Cultura

23/5/2022

A 50 años de la muerte de Tanguito: el primer mártir del rock nacional  

Su sensibilidad transformaría a la Argentina desde el arte hasta la política y la lucha de clases.

José Alberto Iglesias, mas como conocido como Tanguito.

En estos “tiempos digitales” que corren, es usual encontrarse con expresiones reaccionarias hacia la juventud donde la misma es tildada como “la generación de cristal”, término utilizado de forma peyorativa para referirse a ella por su sensibilidad y empatía ante los problemas sociales. Como corolario de esta “tesitura”, aparecen una batería de nostalgias, o más bien fantasías de un pasado no resuelto sobre las “bondades” de una juventud de antaño moldeada entre la gomina, las faldas largas, el respeto por las jerarquías, la cultura del trabajo y, con el azar de un sorteo de Lotería Nacional, la colimba. Todas expresiones que buscan esconder la responsabilidad política del capitalismo en ofrecer a las futuras (y presentes) generaciones una vida libre de todo mal, violencia y opresión.

Pero hace medio siglo atrás, en aquellos viejos tiempos analógicos de baby boomers y dictaduras militares, un pibe del conurbano bonaerense, profundamente sensible y con una poesía tan cruda como tierna, se transformó en el trovador y mártir de una generación cuya sensibilidad transformaría a la Argentina desde el arte hasta la política y la lucha de clases desde los antros de La Cueva hasta el propio Cordobazo.

Su nombre era José Alberto Iglesias, mas como conocido como Tanguito.

Tanguito el náufrago

Nacido el 16 de septiembre de 1945, en el seno de una familia obrera de Caseros conformada por un buscavidas dedicado a la venta ambulante de nombre José y por Juana, una empleada de tareas hogareñas. A a sus apenas 15 años le escaparía a la escuela, como así al clásico destino de todo adolescente desertor de los estudios, la fábrica. Su afición por la música y la naturaleza, inculcadas en su hogar, lo llevarían en una aventura por la botánica pero principalmente por el rock and roll en los bailes y asaltos de clubes de barrio.

Corría el año 1960 y, mientras que en la Argentina el tango mandaba y el folklore experimentaba un boom, el virus dejado por los discos de Elvis Presley, Little Richard y la visita de Bill Halley & His Comets en la Argentina en 1958, de a poco comenzaba a propagarse en una juventud repleta de inquietudes y deseos de construir su propia identidad, en un mundo donde el paso de la niñez al mundo de los adultos, con sus mandatos sociales conservadores, parecía no tener escala ni tolerancia alguna. El propio Billy Cafaro, la primera referencia juvenil pop local, había pasado del estrellato con “Pity Pity” a la cancelación del mercado discográfico en 1959 por su canción Kriminal Tango, repudiada por todo el mundillo del dos por cuatro como parte de esa intolerancia.

Pero finalmente llegaría la Nueva Ola, la escena musical promovida por medios gráficos y empresarios del entretenimiento que buscaban contener al rock y hacerlo un estilo musical aceptable para “los jóvenes en la familia”, y que emergía con figuras como Palito Ortega, Violeta Rivas, Sandro y los de Fuego, Chico Novarro y Johnny Tedesco como así programas de Tv como El Club del Clan y Escala Musical.

Fue en ese contexto de consumismo e ingenuidad donde en 1963 Tanguito daría sus primeros pasos con el grupo Los Dukes donde, además de un cover de Palito Ortega, grabaria “Mi pancha”, su primera canción en clave rockabilly y con letras simples que nada hacían sospechar su futuro como poeta. Sus presentaciones ocurrían desde el programa Escala Musical hasta clubes de tango, lugar donde los parroquianos más adeptos a los fuelles, a fuerza de bullying, lo bautizarían con el apodo que lo haría inmortal.

Rebelde me llama la gente, rebelde es mi corazón

Pero a partir de la segunda mitad de la década, en el país se comenzaría a incubar un movimiento juvenil más inconformista y crítico que no se contentaba con traducir canciones en inglés, donde la poesía tomaba un lugar crucial como canal expresivo de las vivencias personales y angustias, como así también una mirada ante los acontecimientos sociales y políticos del país y el mundo como la revolución cubana, la guerra de Vietnam y el Mayo Francés.

Las presentaciones callejeras del grupo Los Beatniks y la aparición de espacios alternativos como La Cueva y La Perla o incluso el Instituto Di Tella serian el ámbito donde el rock tomaría el espíritu bohemio del mundo del jazz y la necesidad de crear sin los fórceps de la escena pop previa anclada en el mercado de consumo y la industria del ocio. Así nacería la llamada contracultura. La aparición del sello independiente, Mandioca Récords, harían emerger al rock nacional como un movimiento creativo, auténtico y sustentado por los jóvenes mismos, en contraposición con el movimiento precedente, que fue concebido como prefabricado, inauténtico y producido por adultos.

Desde ahí, junto a compañeros de ruta como Miguel Abuelo, Javier Martínez y Hernán Pujol entre otros, Tanguito comenzaría a tomar vuelo propio con actuaciones que se asemejaban más a una performance improvisada, en horarios marginales y donde cualquier rincón que encontraba era el escenario para hacer lo suyo con “Carlota”, su guitarra. Con una puesta en escena casi minimalista, su trova pendulaba una lírica repleta de sentimientos crudos y honestos como así una oscura psicodelia folk propia del ex Pink Floyd Syd Barret.

