Cultura

8/4/2010|1123

“6, 7, 8”: un programa de ‘bloopers’


La señal estatal encontró, por fin, un programa que hace reír. Los espectadores de “6, 7, 8” se ríen del ridículo que les ha tocado protagonizar a los opositores a K –muchas veces en presentaciones convenientemente “editadas”. En esta línea, el programa podría durar toda la vida, porque los dichos y hechos de ex menemistas y ex aliancistas en los últimos años son capaces de suscitar convulsiones de la quijada y provocar hasta la histeria. Pero, ¿y los K? No aparecen ni cuando entregaron el petróleo con Menem, ni cuando apaleaban asambleístas en Río Gallegos o cuando volteaban a sus propios gobernadores como castillos de arena.


Altamira ha contado reiteradas veces que, en un programa que compatió con la que sería la futura Presidenta, Cristina le explicó a la entrevistadora que ya no creía que el imperialismo provocaba las lluvias, como sí lo pensaba en los ’70. Más cerca en el tiempo, la Presidenta mostró el crecimiento de la Villa 31 como la señal inconfundible del crecimiento que experimenta Argentina bajo su gobierno, no hablemos ya del veto a la Ley de Glaciares o de los abrazos del matrimonio con empresarios que apoyaron a la dictadura, que luego se hicieron menemistas y que ahora se reconvirtieron en “burguesía nacional”. Todas escenas que bien podrían formar parte de los informes del programa.


La producción se basa en el uso de archivos televisivos que dan cuenta de los dislates de la oposición de derecha, que luego son comentados por un panel fijo e invitados que provienen del campo cultural, del periodismo o la política. El rescate de los archivos que muestran  contrasta con la ausencia de crítica a acontecimientos de las mismas características que se producen dentro del gobierno K, que es defendido a capa y espada con una irracionalidad que roza el ridículo. Las imágenes de archivo curiosamente no se detienen en la depredación laboral y ecológica promovida por el gobierno junto a los pulpos mineros, ni en las políticas económicas que benefician a la banca nacional –que los celebra– y no a la clase trabajadora; la inflación, la desaparición de Julio López, la oposición al derecho al aborto, la alianza de los K con los intendentes mafiosos del conurbano y toda la podredumbre de un gobierno nacionalista burgués light que sobrevive a base de manotazos de ahogado. El programa denuncia que los grandes medios ocultan los supuestos “logros” del kirchnerismo. Cuando el ciclo omite las agachadas del gobierno ante el gran empresariado nacional y extranjero, sólo cabe recordar la clásica frase: “De te fabula narratur”.


El silencio sobre todas estas cuestiones convierte al gobierno de Cristina en el corolario final al que la población argentina podría aspirar. Los panelistas –progres por excelencia (progres hasta el cliché: las canciones que produce Carlos Barragán llevan el tinte sonoro de la ‘bossanova’)– se amparan en el supuesto “enfrentamiento con los grandes poderes”. Cada vez que asiste un invitado de la oposición centroizquierdista (o que denuncia las posiciones de la progresía, como el escritor Martín Caparrós o el director de la revista Barcelona, Pablo Marchetti) es sometido a un tribunal inquisidor comandado por el panelista Orlando Barone y la panelista Sandra Russo, quienes –en el más furibundo estilo stalinista, aligerado por la imagen cool que promueve la televisión– no perdonan el pecado de la crítica. No se defienden contra los cuestionamientos a los K: los denigran como una defección a la derecha o una anticuada posición maximalista. La obsecuencia de los panelistas de “6, 7, 8” llega a tal punto que, frente a un informe periodístico que demostró un acto de corrupción menor – pero de envergadura debido a la coyuntura en que se desarrolló (un concejal de Tartagal del Frente para la Victoria se apropió de un aire acondicionado que fue donado en el marco de las inundaciones en la región: monitoreado por el programa “Caiga quien caiga”, se determinó la localización del artefacto robado), Barone concluyó que el aire acondicionado había sido enviado a un lugar donde no se necesitan aires acondicionados (debe recordarse, incluso a modo de ilustración de lo ridículo de la indignante defensa del concejal kirchnerista, que en esa región se vive en un clima subtropical).


No debería omitirse que los informes realizados en el programa exhiben dramáticamente el derrumbe de los radicales, los peronistas disidentes, los seguidores de Lilita o cualquier expresión de la oposición al gobierno de Cristina en el Congreso. De cualquier manera, la omisión manifiesta de los informes que señalarían el derrumbe de la política del gobierno K muestra los límites del ciclo televisivo y del sector político que representa: el progresismo. No debe extrañar que al programa no haya sido invitado alguien que pondria como prioridad el ataque al gobierno de los K.