, la explosiva voz de Clare Torry rompe esta resignación, en uno de los pasajes más expresivos y sensibles de la discografía de Pink Floyd, donde el miedo, la ira y la desolación se hacen presentes en este track como ese ser que solo puede encontrar la felicidad reconociendo y cuestionando lo absurda que es la vida.

Como corolario de lo absurdo y alienante llega, con el loop de una caja registradora y sus compas de 7/4, la archiconocida “Money”, una declaración de principios contra la relación entre el dinero y el poder, y la explotación de los trabajadores en el sistema capitalista. Es 1973, y para la generación del Mayo Francés, “el sueño se ha terminado” en un mundo envuelto en crisis, donde esa mirada repulsiva de Waters hacia el capitalismo es también una reflexión ante la contradicción de convertirse en una estrella de rock. En 1983 Depeche Mode levantaría el guante de la crítica a la codicia del capitalismo con su single “Everything Counts”.

No serán pocos los que pretendan tildar de ingenua esta canción anticapitalista que, de forma casi irónica, le permitió ganar millones de dólares a la banda como así el mote de “dinosaurios” por parte de la generación punk de 1977 en esa remera de Pink Floyd, intervenida por Johnny Rotten, con un “I hate” (yo odio).

Como cierre del segundo acto, están “Us and Them”, un bombardeo lírico de corte antibelicista (marca registrada de Roger Waters), y “Any Colour you like”, tema instrumental cuya psicodelia buscará dar un respiro del anterior. Su título, similar a la frase de Henry Ford sobre la disponibilidad de colores en sus coches, se centra en la falsa creencia de poder elegir en un mundo estandarizado.

Dos tracks que, a través del uso intensivo de los pianos eléctricos Hammond y los sintetizadores análogos EMS VCS3 y el EMS Synthi AKS, parecen marcan ese nuevo paradigma de maridaje entre el rock y los sintetizadores de los años venideros.

El tercer acto (y final de esta tragedia) será una síntesis oscura y desesperanzadora: la vida es eso, ni más ni menos, el conjunto de experiencias que podemos sumar antes de morir y dependerá de nosotros si esas experiencias las vivimos conscientemente. O si, parafraseando a Waters, nos dejamos arrastrar por la oscuridad y la alienación.

Un final donde “Brain Damage” se convierte en un acto de empatía y despedida con el ya “lunático” Syd Barret (“te veré en el lado oscuro de la luna”) y “Eclipse”, compuesta como final lírico y necesario de esta tragedia, que parece reconectarse con “Speak to me”, “Breathe” a través de sus latidos finales como una suerte de círculo vicioso de eterno retorno. Una nueva vida que está naciendo y que, tal como el Mito de Sísifo, llega al mundo para cumplir, una y otra vez, la eterna condena de seguir empujando su propia roca y buscar en ella el sinsentido de nuestra existencia como forma de valorar y disfrutar cada instante, cada conversación y cada experiencia que vivimos.

Vivir solo cuesta vida

Suena paradójico pensar que un disco, tras medio siglo con millones de ventas, escuchas y miles de reseñas, aún pueda decirnos algo en un mundo acostumbrado a la ansiedad del “hype”, los impactos publicitarios como así las historias y “shorts” de las redes sociales.

Sin embargo, “The Dark Side of the Moon” de Pink Floyd sigue siendo un disco icónico en la historia del rock y la cultura popular con su fusión de efectos sonoros y fragmentos de conversaciones con atmósferas musicales y tecnología de estudio, un ejemplo de creatividad y experimentación.

Desde la paranoia por el mundo (des)conectado a internet en “OK Computer” (1997) de Radiohead, el melancólico pop ambiental de Coldplay hasta los “viajes sonoros” de la psicodelia indie de Tame Impala, el concepto de “The Dark Side of the Moon”, con todo el peso del mundo análogo, resiste y perdura aun cuando la mitad de la humanidad no había nacido al momento de su edición, en marzo de 1973.

Su impacto en la música y en la cultura contemporánea es tan intenso como el arte de tapa del disco, el cual despojado de nombre y título resulta casi imposible no reconocerlo y que despertó un sinfín de interpretaciones, desde la de expresar el nuevo horizonte creativo de la banda hasta la representación de la sociedad de clases.

Incluso, como ocurriera con la canción “Echoes” y el film “2001, Odisea del Espacio” (1968), se han llegado a construir leyendas sobre una supuesta coordinación del disco con “El Mago de Oz” (1939), o un “factoide” creado en 1994 de nombre “The Dark Side of the Rainbow”, en referencia al tema original del musical “Somewhere Over the Rainbow”. O más a la actualidad, en 2011, la utilización del disco para titular tercera entrega de la saga “Transformers”.

Pero sobre todo su concepto, letras y sonidos tienen la capacidad de seguir cuestionando la realidad en este siglo XXI que lejos está de aquel imaginario colectivo de los ´60 y ´70 sobre un futuro próspero, donde la tecnología y la ciencia conducirían a una vida mejor y más satisfactoria para todos.

Una realidad donde el capitalismo, con sus gobiernos que transforman los derechos en asistencialismo y sus falsos profetas de la libertad, permanentemente reta a la humanidad a sobrepasar los límites de la locura y la desesperación en una alocada carrera irracional por el beneficio financiero. Una carrera que incluso vuelve a convocar a miedos que parecían estar superados: la guerra a escala mundial.

“El lado oscuro de la luna no existe, de hecho, es toda oscura”, repite el portero del Estudio Abbey Road Gerry O’Driscoll al final del disco, una frase que invita a reconocer que las relaciones sociales que en lo aparente parecen naturales y “normales”, en realidad son las que nos llevan a una sociedad deshumanizada de objetos productivos y no de seres humanos con necesidades y deseos.

Porque, en definitiva, no se trata solo de interpretar la locura del capital en el mundo, sino de transformarlo.