Su obra, sintetizada a través de “La Balsa” (inspirada en un bolero llamado “La Barca” de José Feliciano y cuya letra fue retocada por Lito Nebbia, con ciertos elementos de Bossa Nova), se transformó con Los Gatos en la piedra fundacional del rock nacional y en un rotundo éxito comercial. Pero Tango supo también atesorar otras canciones, varias de su autoría y otras covers de Moris, Javier Martínez y Hernán Pujol, todas ellas registradas hoy en tan solo dos discos de corte Unplugged y con un clímax íntimo y profundo.

Su estilo desprolijo lo llevaría a grabar junto a Javier Martínez en los Estudios TNT en 1970 de manera casi casual después que el faltara a dos sesiones organizadas por el sello Mandioca y cuya tercera sería solo posible gracias a un rato de ocio del baterista de Manal en el estudio. Su otra placa Yo soy Ramsés, la cual saldría recién en 2009, fueron el registro de 12 canciones inéditas grabadas en 1967, un año antes de su fallido simple La Princesa Dorada.

A través de canciones como “Natural”, “Sutilmente a Susana”, “Jinete”, “Despertar de un refugio atómico” o “Lo inhumano”, Tanguito desplegara una amalgama de imágenes oníricas y surrealistas para recorrer los más diversos sentimientos ante la soledad, el deseo de amar (y ser amado) e incluso cuestionamientos contra la barbarie de la guerra, el racismo y la iglesia que lo asemejaría al músico escoces de folk Donovan, al cual admiraba.

Su talento melódico y su seductora voz se conjugaban con una personalidad tan divagante, inocente e introvertida que de forma contradictoria convivía con la necesidad de mostrarse frente a la sociedad sin caretas ni artificios. Una performance que no encontró mejor audiencia que en Plaza Francia, meca del movimiento hippie argentino, cuya primera gesta se daría en un encuentro nacional en Plaza San Martin, en el día de la primavera de 1967 (en la cual se captó el único registro fílmico existente de Tanguito).

Su convocante era entre otros Pipo Lernoud, por entonces un joven poeta que había cambiado sus primerizas lecturas del periódico Política Obrera por los versos Rimbaud y las novelas de Henry Miller y cuyo encuentro buscaba visibilizar la represión de la policía hacia la juventud en medio de la dictadura de Ongania.

El fenómeno, que comenzaba a ser vox populi, sufría de forma sistemática el hostigamiento de la prensa burguesa con campañas sensacionalistas que nada tenían que envidiarle a las actuales editoriales de Viviana Canosa, todas estas seguidas por las razias y los “coiffeur de seccional” de la policía por el solo hecho de tener el pelo largo o incluso las provocaciones de organizaciones de ultra derecha como la Federación Argentina de Entidades Democráticas Anticomunistas (Faeda).

Ese constante hostigamiento, el cual le valdría un sinfín de arrestos y finalmente su detención en el penal de Villa Devoto en 1971, y el abuso descontrolado de drogas duras como las anfetaminas, lo irían apagando poco a poco al punto de ser confinado en el Hospital Borda, después de ser declarado por la justicia como demente, donde la tortura continuaría a través de los salvajes “tratamientos” con el que el sistema de salud publico solía abordar las adicciones.

Desbastado por los electroshocks, finalmente Tanguito muere el 19 de mayo de 1972 después de escapar del Borda e intentar subirse al Ferrocarril San Martin que lo pudiera llevar de vuelta a su Caseros natal, casi como si el “a nuestras madres no podemos volver” de Moris en “Yo no pretendo” se hubiera transformado en la profecía de su triste final. Su muerte, sin titulares ni coberturas sensacionalistas, lo dejaría en el olvido, pero su legado ya era imparable.

While My Guitar Gently Weeps

Suena irónico pensar que un género tan masivo, repleto de éxitos comerciales y con una gran industria montada atrás como el rock nacional haya tenido entre sus creadores a un outsider y anti-héroe como Tanguito, el cual no amaso dinero ni poder. Tal vez por ello su intento de rescate en Tango Feroz, el taquillero film biográfico dirigido por Marcelo Piñeyro en 1993 y repleto tanto de buenas intenciones como así de ideas mal ejecutadas, sea también un reflejo de esa ironía.

Pero lo que no es irónico es pensar a Tanguito como el motor inspirador de las creaciones que conmoverían a la juventud años más tarde y percibir su sensibilidad absoluta en Almendra y Sui Generis, imaginar su surrealismo en Spinetta junto a Pescado Rabioso e Invisible o encontrar su carisma de antihéroe en personajes como Luca Prodan o el propio Ricky Espinosa.

Todos ellos ecos de su guitarra que naufragó por los rincones de la Buenos Aires de los años 60´s y que hoy, parafraseando a George Harrison, “llora suavemente” ante esa sensibilidad tan cristalina que ni el propio Ferrocarril San Martin pudo quebrar.